ALEPH
Solo por ser mujer
El 12 de noviembre del 2016, aproximadamente a las 10 de la mañana, Brenda siente deseos de ir al baño, y decide pasar al Oakland Mall mientras espera que su hija salga de la clase de los sábados. Eso cambia su rutina de siempre: pasar al mercado de la Villa a comprar la verdura de la semana. Después de caminar casi una hora viendo tiendas, se da cuenta de que ya debe recoger a su hija. Paga el parqueo y se dirige hacia su carro, localizado en el primer sótano del centro comercial, cercano al cubo que desemboca en la diagonal 10.
Ingresa al carro y al dejar la bolsa en el asiento del copiloto siente que una mano la agarra fuertemente del antebrazo izquierdo, por lo que instintivamente recuesta el cuerpo en el apoyabrazos. En ese momento el hombre le grita: “hoy si te morís hija de la gran p…”. Inmediatamente después comienzan los repetidos golpes en la cabeza, ante lo cual ella siente mucho dolor y ardor. Pensó en segundos voltearse para encarar al agresor, y así lo hizo. Al establecer contacto visual con él, pudo verle bien la cara, sus características físicas y su vestuario. Él la golpeó en la cara y ella volvió la cabeza nuevamente en sentido contrario, sintiendo dos o tres golpes más. Agarró su bolsa con la intención de dársela, pero él se había asustado y marchado.
Se vio la blusa blanca, completamente roja. En el sillón del copiloto, una piedra puntiaguda y triangular, como de unos 20 o 30 cm. En ese momento temió por su vida; no sabía si tenía lesiones internas, o un daño cerebral irreversible que no tardaría en manifestarse. Cerró el carro y corrió a buscar ayuda; llegó al quiosco más cercano y dio las características del agresor al personal de seguridad que se acercó al verla bañada en sangre. Entonces llama a su esposo, le cuenta y le pide que vaya por su hija. Se entera luego de que el personal de seguridad del centro comercial había logrado, a partir de su descripción, localizar al agresor a una cuadra de distancia, sobre la 13 calle de la zona 10.
Ella nunca había visto al agresor, quien entra al lugar apenas diez minutos antes del hecho, con una bolsa negra en la mano (la piedra iba adentro). En las cámaras todo queda grabado —por cierto, el personal del Oakland Mall se portó de maravillas y la ayudaron en todo—. El agresor tampoco tiene relación con alguien más de su familia, como se pudo determinar después. Su objetivo era localizar a cualquier mujer para agredirla hasta, quizás, matarla; además ya tiene antecedentes de violencia contra la mujer. Brenda se salió de su rutina ese día, lo cual permite descartar que él la haya seguido desde hacía tiempo. Tampoco le robó nada. Así que ella aún no entiende por qué su cara hinchada y los cuarenta puntos en la cabeza. De no tener la protección del carro y haber enfrentado al agresor, lo más probable es que estuviera muerta. Así le dijeron en el hospital.
Ante esto, surgen gestos y comentarios que ponen en evidencia a la Guatemala que vive en la burbuja. Al verla sangrando en el centro comercial, por ejemplo, hubo gente que en vez de ofrecerle ayuda le tomó fotos. Amigas y amigos siguen preguntándole si en serio, pero en serio, súper en serio, no conocía al agresor. Otras personas le sugieren que ya que no pasó a más, mejor dejarlo así. Otros preguntan si entonces esto de la misoginia de verdad sucede en Guatemala. ¿No estarás metida en algo? ¿Entonces no le pasa solo a las mujeres pobres?
“Me llamo Brenda, tengo 43 años, un hijo de 10 y una hija de 8. Un marido que me apoya. Soy profesional y denuncio con el objetivo de que lo que me ocurrió se sepa y sirva para que las mujeres denuncien la violencia machista y asesina”. Gracias Brenda, porque en Guatemala, la mayoría de hechos de violencia contra las mujeres se cometen dentro de sus casas o en otros lugares “seguros”. La violencia como la ejercida por Allan, el hombre de 26 años que la atacó, no entiende de estatus socioeconómico o lugar. Solo sucede porque un hombre se ensaña contra una mujer.