Pluma invitada

Es la aventura, no la meta

El final importa, sí, pero sin el recorrido no tendría sentido.

En estos últimos meses, he logrado cerrar dos proyectos en los que llevaba mucho tiempo trabajando. Proyectos complejos, ambiciosos y que me generaban una genuina motivación. Durante el camino, experimenté todo tipo de emociones: altibajos, incertidumbre, frustración, emoción y también esos alegrones de burro que el tiempo se encarga de poner en su justa dimensión.

Si una película mostrara solo la escena final, ¿realmente la veríamos?

A lo largo de todo ese recorrido, siempre estuvo presente algo más fuerte que el cansancio o la duda: la curiosidad por el siguiente paso, la emoción de trabajar con compañeros, amigos y profesionales con quienes compartíamos metas, retos y visión. El esfuerzo, el compromiso, la dedicación y el entusiasmo nos llevaron a culminar con éxito la primera, y posiblemente más importante, etapa de estos proyectos.

Entonces, ¿por qué, al concluir esta etapa en la que he trabajado durante años, no logro sentir la satisfacción que imaginé?

Aquí quisiera hacer una analogía. Si una película mostrara solo la escena final, ¿realmente la veríamos? El resultado, esa escena final donde el héroe salva al mundo, golpeado pero victorioso, logrando hacer posible lo que parecía imposible, solamente tiene sentido si conocemos el camino, el esfuerzo que le tomó al héroe llegar allí. 

Lo que nos mantiene atentos en la trama es el conflicto, las decisiones difíciles, los errores, la confrontación de sus miedos, la superación ante la adversidad y los aliados que aparecen en el camino. El final importa, sí, pero sin el recorrido no tendría sentido.

El desenlace es importante, por supuesto, pero los aprendizajes, la transformación del personaje y la construcción de las relaciones de compañerismo y amistad son las que verdaderamente trascienden.

Considero que lo mismo nos pasa a nosotros, en nuestra vida profesional. La felicidad no debe estar solo en la meta, sino en el camino. Está en las personas con las que compartes la aventura, en los momentos difíciles que, con el tiempo, se transforman en pequeñas victorias. Es en esa reflexión, en que vemos el valor de la travesía y lo unimos al agradecimiento a Dios, donde ese vacío inicial se disipa rápidamente y uno logra reenfocarse en lo que viene. El verdadero éxito no está en cruzar la meta, sino en quién te conviertes mientras avanzas hacia ella.  Ese crecimiento de ver un antes y un después en nosotros es lo que más vale. Las metas nos dan  norte y dirección, pero es el camino el que nos da vida. Y una vez estamos del otro lado, es el momento perfecto para generar una nueva ilusión para emprender una próxima aventura.

En esta época del año, cuando un ciclo se cierra y otro comienza, es natural detenerse a pensar: ¿Qué logré en el 2025? ¿Me acerqué más a mi meta? El mensaje que quiero dejar para el próximo año es simple, pero poderoso: nunca dejen de disfrutar la aventura.

Si lograste el resultado, enhorabuena. Aprecia y agradece lo alcanzado y a los que te acompañaron en el camino. Si no lo lograste aún, no importa; cruzaste un camino antes no transitado y eso te hace más fuerte hoy. Disfruta el trayecto, mira los avances en el proyecto y la evolución positiva en ti.

Porque, al final, eso es lo que hace que nuestra propia película realmente valga la pena.

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