LIBERAL SIN NEO
Modelo caduco
El aforismo de la definición de locura, hacer la misma cosa una y otra vez y esperar que el resultado sea diferente, está tan gastado, especialmente en la política, que se recomienda no hacer uso de él. Pero es difícil pensar en el sistema educativo en Guatemala sin que tales palabras vengan a la mente. Hay una asombrosa ausencia de ideas originales y creativas en el tema de educación pública, en la izquierda, el centro y la derecha. Hay que hacer lo mismo, solo que mejor, con más dinero y mejores maestros.
El modelo educativo en Guatemala está atrapado en la primera mitad del siglo veinte. Planear, diseñar y decidir todo en el Ministerio de Educación, un currículo estándar, establecer una escuela e instituto en cada rincón del país, enseñar y dar atol —ya sea en vaso o con el dedo—. Es muy difícil hacer que cambie de dirección un enorme y lento aparato burocrático que además es rehén de sindicatos atrincherados e intereses políticos.
El progreso requiere de experimentación, innovación y lo que Joseph Schumpeter acuñó como la “destrucción creativa”; la evolución hacia formas de hacer las cosas que producen mayor bienestar y son más eficientes. Su adopción y supremacía es gradual y a veces súbita, generando cambio, desplazando lo viejo porque pierde preferencia y eficiencia. Así como el motor de combustión interna desplazó al caballo, el teléfono al telégrafo, la computadora a la máquina de escribir y el transistor al tubo. En el proceso de mercado, es la función empresarial, guiada por el mecanismo de pérdidas y ganancias y la preferencia de los consumidores, la que produce destrucción creativa, creación de valor y progreso.
El proceso de gobierno carece de estas guías y así sus formas se mantienen sumidas en la letargia y la ineficiencia, en parte porque sus actores no cargan con el costo de sus errores. En una empresa, las pérdidas descubren, evidencian y corrigen los errores rápidamente, mientras que las ganancias señalan los aciertos. En las acciones y programas de gobierno, los errores pueden pasar sin ser descubiertos y perdurar porque los costos se diluyen y no hay responsabilidad individual.
Las cosas no van a cambiar mientras se continúe con un sistema altamente centralizado donde el control de los recursos, materias, formas de enseñanza y las decisiones, estén en manos de la burocracia y los sindicatos de maestros.
Hay muchas cosas que se podrían hacer para dar un salto cuantitativo y cualitativo en la educación en Guatemala. Todas ellas tienen que ver con la experimentación, la innovación, la creación destructiva y la alineación de incentivos. Para empezar, es absolutamente necesario saltarse el siglo veinte e ir directamente al veintiuno.
La realineación de incentivos tiene que ver con empoderar a las comunidades y a las organizaciones de padres de familia sobre el uso de los recursos, la contratación de maestros y, en fin, con las decisiones sobre cómo educar a los hijos.
El Programa Nacional de Autogestión Educativa (Pronade), impulsado por María del Carmen Aceña cuando estuvo a cargo del Ministerio de Educación, durante el gobierno de Óscar Berger, fue un tibio ensayo en la dirección correcta. Con sus errores, al menos intentó innovar, experimentar, empoderar a las comunidades y familias, reducir la ceguera de la planificación central y mitigar el poder de los sindicatos. Pero en cuanto asumieron los Colom, desmantelaron Pronade, reempoderaron a Joviel y volvieron al confort político, el clientelismo y más de lo mismo. Continuará.
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