Migrantes

Juan Carlos Lemus @juanlemus9

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Se le hizo cada vez más difícil salir a buscar otro porque estaba insegura en cualquier sitio público. Trenes, parques, supermercados, calles, todo inesperadamente le fue prohibido. Podría ser tratada cual criminal y tirada entre una olla de agua hirviendo —este país injusto—.

No es posible imaginar lo que siente una persona en tales circunstancias, una que en su intento por resolver algo legal amanece con la noticia de que puede ser atrapada por la Policía; que al mismo tiempo gasta grandes cantidades de dinero para lo que al final resulta una estafa. Seis meses sin trabajo. Se aisló en su apartamento. Quizá podemos imaginar su soledad. Pero no esa frágil soledad de un abandono, sino la pesada soledad del mundo. Y su angustia, no esa sensación de preocupación, sino el desgaste del cuerpo y del alma.

Su aislamiento se transformó en miedo y el miedo se hizo pánico. Escribir pánico es fácil. Para comprender la hondura de esa emoción sería necesario que sintiéramos terror durante pocos segundos. Algunas personas, tras días de pánico, se suicidan y eso hizo Elena. El mes pasado se pegó un tiro, en su apartamento, en Indiana. Era una guatemalteca como muchas que han sufrido tanto. Era la mayor de nueve hermanos y madre de tres hijos. La cremaron. Algún día traerán sus cenizas.

Otros migrantes padecen igual angustia. Cuántos de ellos habrán tomado la misma decisión y no nos enteramos porque ni siquiera llegan a nota roja en EE. UU. Para los bancos, compañías de teléfono y otros negocios los migrantes sí son importantes porque pueden picotearles los bolsillos. Como pájaros enlodados que aletean en lo alto —cantando una publicidad deshumanizante, con estribillos tercos, asquerosos— vuelan en picada y cogen porcentaje de los dólares sudados día a día por personas como Elena y se marchan sin interesarles nada más que su dinero. Es falso que doña Chonita, doña Elena o don Tonito les importen.

No sacralizo a los migrantes. Fuera de mí las idealizaciones. Sé que entre ellos algunos pueden ser perversos, como hay personas en todo el planeta. Hablo de migrantes que como Elena son la mayoría trabajadora, que buscan la felicidad en EE. UU. y lo que encuentran es angustia, pero no quieren volver aquí porque no encontrarán empleo, y si logran concretar una ilusión, esa que tuvieron hace años, la de “volver y poner un negocito”, tendrán que venir a pagar extorsiones, impuestos que otros se roban, sus hijos andarán entre buses de la muerte y el Gobierno dirá que todo está mejorando. Si protestan, los tratarán de comunistas, resentidos. Vamos en retroceso. Por cierto, el 18 de diciembre fue el Día Internacional del Migrante.

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