ALEPH

Un día lo lograremos

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Escribo este artículo casi una semana después de las elecciones que, lastimosamente, se cruzaron en el medio de un proceso ciudadano memorable de manifestaciones y propuestas pacíficas. Como no empatizaba con ninguno de los partidos punteros, el resultado de la primera vuelta me dejó un sabor raro en la boca porque, más allá de sacar un diablo, pasamos a la segunda vuelta sin saber si podremos darle vía libre a la democracia que soñamos, y quién sabe si a abrir las puertas de otro infierno. Supongo que cada decisión difícil nos pone frente a la misma disyuntiva.

Así, esto me hace escribir desde la esperanza que sostengo, más que desde la realidad que se dibuja frente a nosotros. Dicho está que Guatemala es un Estado desfinanciado, desigual, corrupto y violento. Pero también está visto que, de nuevo, recuperamos nuestra condición de ciudadanía a través de la participación y el interés por todo aquello que hace solo seis meses no nos convocaba como la sociedad unida que podemos ser. En mi entorno familiar crecí escuchando debatir en paz a un abogado liberal y a un abogado marxista, lo cual constituyó para aquella niña una confusión y para esta mujer un regalo maravilloso. También viví en la época en que me decían mi madre y mi padre que no se hablaba en público de ciertos temas, entre ellos el político. Y así fue, hasta que la norma fue contrariar la parálisis cultural a la que a veces nos vemos expuestos.

Quiero a este país más que a ningún otro, porque aquí he vivido mis más grandes emociones. Pero carezco de ese chip que exalta las doctrinas nacionalistas. Por ello, creo con sencillez que Guatemala necesita básicamente tres cosas: justicia, seguridad y desarrollo en igualdad de condiciones para toda la población. De cara a estas necesidades y con la segunda ronda de elecciones a la puerta, me he planteado las siguientes preguntas: 1) ¿Cuál de los dos partidos trabajaría por el establecimiento de un Estado de Derecho? 2) ¿Cuál sostendría a la Cicig en nuestro país por un tiempo prudencial y cuál se la querría sacudir rapidito? 3) ¿Cuál de los dos dotaría de un presupuesto adecuado al Ministerio Público y respetaría la independencia judicial? 4) ¿Cuál de los dos estaría dispuesto a poner el rubro social (educación, salud, empleo…) en el centro de su gestión, desde una visión de nación de largo plazo y con énfasis en niñez y adolescencia? 5) ¿Cuál de los dos estaría dispuesto a consensuar con más sectores de la sociedad guatemalteca a lo largo de su mandato y no solo con los mismos de siempre? 6) ¿Cuál de los dos dejaría que las manifestaciones ciudadanas se realizaran en paz y que la libre expresión siguiera siendo libre? 7) ¿Qué partido apoyaría una reforma profunda del sistema político en particular, y del Estado en general? y 8) ¿Quiénes respaldan/financian a cada partido y qué relación tienen estos financistas con el capítulo más negro de la historia guatemalteca reciente? Seguro hay más y mejores preguntas.

Yo no abogo por uno u otro candidato, porque no estoy interesada en oxigenar a ninguno, ni en legitimar este agonizante sistema político que aún no pasa por una profunda y necesaria reforma. Sistema-resabio del pasado, de lo cavernario, de lo finquero, de lo colonial, enmarcado en un orden que se ha llevado demasiadas vidas por delante. Sostener esta tradición de voracidad, de muerte, de corrupción y de impunidad es una locura, como con cualquier tradición que no se cuestiona y que atenta contra nuestros derechos esenciales. Los prejuicios, las costumbres y la ignorancia pueden “angostar” nuestro entendimiento.

El voto es un deber cívico, pero el resto del tiempo tenemos la obligación de ejercer la democracia. Esa no se otorga, se ejerce allí donde cada quien vive en relación con otros. Es urgente que los políticos hagan política, que la ciudadanía participe y proponga, que los empresarios cuiden sus empresas y a sus colaboradores, y que los militares vuelvan a sus cuarteles. Si cada quien sabe cuál es el lugar y el papel que le toca jugar, sabrá hablar según sus intereses, pero nadie podrá imponer a la fuerza un orden de miseria y muerte.

cescobarsarti@gmail.com

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.