Su historia se remonta a la década de 1950, en el Mercado Central que fue derribado después del terremoto de 1976.
“Tuvo una vida muy pobre y humilde. Desde que tenía 10 años ayudó a su mamá a vender chicharrones y moronga, en la entrada del antiguo mercado”, expresa Carmen, su hija mayor.
En 1966, cuando su madre falleció, tomó la responsabilidad de sacar a sus hermanos adelante con la venta de comida.
“Se levantaba desde las 3 de la mañana para empezar a cocinar. A las 8 ya tenía todo listo en el mercado. Así lo hizo por 60 años”, afirma su hija.
Antes del terremoto, su nombre era desconocido, pero gracias a un rótulo que decía “Chicharrones doña Mela”, acompañado de la figura de un cerdito, antojitos como fajas, revolcado, buche y panza empezaron a hacerse populares.
El mercado fue su vida. “El mercado es bendito porque vos llegás sin un centavo y regresás aunque sea con cinco centavos”, solía decir a sus hijas.
Amor y fe
Fue una mujer muy religiosa. “Siempre tuvo fe en Dios; solía decir ‘si piedras pongo a vender, piedras vendo. Dios siempre me da su bendición'”, recuerda Billy de Santo Domingo Guerra, uno de los clientes que logró ganarse la amistad de doña Mela.
Entre las figuras religiosas de las cuales era devota se encuentran El Cristo Negro de Esquipulas, La Virgen de Guadalupe y La Virgen del Rosario.
También llevaba al país en el corazón. Prueba de ello fue cuando en la década de 1980 hizo un viaje de 33 días por Europa y a su regreso dijo: “No hay nada como la comida de mi pueblo, mi santa comida”.
Admirable
Aunque no terminó sus estudios escolares, la escuela de la vida le enseñó más de lo que podía pedir. “No usaba calculadoras para hacer una cuenta; no sabía escribir, pero aprendió a leer, se devoró muchas novelas mexicanas”, dice su hija.
Todos los que la conocieron la recuerdan como una persona sencilla, digna de admirar. “Siempre fue colaboradora, dispuesta a dar la mano a cualquiera”, asegura Aura Velásquez, que la conoció hace más de 40 años. También se caracterizó por sus bromas y dichos de la cultura guatemalteca, y sobre todo por los consejos que brindaba. “Siempre nos decía que nunca desmayáramos”, asegura Irma Yolanda Osorio, vendedora del mercado que la conoció a los 10 años.
Nunca le gustaron las entrevistas, a pesar de que muchos medios de comunicación publicaron acerca de ella. Sin embargo, uno de sus deseos fue que al morir, todo mundo se enterara. Y así fue, los medios publicaron su noticia, dice Carmen.
Falleció a causa de problemas en el riñón, hígado y pulmón, como consecuencia de la diabetes que la aquejaba.
Al funeral y entierro de la figura más emblemática del Mercado Central asistieron más de dos mil personas que dicen: “Gracias por ese legado cultural”.