PUNTO DE ENCUENTRO

Querido Monte María

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En 1987, con 16 años y cursando cuarto Magisterio de Educación Primaria, llegué junto a un grupo de mis compañeras de clase a una escuela pública de la colonia El Mezquital para colaborar como practicante voluntaria en  sexto grado de primaria de la jornada vespertina.

Durante todo ese año escolar, los jueves por la tarde los dedicamos a trabajar con las niñas, niños y adolescentes del Mezquital, de los que aprendimos más de lo que nosotras pudimos enseñarles. Esa experiencia en una zona que ya en aquel tiempo se considerada “roja” me marcó para toda la vida. Aquellas jornadas me enfrentaron a la realidad-real y me mostraron con toda su crudeza lo que significa la exclusión y la pobreza en un país como el nuestro.

De todos los chicos, recuerdo en especial a uno, de nombre Víctor, que no terminó el curso porque había decidido salirse de una pandilla y lo estaban buscando para “cobrársela”. Una tarde, después de varias ausencias, lo encontré en el patio de la escuela con las manos metidas dentro de las bolsas del sudadero y con la capucha puesta a pesar del calor. No dijo nada, solo me entregó una figurita de papel en la que había escrito dos letras: MM y dos palabras: gracias seño.

Esa fue su despedida y su manera de agradecer aquellas horas compartidas. Nunca supe si las iniciales MM eran por mi nombre o por el del colegio, el Monte María, que organizaba aquellas jornadas con el propósito de hacer realidad el valor de la solidaridad (que no el de la caridad) y, de paso, mostrarnos uno de los rostros de la verdadera Guatemala. Nuestro suéter color verde tenía bordado el escudo con las iniciales del colegio y creo que de ahí le vino la idea del “MM”.

A las sisters, como les llamábamos cariñosamente a las religiosas Maryknoll que fundaron y trabajaron durante décadas en el colegio Monte María, les debemos no solamente una formación académica sólida y de enorme calidad, sino una educación capaz de hacernos reflexionar y cuestionar la realidad, pero sobre todo, de querer hacer algo para transformarla.

Eso y su empeño permanente por romper los estereotipos y los roles que nos condenan como mujeres exclusivamente al ámbito privado son, para mí, los dos legados invaluables que me dejó el Monte María. Fueron las sisters y varias de mis maestras quienes lograron a fuerza del ejemplo y de enorme determinación hacernos ver que “calladitas no nos vemos más bonitas”. Nos enseñaron que la palabra (hablada o escrita) es una poderosa herramienta para construir y también para denunciar, y nos permitieron a través del periódico estudiantil La Estrella descubrir la experiencia de la comunicación y la importancia de los medios.

Nos prepararon para ser ciudadanas, protagonistas de la realidad y no meras espectadoras, para ser independientes y no sumisas ni resignadas. Ese es el sello Monte María, nada menos.

Por eso este 2018, cuando se cumplen 65 años de la fundación del colegio, vale la pena detenerse para valorar y agradecer a ese grupo de religiosas y maestras que tomaron la decisión de contribuir a cambiar la realidad de Guatemala, formando mujeres que fueran capaces de entenderla y transformarla. En el colegio también aprendimos que quien no conoce la historia está condenado a repetirla y que la diversidad de nuestro país no es un obstáculo, sino una fortaleza.

Quienes tuvimos la posibilidad de estar en las aulas del Monte María formamos parte de un proyecto educativo que nos enseñó que “así como una vela enciende otra vela sin menguar su fulgor, así nobleza engendra nobleza”.

@MarielosMonzon

ESCRITO POR:

Marielos Monzón

Periodista y comunicadora social. Conductora de radio y televisión. Coordinadora general de los Ciclos de Actualización para Periodistas (CAP). Fundadora de la Red Centroamericana de Periodistas e integrante del colectivo No Nos Callarán.