Nerdos literarios

Juan Carlos Lemus @juanlemus9

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Nunca en la historia de la humanidad había sido tan fácil obtener información sobre cualquier cosa. En las últimas décadas del siglo pasado, aparecieron en Guatemala los nerdos literarios. Cerebros capaces de producir novelas o cuentos desarrollados entre Pekín y Suchitepéquez, pasando por el Distrito Federal, con personajes en Ucrania y escenas en las Cien Puertas. Toda una expansión de creatividad. Borges vende tacos.

Tal vez por eso, me siguen pareciendo mejores algunos cuentistas de Zacapa o la sencillez de Elías Valdez, y no siempre las figuras promocionadas por grandes casas editoras que —a veces, claro— tienen buenas firmas.

Para nuestra fortuna, vivimos una época en la que es posible enterarse de casi todo. Uno puede calcular los planos de un puente de madera, construir una piscina con sus manos y hasta fabricar un pelet. Hoy sabemos que toda turbina hidráulica, por ejemplo, es una turbomáquina motora que puede ser de acción o de reacción, según el diseño del rodete; pese a que las diferencias pueden ser de tamaño, ángulo de los álabes o cangilones, también entre las turbinas hay diferencias del tipo Kaplan —la cuales son axiales—, están las Pelton —de flujo transversal— o las Francis —diseñadas para un flujo de agua medio y caudaloso—. Ya no digamos las Ossberger y las Michell, Dios mío, esas ya son de libre desviación y otros tipos de admisión radial.

(Tos) Pues bien, luego de tan valiosa información, podemos concluir que las turbinas son una maravilla y las hay de gran variedad. La pregunta es de qué me serviría “saber” todo eso si no me interesa en lo más mínimo conocer nada de las malditas turbinas. Mi ejemplo es un fusilamiento de información. “Fusilar” es la jerga empleada para decir que alguien se robó la idea de otra persona, pero escribiéndola con sus propias palabras. Por ejemplo, en vez de repetir: “Dicha teoría tiene sus orígenes en una reconocida saga de pensadores, entre ellos Durkheim, que en algunos puntos recuerda un enunciado aristotélico”; quien fusila, escribe: “La teoría en cuestión procede de una interesante saga de estudiosos como Durkheim, que en algunos aspectos recuerda un enunciado de Aristóteles”. Es lo mismo, pero más barato.

Más allá del aspecto ético —bastante comentado por estos días— quisiera referirme a la construcción social de una imagen; a esa terquedad esclava de construir un becerro de oro para mamar de él un favor o ante el cual hincarse. El que aparenta hace lo suyo, pero el que lo idolatra es más curioso. El que pide ser llevado en hombros, su problema, pero el que se ofrece a ciegas a declararlo su amo, maestro, no deja de ser, digamos… peculiar.

Urge un retorno a la sencillez. Necesitamos cursos de sensatez. No parece buena idea erigir tronos a cambio de obtener altos puestos que nos transforman, al final, de país a cómic.

@juanlemus9

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