PERSISTENCIA
Suelo ideal y libertad poética
Uno de los temas más discutibles en el vasto campo de lo estético es el que se refiere al mundo de lo real y de lo ideal en el arte. Federico Nietzsche, al estudiar la esencia del coro trágico griego —máximo exponente no solo de la tragedia, sino del arte en general—, trata de dilucidar el enigma que hay detrás de la esfinge de lo estético, representado en el coro griego. En el capítulo 7 de El nacimiento de la tragedia se impone la obligación de “penetrar con la mirada el corazón de ese coro trágico”, que además de ser el auténtico drama primordial, encierra el misterio del arte en general.
En primer término analiza “frases retóricas corrientes” que, a través de la tradición, han tratado de procurarnos un entendimiento de lo que representa el coro. Está, en primer término, el que ha considerado que el coro “está destinado a representar al pueblo frente a la región principesca de la escena”. Entraríamos aquí a una esfera de tipo político-social, pues el coro representaría la moral de los democráticos atenienses. Para Nietzsche —hondo conocedor del coro en Esquilo y en Sófocles—, es una “blasfemia” considerar al coro como una “representación constitucional del pueblo”. El coro (el arte) está más allá de toda política y de toda moral. Al dios que le canta: Dionisos es “tan solo un dios-artista complementa amoral y desprovisto de escrúpulos, que tanto en el construir como en el destruir, en el bien como en el mal, lo que quiere es darse cuenta de su placer y de su soberanía, un dios-artista que, creando mundos, se desembaraza de la necesidad implicada en la plenitud y la sobreplenitud, del sufrimiento de las antítesis en él acumuladas…”. Se trata, pues, de un dios “más allá del bien y del mal”. Por lo tanto, también el coro (o el arte en general) está desligado de todo compromiso moral en cuanto a representación popular del pueblo. En cuanto a la postura de Schlegel, de llamar al coro el “espectador ideal”, ha de tenerse en cuenta, para penetrar su hondo sentido, el público de espectadores, tal como lo conocemos en el mundo moderno, y el público de espectadores concebido por el hombre griego.
Así, el espectador en el primero de los casos, permanece consciente en todo momento de que lo que tiene frente a sí es una obra de arte, no una realidad empírica, mientras que el espectador griego, llamado por Nietzsche “dionisíaco”, “se reencontraba a sí mismo en el coro de la orquesta”, esto es, “en el fondo no había ninguna antítesis entre público y coro…”. Así, una muchedumbre entera —todo el pueblo griego— se sentía mágicamente transformada: “La transformación mágica es el presupuesto de todo arte dramático. Transformado de este modo, el entusiasta dionisíaco se ve a sí mismo como sátiro, y como sátiro ve también al dios; es decir, ve, en su transformación, una nueva visión fulera de sí, como consumación apolínea de su estado…”. De este modo, el coro englobaba al espectador; era uno con el espectador. Pero para llegar más hondo al “corazón del coro”, Nietzsche recurre a Schiller, quien “considera el coro como un muro viviente tendido por la tragedia a su alrededor para aislarse nítidamente del mundo real y preservar su suelo ideal y su liberad poética”. Ahora bien, aquí parecería existir una contradicción entre el coro, que es en sí mismo una realidad, y el “suelo ideal” en el que ha de moverse. Nietzsche parece resolver esta diferencia sin mayor dificultad: “…es un suelo ‘ideal’ aquel en el que… suele deambular el coro satírico griego, el coro de la tragedia originaria, un suelo situado muy por encima de las sendas reales por donde deambulan los mortales…”.
Esto es, a nuestro entender, Nietzsche habla de dos clases de realidades: una vital y otra poética; en la primera, deambulan todos los humanos al aceptar como verdaderas todas las personas, animales y demás cosas que les rodean en la vida cotidiana. En las segunda, deambulan el coro, los poetas, quienes descubren dentro de sí otra realidad [tan auténtica y verídica como la primera, y son sus ideas, sentimientos, pasiones, la cual es lanzada fuera de sí, a un “suelo ideal”] que conlleva la “libertad poética”.