CABLE A TIERRA

Mujeres en la política

¿Cuántas candidaturas de mujeres habrá para el Congreso y en qué orden aparecerán las mujeres en los listados? ¿Cuántas candidatas a alcaldesas, a concejalas y síndicas para los gobiernos locales? ¿Cuántas candidatas a presidente, a vicepresidente? ¿Quiénes perfilan como potenciales ministras de Estado? ¿Cuál será el contenido de la agenda de equidad de género que propongan los partidos políticos? ¿Propondrán algo en esta materia? Estas preguntas pasaban por mi mente el domingo recién pasado, mientras millones de mujeres en el mundo tomaron las calles, ocupamos espacios en los medios de comunicación y las redes sociales para recordar que aún hay un largo camino que recorrer para lograr plena equidad de género.

En la última medición del Índice Global de Brecha de Género que hizo el Foro Económico Mundial (2014), Guatemala tuvo mejoras significativas en su posicionamiento en el ranking de países; sin embargo, no fue suficiente para dejar de ser el más rezagado de toda Latinoamérica. De allí que mis preguntas no sean de menor orden, especialmente cuando vemos que el mero hecho de que haya mujeres políticas no significa que automáticamente abracen y defiendan una agenda a favor de la equidad de género cuando ejercen su cargo.

La reflexión alrededor de estos temas me hizo recordar un libro que me regaló un querido amigo hace varios años: Las supermadres en la política latinoamericana, era su título. Escrito a fines de los noventa, examinaba la manera en que las mujeres habían tenido acceso al poder político hasta ese entonces en la región: siendo esposa de, amante de, madre de, hija de; la más conocida era Evita Perón, pero se examinaba con mayor profundidad un caso más contemporáneo, el de doña Violeta viuda de Chamorro, quien llegó a la Presidencia de Nicaragua en 1990. El libro explora su caso como ejemplo de la manera en que en ese entonces una mujer era “permitida” hasta esas altas esferas del poder formal. Matriarca de una influyente familia, accede a la más alta magistratura del país empujada por las circunstancias; abraza un destino que le hubiera posiblemente tocado a su esposo de no haber sido asesinado, en donde ella hubiera sido más bien su consorte, proyectando su rol tradicional de género a su ejercicio de la función pública.

Otras mujeres, en cambio, emulan los peores rasgos de los patrones patriarcales de acceso y ejercicio del poder, usando las mismas artimañas y procedimientos que los hombres con poder para lograr sus objetivos, y lo que menos les interesa es impulsar las demandas de ampliación de espacios para las mujeres, a menos que estas les sean instrumentales para sus objetivos de acrecentar su poder y riqueza. De esos casos, seguro que le vienen varios muy rápidamente a la mente en el contexto nacional.

De las que tenemos pocas todavía activas en la política y optando a puestos de elección popular, son mujeres con una agenda de equidad de género. Mujeres que entran a la política porque quieren cambiar los factores que condicionan las desventajas para las mujeres en el país y que en el proceso logran mayor equidad para todos. Nuevamente, varios rostros vienen a mi mente, algunas amigas personales; otras mujeres distinguidas y admiradas desde lejos, respetadas en sus roles de profesionales, trabajadoras, académicas, empresarias. Pero pienso especialmente en esas mujeres que con un valor extraordinario, y con todo en contra, luchan en sus comunidades defendiendo su tierra y su hogar. Ese es el tipo de mujeres que necesitamos hoy más que nunca, que entren a la política.

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