Navidad y época nueva
Cuando San Agustín escuchaba el lamento de sus contemporáneos (¡que se oye siempre!): “nos tocaron malos tiempos” afirmaba: “Los tiempos los hacemos nosotros, según seamos buenos o malos” (cfr. De Civitate Dei I, 9.). La Navidad cristiana se centra en una Persona (con mayúscula!) cuyo advenimiento ha sido el mayor don de Dios a los hombres: su propio Hijo, Dios mismo que “entró en nuestra carne condescendiendo con nuestra debilidad” (San Juan Crisóstomo).
La Buena Nueva del último domingo de Adviento recoge la escena de la fakad hebrea o “Visitación” de un Dios Persona, ya presente en el vientre virginal de María: el motivo de la alegría de Isabel es que Dios ha cumplido su promesa: ya la etimología del nombre de la parienta (Isabel o Elisabeth, de Elishebá: “Dios cumple, lleva a plenitud”) introduce ese concepto de “acción personal, no astral” de lo divino en lo humano. Sin duda que el admirable cálculo de la gloriosa civilización maya, y baktúnes de cuentas “largas o cortas” tenía claro lo mismo: al final la responsabilidad nos queda a nosotros, pues los tiempos serán lo que hagamos de ellos como actores del bien o del mal en el escenario del mundo.
Lo contrario sería delegar injustamente en las conjunciones planetarias lo que ningún tribunal aceptaría en el caso de juzgar un delito: “es que era día nefasto, o el culpable fue el planeta tal que me influenció”. Hoy la página sagrada del Evangelio focaliza en una mujer extraordinaria, María, el inicio de la Época Nueva: “con su Fe en lo que le fue dicho”, ella abre la posibilidad a la acción de Dios a favor del hombre. Al contrario de Eva que “creyó” a la serpiente, a la propuesta de la exacerbación de lo creado en detrimento de la obediencia a Dios, María “escucha, cree y vive” a la Palabra que lleva en su seno. Razón clara tiene el cántico mariano de Efrén Sirio (306-373 d.C.) cuando compara a ambas y exclama casi con las mismas palabras de Isabel: “Bendita tú porque has generado aquel tesoro que llena de ayuda al mundo.
De ti ha surgido la luz que ha destruido las tinieblas”. Cierto: del “sí de María” y del momento exacto de la primera Navidad no tenemos ni fechas claras, ni registros cosmológicos, porque lo que cuenta es eso: el inicio de toda Época Nueva solo es posible si los humanos colaboramos libre, inteligente, y voluntariamente a los planes de Dios: “vencer el mal a fuerza de bien” (Romanos 12, 21) En la Navidad del Año de la Fe, vaya a María aquella felicitación que se da siempre a toda madre cuando trae un hijo al mundo, pero en su caso, vaya también la encomienda de su intercesión para que en cada familia guatemalteca esta Navidad, más allá de horóscopos o cálculos calendáricos, inicie la Nueva Época del bien, del perdón a los errores históricos, de la justicia que reclama la memoria de los sabios, de la paz social y responsabilidad cotidiana. ¡Feliz Navidad!