Pluma invitada
Gobiernos que fallan: el liderazgo transformacional que hace falta
Sin líderes éticos y competentes, el país seguirá atrapado en el mismo ciclo de fracaso.
El fracaso repetido de muchos gobiernos en América Latina —especialmente en Guatemala— no es únicamente consecuencia de la corrupción, burocracia o incompetencia. En el fondo, refleja un vacío más profundo: la ausencia de liderazgo transformacional. Ese vacío perpetúa ciclos de desigualdad, ineficiencia, abuso e impunidad. Ya no bastan los remiendos superficiales ni los rostros reciclados. Guatemala necesita con urgencia un liderazgo serio: ético, valiente y capaz de reconstruir una nación.
Sin líderes éticos y competentes, el país seguirá atrapado en el mismo ciclo de fracaso.
Esta columna amplía lo propuesto en el artículo Gobiernos que fallan: sin visión de nación no hay transformación (14/06/25), donde se planteó una estrategia tripartita para ejecutar un proyecto de nación integrador. Frente a este vacío estructural y ético, el punto de partida debe ser una transformación profunda del liderazgo. Sin un liderazgo renovado, no hay solución posible.
El liderazgo transformacional no es opcional: es el pilar de una renovación democrática real. Exige más que carisma o credenciales. Requiere carácter, propósito y un compromiso genuino de servicio —y de enfrentar con decisión el malgasto, el fraude y la corrupción que debilitan las instituciones y frenan el desarrollo—. Este modelo de liderazgo, forjado en medio de crisis reales y nutrido por una visión mundial, se sostiene sobre cuatro pilares esenciales e interdependientes: capacidad ejecutiva, integridad ética, liderazgo con propósito y visión compartida de servicio orientada al futuro, que a continuación se describen.
Primero, “liderazgo visionario y gestión administrativa” deben coexistir. Una visión sin ejecución es ilusión; la ejecución sin visión es estancamiento. Se necesitan líderes que imaginen, inspiren, tomen decisiones y dirijan, y gestores que realicen, cumplan y ejecuten.
Segundo, “liderazgos filtrados y no filtrados deben equilibrarse”. Los líderes filtrados aportan conocimiento y experiencia institucional y operativa; los no filtrados, visión estratégica, disrupción y reforma. Solo los líderes no filtrados pueden desafiar sistemas enquistados, trazar el rumbo y delegar su ejecución a los filtrados. Líderes no filtrados como directores ejecutivos (CEO): visión, disrupción, toma de riesgos, cambio de paradigma. Líderes filtrados como directores programáticos u operativos (COO): ejecución, optimización, continuidad, estructura.
Tercero, “el personal es la política pública”. Las instituciones son tan éticas y eficaces como las personas que las dirigen. Sin integridad en la cima, ninguna política —por bien diseñada que esté— tendrá éxito.
Cuarto, y lo más crucial, el liderazgo transformacional exige una “filosofía integral, con enfoque futurista, compartido y de servicio”. Este enfoque requiere líderes que piensen en décadas, no en ciclos electorales; que anticipen desafíos, promuevan la innovación y busquen soluciones sostenibles. Rechaza el autoritarismo personalista y poder concentrado en favor de un liderazgo colaborativo, donde equipos, aliados y ciudadanía compartan responsabilidades. Y, sobre todo, recupera el sentido ético del servicio público: donde el poder no debe ser botín, sino instrumento para servir y transformar vidas.
Guatemala no necesita más de lo mismo. Necesita una nueva generación de líderes con la claridad moral para desafiar el statu quo, la competencia para ejecutar y la humildad para servir. El liderazgo transformacional no es una opción —es una necesidad nacional urgente, estratégica e impostergable—.
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