BIEN PÚBLICO

Salvar un zanate

Jonathan Menkos Zeissigjmenkos@gmail.com

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Una mañana del pasado noviembre, por la zona de los museos, observé a una mujer asumiendo el riesgo de bajarse de la banqueta para tomar entre sus manos a un zanate que hacía un inútil esfuerzo por volar y escapar de la marabunta de carros que le pasaban cerca.

En estos tiempos en que todo lo que se suele reconocer como importante lo es porque aparece en las redes sociales, es bueno ver más allá de lo que sale en la pantalla del celular o de la computadora, acercarse más a la realidad. Llevo muchos años en este ejercicio y, por fortuna, podría llenar varias páginas poniendo las pequeñas y excitantes acciones que he visto a lo largo de mi vida. En un viaje en bus por La Habana (2005), me topé con una mujer que iba con su hija y llevaba una bolsa de pan. Muy cerca de ellas, un hombre reprendía a su hijo, de unos 5 años, por tocar esta bolsa. La mujer entonces la abrió y le ofreció un pan al pequeño, mientras le recordaba al padre que ningún niño tiene que tener hambre, aun cuando esta pueda ser solo pasajera. Gracias compañera, le dijo el hombre. En Nueva York (2008), en un teléfono público, un muchacho ecuatoriano me obsequió una moneda de 25 centavos para completar una llamada. Lo hizo al darse cuenta de que yo buscaba infructuosamente en mi bolsillo. Le agradecí muchísimo y él sonrió. En Guatemala (2017), en una mañana de tráfico, un hombre agradeció a un niño el que le haya limpiado el vidrio delantero de su carro y le entregó un pan y una manzana. Los dos se vieron a los ojos, se sonrieron y siguieron su camino. Todos los domingos, un maestro de las Verapaces, guarda la revista D y retazos de periódicos para acrecentar la biblioteca de su escuela. Los lunes, los patojos exploran qué hay nuevo.

Zygmunt Bauman y Leonidas Donskis, en su libro Ceguera moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida, hablan sobre la «adiáfora» término con el que explican esa actitud de indiferencia hacia lo que acontece en el mundo que nos rodea. La vida apresurada y las redes sociales, explican, podrían estar dejando poco tiempo para prestar atención a temas de importancia, corriendo el riesgo de perder la sensibilidad ante los problemas de los demás. Y usted, ¿ha intentado salvar a un zanate? ¿Ha sacrificado algo para ayudar al que tiene hambre o frío? ¿Ha pensado cómo ha sido la vida de los patojos de Las Gaviotas y de las niñas del Hogar Seguro? ¿Ha hecho algo al respecto? Y usted, ¿se ha sentido acompañado en sus luchas?, ¿quiere vivir en una sociedad de indiferentes?

La ceguera moral ha banalizado tanto el sufrimiento de los demás como lo que está mal hecho. De ahí que algunos políticos y líderes económicos digan que la lucha contra la corrupción solo ha arruinado el crecimiento económico, mientras abogan por reducir salarios, privatizar la seguridad social o disminuir el pago de impuestos. Entre esas voces hay sinvergüenzas que no son ciegos, pero otros tantos puede ser que nunca hayan intentado salvar un zanate.

Desde 2015 estamos batallando porque la impunidad y la corrupción no sean la fuerza que mueve esta sociedad. Debemos cambiar muchas instituciones, políticas y organizaciones, pero nos hace falta construir una consciencia popular basada en valores tales como la solidaridad, la empatía y simpatía; plantear como nuestros los problemas que aquejan a la mayoría: pobreza, desempleo, incertidumbre e inseguridad. La sociedad puede cambiar si muchas personas trabajan en ello y reconocen que las pequeñas hazañas tienen el poder de marcar los grandes cambios. Para empezar, ¡atrevámonos a salvar un zanate!

jmenkos@gmail.com

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