Van y vienen
para motivar a las personas a trasladar su morada. Países como Canadá y Australia en su época invitaron a instalarse en aquellos lares, privilegiando a quienes tenían preparación, capacitación y talento. Muchos aquí aprovecharon la oportunidad y hoy disfrutan de comodidades.
Otras formas de cambio de lugar de residencia son las becas. Cientos de connacionales se han destacado en sus estudios, se han graduado y especializado y están prestando sus conocimientos y servicios en otros lugares, en donde han sido reconocidos y apreciados. Ellos y sus familias gozan de un nivel de vida acomodado.
Hay quienes, por diversas razones, especialmente de negocios, radican fuera de aquí. Tienen restaurantes, ingenios, fábricas, negocios prósperos que requieren de una vigilancia para mantener las ganancias.
Estas son formas dignas de migrar, de buscar otros horizontes que permitan alcanzar los sueños, de ser exitosos. Sin embargo, desde hace varios años migrar significa, para cientos de personas, un sacrificio enorme, asumir riesgos y derrotar el miedo. Uno puede pensar que lo ha escuchado todo sobre las historias de estos seres humanos tratados con desprecio y humillación. Que si el coyote la (lo) engañó y ahora tiene que pagar el préstamo de lo que le dio para que lo pasara; que si ese tren de la muerte llamado atinadamente la Bestia le amputó una mano, dos piernas, el brazo; que las mujeres de cualquier edad son violadas, que deben tomar anticonceptivos para evitar quedar embarazadas; que muchas veces, debido a esas violaciones, contraen enfermedades, algunas incurables; que les roban en el trayecto el poco dinero que llevan; en fin, duele el alma pensar en tanta angustia.
De ajuste, nuestros nuevos verdugos se han enseñoreado en la ruta que conduce al sueño acariciado: una mejor vida, ayudar a sus familias, solventar situaciones críticas, conseguir un dinerito para comprar su casa o poner un negocio, y otras motivaciones que hacen que se asuman esos terribles riesgos. Los narcotraficantes han incursionado en este ilícito del tráfico de personas, conocen los senderos, tienen experiencia en cooptar autoridades, tienen contactos, saben conspirar, así como asesinar despiadadamente a sus víctimas cuando no cumplen con la exigencia, no prevista, de trasladar droga hacia el norte.
Quienes logran llegar corren el riesgo de ser deportados. Ya se anunció que más de 50 mil vendrán este año de regreso. Si aquí no hay posibilidades de una vida digna, ese viaje indeseable será la alternativa para muchos. ¡No hay derecho!
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