FAMILIAS EN PAZ
Una revolución personal
La palabra revolución deriva del latín revolutum, que significa “volver a girar”, e implica un cambio trascendental respecto del pasado, al estatus quo, para girar en una dirección distinta.
Pueden tener distintas motivaciones, pero un solo objetivo: cambiar radicalmente las cosas. Se consideran como un punto de inflexión en la historia; de ellas parten la mayoría de los sistemas políticos y sociales de la actualidad. Podemos hablar de revoluciones decisivas como la francesa, las independentistas en Latinoamérica y en Guatemala, la de Octubre de 1944.
Esta última fue un alzamiento cívico militar que derrocó al presidente provisional Federico Ponce Vaides, quien luego de que el dictador Jorge Ubico renunciara evidenció su intención de mantenerse en el poder. Las medidas contra la ciudadanía y el deseo de evitar que se implantara una nueva dictadura motivaron a oficiales militares a iniciar el movimiento revolucionario apoyado por activistas civiles, estudiantes, empresarios, políticos y obreros. Fue un movimiento de unidad que dio inicio con la toma de conciencia individual, luego se hizo evidente en lo colectivo.
Una revolución, para considerarse como tal, deberá ser consecuencia de procesos históricos y construcciones colectivas que requieren en primera instancia la transformación del individuo. Al cambiar el arquetipo cambia el concepto de sí mismo, la forma de relacionarse con su entorno y el papel que juega en la sociedad. De manera que toda revolución social es producto de la transformación individual.
En la sociedad actual se pueden lograr cambios profundos cuando cada uno lleve los principios éticos y morales de la teoría a la práctica; concebidos como una exigencia de la vida diaria, como un compromiso inquebrantable. Nuestro pensar y actuar ya no estará condicionado por el sistema, las estructuras o circunstancias, sino por principios, buscando siempre hacer lo que es correcto y justo.
Se trata de transformación personal que exige un nuevo modo de ser, conformado a la auténtica vida cristiana, que en esencia se resume en amar a Dios y al prójimo como a sí mismo. Es natural amarse a sí mismo, pero amar a otros de la misma manera requiere de un cambio interior que solo puede lograrse mediante la obra de Dios en nuestras vidas.
Algunos movimientos sociales buscan cambiar las leyes e instituciones, pero desde nuestra perspectiva, en tanto no dejemos que Cristo transforme nuestros corazones, terminaremos cayendo en el mismo sistema injusto que pretendemos cambiar.
Un cambio profundo en la sociedad será provocado cuando como individuos asumamos la responsabilidad de construir el Reino de Dios en nuestro diario vivir: transformando el orgullo en humildad, el egoísmo en generosidad, la ira en mansedumbre, la pereza en servicio diligente.
El ejemplo de Jesús es contundente: no depende de cuán religiosos seamos, sino en qué medida los principios y valores divinos determinan nuestro actuar.
Solo hombres renovados pueden crear un mundo nuevo.
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