LA ERA DEL FAUNO
Trompetas, elotes, gritos y un loco en la plaza
El viernes 14 de septiembre, la plaza central de la capital era Babel. Un desequilibrado tomó el micrófono, habló de malos extranjeros y de fervor patrio. Muy a su pesar, aunque había sacado a las calles a sus soldados, policías con perros e infiltrados para infundir miedo e impedir que le fuera contradicha tanta hipocresía, la gente lo abucheó, elevó pancartas, le gritó burro y otros improperios, y le exigió, a gritos, su renuncia al cargo como Presidente de la República de Guatemala.
Simultáneamente, como desafiando el discurso del tipo al micrófono y desdeñando también la rechifla, las bandas escolares se alinearon preparando aquí y allá su recorrido final. Mientras el iracundo hablaba, los tambores retumbaban cerca de Catedral, por la fuente, por el portal de comercio y el parque Centenario. Los estudiantes lucían felices, ajenos al discurso del loco y también a las peticiones de su renuncia; marchaban como lo ensayaron durante meses en sus colegios, en callejones y canchas de futbol. Habrán pensado que se prepararon todo el año y no valía la pena suspender por una nada.
En tanto que el demente pirueteaba su discurso sorteando vuvuzelas que se le atravesaban por la nariz y las orejas, mientras lo atacaban los moscos de la rechifla; mientras que muerto de miedo e ira resaltaba las palabras fe, valores, bandera y familia; y en tanto que las bandas hacían oír sus trompetas, miles de personas caminaban de aquí para allá comiendo elotes, fumando, platicando y riéndose como cuando va uno por la feria.
Quienes somos leninistas, trotskistas, fidelistas, maoístas, comeniños y demás etiquetas procomunistas que nos han colocado los dueños del poder y la gloria, veíamos con desaliento, esa noche, que persistiera la marcialidad chocante y no el reclamo estudiantil al unineuronal del micrófono porque los reprimió cerrando el paso y sacando armados a sus kaibiles. Era contradictorio que, si había mandado cerrar cuadras para protegerse y acudir a la Catedral donde le dedicaron un tedeum para él solito con su familia y amigos, desfilaran las bandas como si nada, como si no hubiera restringido la locomoción. Uno no se explica, más bien, los maoístas comeniños no nos explicamos por qué pese a la humillación de un depravado se celebre “la libertad”, se desfile y esas cosas.
Pero cada cosa tiene su explicación. No vamos a condenar a los muchachos. Quisiera uno que no marcharan y que, si lo hacen, fuera como los estudiantes de Xela o de Quiché que lo hicieron con pancartas en contra del mononeuronal del micrófono. Pese a ello, intentaré entenderlo: es posible que a determinada edad se busque en los desfiles la oportunidad de tomar las calles porque todo el año esas calles nos toman a nosotros. Son espacios inseguros, deshumanizados. ¿Cómo rechazar la oportunidad de volverlas “suyas” abriéndose paso con los tambores? Marchar no necesariamente es inconciencia social, pero tampoco es prueba de fervor patrio como dice el perturbado. A la búsqueda de libertad se le etiqueta como soberanía porque es lo que la gente espera oír. También, puede que algunos quieran manifestar de esa manera su alegría e identificación con el sitio donde nacieron, es probable.
En cuanto a la forma brutal de humillar a la población, recordemos que no se puede esperar menos de un paranoide, el del micrófono. Tras exhibir poder, sus ventrílocuos se lo sientan sobre el muslo para que hable de valores, tradición y esas cosas. Y acerca de los que pedían su renuncia, claro, cómo no exigir que le quiten la pistola al mono, los hilos al muñeco, el micrófono al loco.
@juanlemus9