Revista D

El guatemalteco Juan Carlos Noguera estuvo en el equipo que desarrolló la impresora 3D Voxel8

El año pasado, el MIT Technology Review le otorgó el Premio Innovadores menores de 35 años.

Juan Carlos Noguera estudió en la Escuela de Diseño de Rhode Island. Foto Prensa Libre: Álvaro Interiano.

Juan Carlos Noguera estudió en la Escuela de Diseño de Rhode Island. Foto Prensa Libre: Álvaro Interiano.

Cuando era niño, Juan Carlos deseaba una lanchita como obsequio de Navidad, pero su mamá le dio un carro a control remoto. A la mañana siguiente, el juguete estaba desarmado. No lo hizo de mala fe ni mucho menos. Simplemente había apartado las piezas para construirse su embarcación. “Siempre tuve la curiosidad de saber cómo funcionan las cosas”, expresa el joven de apellidos Noguera Cardoza (Ciudad de Guatemala, 26 de julio de 1987).
Entonces, luego de readaptar el motor y los cables, así como añadirle un timón, una hélice y un cartón forrado con plástico, el pequeño Juan Carlos había transformado un automóvil en su anhelada lancha. La fue a probar sobre el agua y funcionó.


Así que, sin darse cuenta, el chiquillo estaba dando luces sobre lo que haría después en su vida profesional, ya que ahora es un destacado ingeniero industrial, graduado con honores por la Universidad Rafael Landívar y becario Fullbright otorgado por Estados Unidos, que le permitió ingresar a la prestigiosa Escuela de Diseño de Rhode Island (2013-2015).
Su paso por la Unión Americana también lo aprovechó para efectuar una pasantía en la Universidad de Harvard, donde fue parte del equipo que desarrolló una impresora 3D a la que bautizaron Voxel8, con la cual es posible crear objetos como luces led, relojes o drones.
En el 2014 participó en el desarrollo del Circuit Scribe, un lapicero con tinta conductora de electricidad que, por sus características, literalmente permite dibujar circuitos eléctricos sobre un papel.
Por esos logros, la publicación MIT Technology Review, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, le entregó el año pasado el Premio Innovadores menores de 35 años, un galardón que le fue conferido a solo una treintena y media de personas.
Los aportes de Noguera Cardoza también han llegado a otros campos, ya que ha creado desde sillas de ruedas pediátricas hasta guitarras, ukuleles, bajos eléctricos, chelos o violines, todos estos con diseños “poco comunes” y, en algunos casos, personalizados.
Hoy, el joven atiende su propia empresa, Studio No, que opera con el eslogan “hacemos realidad tus ideas” y que se dedica a la concepción, producción y comercialización de productos. Asimismo, es director de Diseño de Producto de la Universidad Francisco Marroquín.

¿Siempre supo que quería ser ingeniero industrial?

Di varios saltos, pues creo que estaba un poco perdido —ríe—. Al principio quería estudiar electrónica, pero también diseño gráfico. De hecho, a los 14 años trabajé para una empresa de sitios web con sede en Inglaterra; lo que hacía era dar soporte técnico a los clientes desde mi casa y, en ese entonces, me enganché de la computación. Luego, ya en la universidad, descubrí la ingeniería industrial; me encantó porque me permitía diseñar, crear y armar. Fue amor a primera vista.

Cuénteme sobre su paso por la Asociación Transiciones, en Antigua Guatemala.

Empecé ahí alrededor del 2008 para trabajar mi proyecto de tesis, que consistía en fabricar una silla de ruedas, la primera de bajo costo con la funcionalidad de reclinar el asiento, lo cual sirve para que los niños estén en diferentes posiciones y así descansen, ya que permanecer en una sola postura causa dolor y en algunos casos pueden formarse úlceras.

Luego tuvo la oportunidad de estudiar becado en Estados Unidos.

Gracias a la beca Fullbright estudié en la Escuela de Diseño de Rhode Island, del 2013 al 2015. En uno de esos veranos —cuando terminan los cursos—, en lugar de descansar hice una pasantía en la Escuela de Ingeniería de Ciencias Aplicadas de la Universidad de Harvard, donde estuve bajo la supervisión de la profesora Jennifer A. Lewis, una de las pioneras de la impresión 3D. Participé en un proyecto que desarrolló la impresora con tinta conductora de electricidad —esta se denomina Circuit Scribe—, hecha a base de plata y con la cual es posible dibujar circuitos sobre un papel. Con esto fue posible crear la Voxel8, la primera impresora 3D que traza electrónicos. Hoy, esta tecnología la emplean en la industria aeroespacial o fabricantes de aviones, por ejemplo.

¿Qué más imprimen en esa máquina?

Ha sido posible imprimir drones, relojes de pulsera o aparatos para la audición. Para este último, con el empleo de macilla de silicón, se tomó el molde del canal auditivo de una persona y se le escaneó el oído. Esta información se trasladó al programa de la máquina y se imprimió el dispositivo  ajustado al usuario en cuestión de minutos.

¿Cree que en el futuro sea usual que las tiendas vendan objetos para que uno los imprima en casa?

Es un nicho emergente y creo que, en efecto, en el futuro será normal que los productos se descarguen con un manual de instrucciones para que cada cliente los imprima en 3D y los arme.

¿Tiene una impresora 3D en casa?

Sí, pero no tan sofisticada como la que he mencionado —ríe—. Pero con la que tengo he impreso desde juguetes hasta objetos que hagan falta, como el gancho de una cortina, así como instrumentos musicales.

De hecho, llama la atención que tiene varios de ellos.

Sí, la música ha sido parte mí desde pequeño. Me gusta el rock, en especial el clásico. De adolescente miraba los videos de Led Zeppelin y quedaba fascinado por la forma en que ejecutaba la guitarra; eso despertó mi curiosidad por saber cómo funcionaban y, a la vez, contribuyó a que surgiera mi interés por la carpintería. Así que, si bien no me podía comprar una Gibson o una Fender, la podía fabricar a mano o con el uso de alguna maquinaria.

También ha hecho ukuleles, ¿cierto?

Hace un par de años fabriqué uno bastante particular, cuyo diseño se puede comprar por internet para que cualquiera lo imprima en 3D. Hace varios meses me llamaron de Sci Fi Network, una compañía que produce la serie Dark Matter (Materia Oscura), que está disponible en Netflix —no para Guatemala—, pues necesitaban un ukulele con diseño futurista; les interesó el mío, lo imprimieron en su taller de utilería y lo usaron en uno de sus capítulos.

¿Qué me dice de los violines?

Fabriqué el prototipo de uno eléctrico que estuvo expuesto y premiado en la II Bienal Iberoamericana de Diseño de Madrid, en el 2010, y también se pudo apreciar en el Museo Nacional de Arte Moderno Carlos Mérida, en nuestra capital.

¿Alguien lo guio en la carpintería?

Sí, pues tuve la oportunidad de trabajar en el taller de Ramón Iglesias, un guatemalteco bastante creativo que ha fabricado instrumentos musicales desde hace varias décadas.

¿Qué sensación le causa ese oficio?

La carpintería es terapéutica; a mí me relaja.

¿Cómo ve el desarrollo tecnológico en Guatemala respecto de lo que hacen en el extranjero?

Se ha mejorado la educación en esa rama, sobre todo en los programas universitarios. Lo cierto es que en nuestro país aún se piensa que la tecnología es cosa que hacen otros. Precisamente ese es el concepto que debemos cambiar, porque nuestra gente es capaz de crear cosas de calidad, de optimizar recursos y hasta de improvisar. He estado con gente de otras nacionalidades que detienen la producción solo porque a una máquina la falta un tornillo, cuando aquí rápido vemos cómo la componemos.

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