SIN FRONTERAS

Marchas del pueblo, son pura maravilla

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Veníamos ahí de vuelta, en la tarde, a las seis, en tránsito extrañamente ralo, uno que evocaba casi a día domingo. Insólita situación para transitar en día miércoles, en ciudad de Guatemala. Adentro del carro, cansadas y gastadas, mi vuvuzela y la bandera; mi kit manifestante que, por setenta quetzales, compré semanas atrás frente a la Casa Presidencial. La noche anterior, con diligencia fueron preparadas; soplado el cuerno y desenrollada la bandera, para estar seguros de que hubieran sobrevivido la protesta anterior. El ritual acumula una espera un tanto ansiosa, una anticipación a si la protesta del día siguiente será nuevamente colosal. Y eso, precisamente, es lo que fue el 20S. Un reclamo colosal, que a untó de asombro, en intensidad y magnitud.

El día del paro, logré liberarme de actividades personales a media mañana. Buscando evitar las columnas que hacían ya sus recorridos, entré finalmente a zona uno por calles alternas a la ruta acostumbrada. Caminamos a la séptima avenida y nos incorporarnos a la gran columna de la tricentenaria carolingia. Su camino lo abría un recio grupo artístico, que con figuras coloridas danzaba al ritmo de sus percusiones. Presenciamos una explosión de tintes y pigmentos, un estallido cultural y popular. A su paso, las aceras lo agradecían, con aplausos y con gritos, ondeando banderas y un millardo de fotografías. El calor de pueblo a pico. “¿Quiénes son ustedes?”, pregunté contagiado y gritando al oído de una de las bailarinas; con orgullo respondió: “somos el Movimiento de Cultura Viva; el Movimiento de Cultura Viva Comunitaria”, mientras con una sonrisa me dejó para seguir danzando, enfilándose hacia la plaza. ¿Cómo transmitirle aquí esa mezcla de ritmos, tambores e insolentes vuvuzelas? Tal vez sea algo imposible. Pero lo intentaré con esta mezcla de palabras: espontáneo, libre, genuino, alegre, orgulloso, bailable; danza y pueblo. Pueblo, maravilloso pueblo.

Ya cerca del Portal, la gente confirmaba lo que se decía en la radio. “La plaza se está llenando”. Y en efecto, en la desembocadura de la séptima, al abrir vista al Palacio, un mar de banderas pintaba de celeste intenso y blanco ese ruedo de batallas, la plaza de espantos para poderosos y serviles, que en coro enunciaba un estruendo ensordecedor. El último recurso, un potente último recurso de la gente, frecuentemente subestimado por quienes desde arriba desatienden. En esa plaza, la mofa es frecuente. Allí, el simbolismo de la patria, ese que tanto aman los simples y primarios, es sometido a la más dura de las pruebas: la del tumulto, la del chumul, que se burla y pone en evidencia lo ridículo de nuestra autoridad. La autoridad que hoy en día pretende alejarse de ese ridículo no con la razón, sino con el frunce de un ceño y una voz alta y teatral. ¿Cuándo comprenderán, me pregunto, que al pueblo poco le importan los símbolos patrios, cuando están vacíos? Los izados de bandera una tarde de septiembre, y esas falsas poses presidenciales, de pierna cruzada.

Hoy, la voz del país proviene sustanciosa desde la plaza. Pocos servidores, como don Jordán Rodas, se atreven a sumarse. Sumarse al lugar donde se abrazan las ideas. Un sitio donde se comparte en cómplice alianza, y donde hay espacio para todo aquel que no se sienta superior. Las imágenes del pueblo que también impresionaron desde Xela, Huehue y el Ixcán. Cada vez más se suman para botar las máscaras de la corrupción. Y lo hacen de manera inteligente, en paz y fraternidad. Y es esa fraternidad la que nos confortó, cuando veníamos ahí, de vuelta, el miércoles, a las seis. En ese tránsito extrañamente ralo, por una joven Guatemala que abandonó sus quehaceres para gritarle al unísono a ese presidente y los diputados: ¡No más!

 @pepsol

ESCRITO POR:

Pedro Pablo Solares

Especialista en migración de guatemaltecos en Estados Unidos. Creador de redes de contacto con comunidades migrantes, asesor para proyectos de aplicación pública y privada. Abogado de formación.