Poncho —uno de los niños— postró su mirada en un balón que le resultó extraño: muy pequeño para ser de baloncesto y muy aguado para ser de futbol. “Está mal hecho”, pensó. Nunca imaginó que ese sería su primer encuentro con el deporte en el que dejaría su máximo legado: el voleibol.
Primer amor
Hablar de Poncho —como solían llamarlo— es referirse al deporte en todas sus ramas, pero más al voleibol. La historia de este deporte en Guatemala no puede omitir su nombre.
“¿Cuándo vas a hacer grande a otro deporte?”, le preguntaban de manera constante, según relata Carlos Alfonso, su hijo.
“Guardaba y sabía todo lo relacionado con el deporte. Era como la biblia del voleibol”, dice Juan Pablo Yela, presidente de Asovoleibol. Los 10 tomos de crónicas, notas y reportajes que él mismo hizo afirman lo dicho.
Trofeos, condecoraciones y reconocimientos abundan por las repisas de su casa. Keep the ball flying —mantén el balón volando— reza uno de ellos. El más significativo es el nombre que en su honor le otorgaron al gimnasio: 7 de diciembre Carlos Alfonso Gordillo, el 14 de febrero del 2009. Para su hija Fabiola, eso es un gran orgullo.
Tenía pasión por la lectura. Por eso no resulta extraño su faceta periodística. Redactó infinidad de notas deportivas para matutinos de su época. “Antes de pasear debíamos llevar las notas a los periódicos. Esa era la condición”, recuerda su hija.
Tal cual ratón de biblioteca, se sumergía en los libros apilados en su librera. “Tenía una mente y memoria precisa”, asegura Enrique Santis, presidente de la Federación Nacional de Voleibol.
No podía dejar a un lado la música y sus viejos LP’s. La melodía de marimba Nube Viajera fue su predilecta.
Entrega
Siempre fue humilde y entregado. A pesar de haber tenido achaques de salud, nunca desmayó con su trabajo.
Sufrió de cáncer en la piel, debido al cigarro, según dijeron los médicos. Lo sometieron a una cirugía de reconstrucción facial, pero perdió su nariz. Nunca mostró debilidad, sino su lado bromista, optimista y querendón.
“Cuando le preguntaban ¿Cómo estás, Poncho?, respondía: Aquí, feliz, pero sin nariz”, cuenta su hija. Pese a ello, no dejó de fumar.
Semanas antes de su fallecimiento, aún asistía a sus labores en el gimnasio.
El recorrido que por muchos años efectuó a pie terminó el 14 de marzo, a causa de la insuficiencia renal que padecía. Sin embargo, queda su legado. “Gracias, Poncho, por ser un ejemplo tan grande”, le dicen sus conocidos.