Migrantes y Navidad
Muchos de esos migrantes son guatemaltecos, algo más de un millón.
Ha crecido el número de deportaciones, algunos Estados han creado leyes particularmente severas que criminalizan a los migrantes indocumentados que pasan a ser tratados como los peores criminales por el hecho de ser migrantes. Hay, sin duda, simpatía entre muchos norteamericanos, particularmente entre miembros y votantes del partido republicano, por promover esas leyes, por facilitar la expulsión de la mayoría de esos migrantes.
Hay historias diversas entre los deportados: algunas terribles como el hoy emblemático caso de Postville, en que más de trescientos guatemaltecos fueron detenidos y deportados, tras unos procedimientos de muy dudosa legalidad por parte de las autoridades migratorias y judiciales que actuaron en el operativo.
En Guatemala sabemos que los migrantes han contribuido mucho más al desarrollo de sus comunidades de origen que los sucesivos gobiernos que hemos tenido, que la ayuda internacional que se haya podido recibir o lo que la inversión privada local haya nunca soñado en invertir localmente. Lo han hecho con sacrificio, con penalidades, con el sufrimiento de familias divididas y a veces quebradas.
Se acerca la Navidad, fiesta entrañable en que celebramos el nacimiento de Jesús en Belén y que nos une a todos los cristianos en torno a nuestra fe de que Dios se hace familia, y por ello estas fiestas tienen sabor familiar. Para nuestros migrantes son días agridulces: tienen el orgullo de luchar y ayudar a sus familias, de enviar algo extra para su familia en la Navidad, pero tienen también la tristeza de que la pasarán sin familia cerca, pendientes de un teléfono y de las llamadas que ellos mismos realizarán. Luchan y sufren, lloran y esperan.
La creciente inseguridad en que se encuentran constituye un riesgo y un motivo de preocupación para ellos y para todos nosotros. Por ello, la carta de los obispos latinos, firmada en el día de Nuestra Señora de Guadalupe, es una respuesta de la Iglesia Católica en Estados Unidos, que se agradece y que se alaba desde estas latitudes. Nos dicen y con ello concluyo: “Vemos en ustedes, migrantes, a Jesús peregrino. La Palabra de Dios migró del cielo a la Tierra para hacerse hombre y salvar a la humanidad. Jesús emigró con María y José a Egipto, como refugiado. Migró de Galilea a Jerusalén para el sacrificio de la Cruz, y finalmente emigró de la muerte a la resurrección y ascendió al cielo. Hoy día sigue caminando y acompañando a todos los migrantes que peregrinan por el mundo, en búsqueda de alimento, trabajo, dignidad, seguridad y oportunidades para el bien de sus familias”.