Revista D

Les habla su capitán

Entrevista con Ana Victoria Castro Acuña, la primera guatemalteca al mando de los enormes aviones Airbus.

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Por el altavoz de los vuelos comerciales suele escucharse la voz de un hombre que dice: “Muy buenas tardes, señores pasajeros. Les habla su capitán (aquí dicen su nombre)”. Luego brinda detalles del vuelo, invita a seguir utilizando los servicios de la aerolínea y se despide con gentileza.

Aunque cada vez menos, aún sigue sorprendiendo cuando se escucha la voz de una mujer. “Les habla su capitán Ana Victoria Castro Acuña”.

En abril del 2011, Castro Acuña se convirtió en la primera guatemalteca promovida a capitán de los enormes aviones Airbus —algunos pesan alrededor de 77 mil toneladas y transportan a más de 150 personas—, un logro alcanzado con la compañía aérea Avianca. “El capitán es la máxima autoridad de una aeronave”, dice.

Hoy, por eso, luce con orgullo las insignias que indican su alto rango —cuatro líneas en el antebrazo de su chaqueta y laureles en su quepis—.

Esto, claro, supuso un fuerte trabajo y entrenamiento de años. De hecho, empezó en la aviación a corta edad, a los 16 —hoy tiene 31—.

Esta profesión, explica, no es solo de sentarse dentro de la cabina, despegar y aterrizar. Requiere, en cambio, tener conocimientos sobre motores, aerodinámica, meteorología y manejo de sistemas de navegación, por ejemplo.

En su labor, además, se ha topado con situaciones de machismo, pero ha sabido superar esas y otras barreras. En esta entrevista, la capitana se refiere a ese tema, así como a cuestiones curiosas que suceden durante los vuelos.

¿En qué momento decidió ejercer esta profesión?

Mi papá es piloto aviador y estuvo en la Fuerza Aérea de Guatemala. Cuando yo era niña, él me llevaba a ver los aviones, así que siempre estuve muy cerca de todo esto. A los 16 años empecé a tomar mis primeros cursos de aviación y luego tuve la oportunidad de volar. Mi padre estaba emocionado porque su hijita quería seguir sus pasos —sonríe—.

¿Toda persona es apta para este trabajo?

Sí, pero hay que estar bastante comprometido y responsable con la tarea. Otra de las cuestiones es que no todos tenemos el estómago para volar —ríe—. Muchos, al principio, desisten porque se marean, se ponen nerviosos o porque simplemente se dan cuenta de que no sirven para eso.

En ese entonces —finales de la década de 1990 y principios del 2000— ¿había muchas mujeres que se interesaban por la aviación?

Muy pocas. Era extraño que en la frecuencia de radio que empleábamos se escuchara la voz de una mujer. Había compañeros que a veces me tiraban besos o me decían “adiós chula”.

¿Le molestaba?

En realidad no, pero sí intimidaba. Ya en esos años estaba consciente de que me estaba metiendo en un campo donde predominaba la figura masculina y que era nuevo para la mujer, así que me tuve que tomar las cosas de la mejor forma para continuar.

Es sabido que aprender a volar requiere de mucha inversión.

Así es. Para aprender, cada hora de vuelo ronda los US$300. Imagínese, para obtener una licencia privada se necesitan al menos cien horas. Eso sí, es una carrera que se paga sola.

Confucio decía: “Elige una profesión que te guste y nunca más irás a trabajar”. ¿Le queda esa frase?

—Respira profundo—. Cuando era soltera sí —ríe—. Es que las cosas cambian al casarse, pero simplemente es una fase diferente, muy bonita. Ahora me voy de viaje, pero extraño mucho a mi familia y no veo las horas de regresar.

Entonces es cierto eso que dicen, que el mejor hotel de un piloto aviador es su hogar.

¡Por supuesto! En esta profesión también surgen algunas ironías. Evidentemente, nosotros viajamos mucho y cuando salimos de vacaciones pensamos “qué rico”. Pero, ¿qué cree que es lo primero que quiere hacer la familia?

¿Viajar?

¡Sí! Así que salgo de vacaciones pero me meto otra vez al avión; no siento que estoy libre del todo —ríe—. Lo cierto es que, al llegar a un destino con mis seres queridos, prefiero organizar actividades al aire libre.

¿Cuán importante es el apoyo de su pareja para el desempeño de su profesión?

Debe ser incondicional. Por eso le agradezco tanto a mi esposo, pues me apoya y comprende. Muchas veces la tiene que “hacer de mamá” —tienen una hija de siete años—.

¿Cómo logra compaginar su trabajo con sus actividades personales?

El tipo de vida que llevo a mi casa es de calidad, no de cantidad. Aprecio cada momento para llevarlo al máximo. También busco tiempo para mí; ¡me gusta correr! En general, creo que la clave está en la planificación. Usted citó una frase de Confucio y, precisamente, eso es lo que hay que perseguir. Un trabajo no debe ser un suplicio. En mi caso, simplemente me organizo y listo. Esta profesión me hace muy feliz.

¿Cree que ha cambiado el rol de la mujer dentro de la aeronáutica?

Somos más aceptadas. Ahora habemos varias pilotas de avión y helicóptero, así como controladoras aéreas o encargadas de superficie en el aeropuerto. En fin, creo que los hombres se han acostumbrado.

¿Cómo reaccionan los pasajeros al ver a una mujer al mando de una gran aeronave como los Airbus?

Recuerdo que tenía solo 21 años cuando empecé en la cabina de uno de esos aviones, así que la gente no solo se sorprendía por el hecho de que fuera mujer, sino que también de mi juventud. Algunos exclamaban “nunca había visto a una mujer piloto” y hasta pedían permiso para tomarse una fotografía conmigo. Otros preguntaban a la sobrecargo: “¿Ella es la que está al mando?”.

Aún hoy, algunos pasajeros siguen sorprendiéndose, y es común que suceda en Latinoamérica en general. Se nota el cambio cuando uno viaja a Estados Unidos, pues ahí es normal que haya pilotos mujeres.

¿Ha tenido malas experiencias relacionadas con el machismo?

Sí, lamentablemente. Una vez, al estar abordando, un pasajero le dijo a la sobrecargo que si yo iba a pilotar, no se iba a subir. Eso me lo contaron después, claro, porque en ese momento yo estaba ocupada trabajando.

En otra ocasión, un pasajero le dijo a su esposa: “A este avión no me subo”, pero ella le replicó: “¡Cómo crees! ¡Las mujeres podemos!”. En fin, son gajes del oficio.

¿Ha sentido algún rechazo por sus compañeros varones?

Nunca. Todos son muy respetuosos y caballerosos. Todos los pilotos, hombres o mujeres, sabemos lo duro que hay que trabajar y capacitarse para llegar hasta aquí.

Muchos piensan que ser piloto es solo de subirse al avión y listo. En realidad, ¿cómo es?

De hecho, me dicen: “¡Qué rico, te fuiste a Nueva York!”. Pero este trabajo requiere de mucha planificación y concentración. Lo más común es que, al llegar a nuestro destino, nos vayamos directo al hotel. De ahí, otra vez al aeropuerto y de regreso.

Ahora, con tanta tecnología, ¿qué tanto interviene un piloto durante un vuelo?

Es cierto que los aviones de ahora hacen mucho, pero siempre debemos monitorear los sistemas; somos una especie de administradores de cabina. Quizás los momentos en que más intervenimos son durante los despegues y aterrizajes, que son las fases más críticas.

Los pasajeros suelen temerle a las turbulencias. Ustedes, como pilotos, ¿cómo viven eso dentro de las cabinas?

Con calma. Son situaciones normales y estamos capacitados para enfrentar el fenómeno. Para tranquilizar a la gente nos dirigimos a ellos por medio del altavoz y explicamos la situación.

¿Es cierto que el piloto y el copiloto comen de distintos menús?

Es verdad. Así disminuye la probabilidad de que ambos nos intoxiquemos en caso de que la comida estuviera echada a perder.

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