LA ERA DEL FAUNO

No imaginábamos este momento

Juan Carlos Lemus @juanlemus9

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Enero es un mes un tanto arrogante. Se cree algo así como el emprendedor del año que marca el paso al porvenir. Carga, sin embargo, sobre sus hombros las deudas de diciembre; trae resaca por los excesos y recicla propósitos incumplidos.

Para desmitificar esa fama que tiene de enérgico luchador, advirtamos que da inicio brindando casi una semana de pereza. Los primeros cinco días los concede al desentumecimiento general. Enero hace como que tiene que reacomodarse los huesos estropeados de tanto baile (o de tanto golpe recibido por la vida) y procura que los compromisos se hagan por ahí, por el seis en adelante.

El 14, Guatemala cambiará de presidente; debido a que caerá jueves, habrá que considerar que se está muy cerca de un fin de semana, razón por la cual a los nuevos gobernantes se les abordará con más holgura a partir del lunes 18 o el martes 19, más o menos. Luego, veremos qué sucede, con paciencia, pues las sorpresas caerán por turnos.

Este mes, los nuevos diputados recibirán entrenamiento, lo que les tomará algunos días hasta que se animen a meter el pie en el agua para calcular la temperatura del robo. Los que nunca han probado qué se siente tener poder y vivir con tantas comodidades —a cambio solo tienen que soportar injurias del populacho—, pronto tendrán que decidir entre luchar con honradez por una Guatemala mejor o dejarse llevar por las hediondas aguas donde navegan los tránsfugas, mentirosos y ladrones de siempre.

Podemos sentirnos agradecidos porque llegar vivos al 2016 no es cualquier cosa. Miles de personas murieron trágicamente en 2015. Otros miles fallecieron por causas naturales. Y miles más, por causas que pudieron ser evitadas en los hospitales desbastecidos. Aquí seguimos usted y yo. Cada quien sabe con qué propósito. Pero para que estemos vivos, a menos que usted sea un clon, cada uno tuvo dos padres, necesariamente, además de cuatro abuelitos, ocho bisabuelos, 16 tatarabuelos, 32 trastatarabuelos o cuartos abuelos, 64 quintos abuelos, 128 sextos abuelos, 256 séptimos abuelos, 512 octavos abuelos; ni uno menos.

Significa que cada uno de nosotros tiene todos esos parientes consanguíneos en línea recta ascendente, de aquí hasta los tiempos de la Colonia, sin contar los anteriores. Si uno de todos ellos no hubiera existido, habría sido imposible que naciéramos porque nadie se embaraza a sí mismo. Es decir, según estos cálculos, allá por los años 1500 había 256 parejas en alegre cópula engendrando una ruta a largo plazo, enmarañada hacia nosotros como una red en forma de embudo. Aquellas parejas habrán sido gente mala o buena, no sabemos, colonizadoras o colonizadas. Que levante una mano quien crea tener solo ascendencia decente y viene sin genes de ladrones ni asesinos. Pero ese sería otro tema.

Quienes traemos naftalina de los años 1960 o 70 —ya no digamos quienes la traen de los 50 o los 30—, nunca imaginamos que saltaríamos la valla de la primera quincena de este milenio. Nos imaginábamos muertos o, si vivos, transportándonos en naves aéreas individuales, volando con solo presionar un botón y cogidos de un timón. Pero la comunicación con extraterrestres, la supertortilla, el hambre cero, todas las proyecciones fallaron.

Según lo planificado, por estos días el general retirado estaría seleccionando su casimir inglés para acudir muy elegante a entregar el cargo. Él y la número dos al mando —que sería la primera alcaldesa de la Ciudad de Guatemala— entregarían el 14, a las 14 horas, la Presidencia a Alejandro Sinibaldi, un hijo predilecto de la familia patriotera. Lástima. La justicia suele jugar malas pasadas.

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