“Su padre fue un hombre de derecho que tuvo una influencia mayúscula en su vida, ya que fue magistrado de la Corte Suprema de Justicia, presidente del Congreso de la República, y presidente de Guatemala por cuatro meses —cuando murió Castillo Armas—”, explica el abogado Luis Ernesto Rodríguez.
Con esta guía, desarrolló un interés por las leyes y formó una carrera impecable. “Él siempre dijo que esta era una linda profesión, pero difícil de ejercer para aquellos que luchan por la verdad”, refiere Leticia Cifuentes, su esposa.
Así, en 1959 obtuvo el título de abogado y notario por la Universidad de San Carlos de Guatemala; en 1960 estudió en la Escuela de Lenguas de la Universidad de Georgetown, Washington, Estados Unidos; y obtuvo un posgrado en la Escuela de Economía y Ciencias Políticas en la Universidad de Londres, en 1962.
A pesar de que mantuvo una ideología apolítica, por su profesionalismo fue llamado a laborar en diferentes salas de apelaciones, juzgados y tribunales. También trabajó en el Ministerio de Educación como asesor jurídico, y en el Ministerio de Relaciones Exteriores, como viceministro. Fue magistrado del Tribunal Supremo Electoral, integrante de la Corte Suprema de Justicia, presidente de la Sala Segunda de la Corte de Apelaciones, agregado civil de la Embajada de Guatemala en Gran Bretaña, entre otras funciones.
“En todos sus cargos nunca mostró ambición ni vanidad, siempre fue muy seguro de sus creencias e ideales; por ello muchas veces rechazó cargos que podrían ensuciar su nombre”, asegura su hija Ana Julia.
“De su trabajo recuerdo a un excelente jurista, un juez capaz, honesto, estudioso que siempre iba al meollo del asunto con profundidad y certeza jurídica”, comenta el abogado Gabriel Medrano, su amigo y compañero de labores.
Conocedor
Detrás de su apego a la leyes se encontraba una persona guiada por el sentido analítico, heredado de su padre, y una personalidad artística, que adoptó de su madre, quien fue poeta. Prueba de ello fueron los versos que escribió y las canciones que interpretó con su guitarra como La malagueña salerosa, Por amor y otros boleros que por muchos años dedicó a su esposa. “Siempre nos trató como princesas”, afirma Ana Julia.
Leía a los grandes pensadores de la política y tenía una inmensa colección de libros en su biblioteca personal. “Tenía tanto conocimiento que para mí era como mi enciclopedia ambulante”, agrega.
En sus últimos días, aún leía las noticias y manifestaba su inquietud porque la justicia en el país fuera honesta y pura. “La moral empieza por cada persona”, solía decir, según su hija Ana Julia.
Gónzalez falleció la noche del 18 de abril como consecuencia de un cáncer. Según el abogado Alejandro Balsells, deja “un legado de capacidad, honradez, austeridad y firmeza, digna de imitar por todos”.