El mítico Piqui Díaz

JM MAGAÑA JUÁREZ

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Lo inusual de la misma consistió en que se trataba, más allá de la recopilación de portadas de la obra escrita del licenciado Díaz Castillo, seleccionadas y montadas por el propio Luis Sian, de un justo, personal y emotivo homenaje-sorpresa propiciado por aquel silente colaborador, ante su delicado estado de salud. Asistieron amigos de toda la vida, familiares, visitantes regulares del centro cultural y admiradores, entre quienes me ubico.

El nombre Piqui Díaz resonó en el ámbito universitario desde su época como dirigente estudiantil, y a finales de los años 60 y la década de los 70 del siglo pasado, cuando estudié arquitectura, se le ubicaba en las altas esferas de la administración. Entonces, las autoridades universitarias eran reconocidas por sus conocimientos, carácter distinguido y honorabilidad, al igual que docentes y funcionarios.

El edifico de la Rectoría lucía como fue concebido, es decir, el contenedor de la autoridad y símbolo del prestigio de la máxima casa de estudios superiores. Piqui era el secretario general y, por lo tanto, para un estudiante de primer año como yo, algo así como un ser mítico.

Leonel Méndez Dávila dirigía la Unidad de Planificación y en la Facultad fue mi catedrático. En más de una oportunidad me dio cita en la Rectoría para orientarme en el desarrollo de proyectos académicos. Fue la época de la Revista Alero, en la que además de grandes autores, políticos e intelectuales, figuraron los dibujos de nuestro compañero de estudios, Arnoldo Ramírez Amaya.

Por entonces mi mente estaba ocupada en otras cosas y no fue sino tiempo después que quise tener la colección de aquella revista. Lo logré gracias a esas conexiones que todo lo hacen posible, una amiga, sobrina del rector Roberto Valdeavellano, era amiga de Piqui.

Cuando vino a Antigua Guatemala a hacerse cargo del Centro Cultural Colegio Mayor Santo Tomás de Aquino, aproveché para visitarlo y conocerlo. En aquel primer encuentro le conté la anécdota de cómo obtuve la colección de Alero y expresé lo satisfactorio que me resultaba conocer a aquel ser mítico de mi paso por la Usac.

Tal presentación le cayó en gracia y abrió la puerta a una amistad que se mantuvo hasta el pasado domingo 16 de febrero, cuando decidió regresar al Olimpo.

Aquel acto del sábado 1 fue emotivo. Édgar Barillas recordó nombres de contemporáneos, amigos y compañeros de experiencias, éxitos y batallas a lo largo de una vida rica en quehaceres políticos y culturales, concluyendo con la necesaria pregunta: ¿qué sería de Guatemala sin el aporte de esa generación?

Carlos Navarrete, compañero desde la niñez, hizo gala de su prodigiosa memoria. Recordó la vida en el barrio, el instituto, su consabida elegancia y pulcritud, pero sobre todo su incursión en los intereses de la Nación a raíz de la Revolución de Octubre de 1944; su militancia y andancias políticas. Pero sobre todo fue notorio su entrañable amor por el amigo, quien hizo acto de presencia para despedirse de su centro cultural y colaboradores, amigos y admiradores, quienes estrechamos su mano por última vez.

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