Pluma invitada

Rob Reiner era mi amigo

Lo que les ocurrió a Rob y Michele es una obscenidad, un abismo en la realidad vivida.

Rob Reiner era mi amigo, y Michele también. A partir de ahora, tendré que utilizar el tiempo pasado, y eso me llena de una profunda tristeza. Pero no hay otra opción.

Rob y yo nos conocimos en Los Ángeles a principios de la década de 1970. Yo tenía un buen amigo en Nueva York llamado Bill Minkin, un comediante, locutor de radio y actor legendario. Bill apareció en algunas de mis películas, incluida mi primera cinta, ¿Quién llama a mi puerta? A través de Bill, conocí a George Memmoli, también en la comedia (George interpretó a Joey en Mean Streets y a Nicky en New York, New York). Cuando me mudé a Los Ángeles, empecé a ir a reuniones en casa de George. Eran salones de comedia de stand-up, que duraban toda la noche. David Steinberg y Dick Gregory se la pasaban allí con bastante frecuencia, y allí conocí a Rob y a su esposa de entonces, Penny Marshall.

Rob y yo éramos, en cierto modo, trasplantados del Este. Él y su familia se habían mudado a Los Ángeles cuando era joven, pero nació en el Bronx y vivió en New Rochelle de niño. Rob procedía de la realeza del mundo del espectáculo neoyorquino. Su madre, Estelle, era una maravillosa cantante y actriz, y su padre, Carl, salió de Your Show of Shows de Sid Caesar, junto a Neil Simon y Mel Brooks, quien más tarde se convirtió en su socio con el brillante número “El hombre de los 2000 años”. Esto era 100 por ciento humor neoyorquino, y estaba en el aire que yo respiraba.

Debo decir que había varios grupos de improvisación diferentes que formaban parte de aquella escena en aquella época. El grupo de George, con Bill Saluga y Michael Mislove, Patti Deutsch y Fred Willard, era el Ace Trucking Company. Rob estaba más relacionado con Credibility Gap, satíricos de la radio alternativa con un agudo filo político y contracultural. Para que te hagas una idea de dónde estaban, una de sus emisiones se llamaba “J. Edgar Hoover: demasiado orgulloso para morir, demasiado muerto para vivir”. Michael McKean, Harry Shearer y Albert Brooks también formaban parte de esa escena.

De inmediato, me encantó pasar tiempo con Rob. Teníamos una afinidad natural. Era divertidísimo y a veces mordazmente gracioso, pero nunca fue el tipo de persona que se apoderaba de la sala. Tenía un hermoso sentido de la libertad desinhibida, disfrutando plenamente de la vida del momento, y además poseía una gran carcajada.

Lo único que me ayudará a aceptarlo es el paso del tiempo.

Cuando le homenajearon en el Lincoln Center, McKean hizo un número que era una brillante parodia de los solemnes discursos oficiales de homenaje. Antes de llegar al remate, Rob se rió tan fuerte que se pudo escuchar en todo el auditorio.

Cuando nos vimos aquella primera vez en casa de George, la canción de War “The Cisco Kid” sonaba a cada rato en la radio. Rob y yo estábamos hablando y me dijo casualmente: “Sabes, Cisco Kid era amigo mío”. “De verdad”, dije, “no sabía que era real”.

Hmm, me pregunté, quizá conocía a Duncan Renaldo. Seguimos hablando un buen rato antes de que por fin me dijera que estaba bromeando. A ver, eso debía haber sido bastante patético: el comediante que tenía que explicar el chiste. Pero Rob era tan bueno que me tenía en la palma de la mano.

Mantuvimos el contacto a lo largo de los años y vimos las películas del otro. Mi favorita entre sus películas es Misery, una película muy especial, maravillosamente interpretada por Kathy Bates y James Caan. Pero luego, por supuesto, está This Is Spinal Tap. De algún modo, esa película es única en su género. Es una especie de creación inmaculada. Y gran parte de la grandeza de esa película es el propio Rob, como director y como actor.

Cuando estaba haciendo el casting de El lobo de Wall Street, pensé inmediatamente en Rob para interpretar al padre del personaje de Leonardo DiCaprio. Podía improvisar con los mejores, era un maestro de la comedia, trabajó de maravilla con Leo y el resto de los chicos, y comprendía la difícil situación humana de su personaje: el hombre amaba a su hijo, estaba contento con su éxito, pero sabía que estaba destinado a fracasar. Hay un momento maravilloso en el que Rob observa cómo Jon Favreau le explica a Leo que puede salir relativamente indemne si se marcha de su empresa antes de que la Comisión de Bolsa y Valores tenga la oportunidad de acusarle de infracciones. La expresión de la cara de Rob, cuando se da cuenta de que Leo está dudando y que al final no se detendrá, es muy elocuente. “Tienes todo el dinero del mundo”, le dice. “¿Necesitas el dinero de los demás?”. Un padre cariñoso, desconcertado por su hijo. Me conmovió la delicadeza y franqueza de su interpretación cuando la rodamos, me conmovió una vez más cuando unimos la escena en el montaje y me conmovió cuando vi la película terminada. Ahora me rompe el corazón pensar siquiera en la ternura de la actuación de Rob en esta y otras escenas.

Lo que les ocurrió a Rob y Michele es una obscenidad, un abismo en la realidad vivida. Lo único que me ayudará a aceptarlo es el paso del tiempo. Así que, como todos sus seres queridos y sus amigos —y vaya que eran personas con muchos, muchos amigos—, tengo que permitirme imaginarlos vivos y sanos… y que un día estaré en una cena o una fiesta y me encontraré sentado junto a Rob, y oiré su risa y veré su rostro beatífico y me reiré con sus historias y disfrutaré su naturalmente oportuno sentido del humor, y volveré a sentirme afortunado de tenerlo como amigo.

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