Revista D

Manuel y Lucila

La correspondencia amorosa entre Gabriela Mistral y el poeta Manuel Magallanes Moure, que revela el lado más íntimo de la escritora, cumple cien años.

Las misivas entre Gabriela Mistral y Manuel Magallanes fueron intercambiadas durante siete años.

Las misivas entre Gabriela Mistral y Manuel Magallanes fueron intercambiadas durante siete años.

Este año se cumple un siglo desde que Lucila Godoy Alcayaga (1889-1957), cuyo seudónimo era Gabriela Mistral, la Premio Nobel de Literatura en 1945, comenzó una intensa correspondencia con Manuel Magallanes Moure, uno de los más grandes amores de su vida.

Estas líneas tienen un estilo más libre y reflejan intimidades de la personalidad de la famosa escritora que, probablemente, no se encuentran en sus demás trabajos, coinciden tres profesores guatemaltecos de Literatura.

Barba de Ébano

Magallanes Moure, también chileno, fue crítico, periodista y editor. El 12 de septiembre de 1903 se casó con su adorada prima Amalia y se estableció en la ciudad de San Bernardo. Once años después, en diciembre de 1914, fue jurado en los Juegos Florales de Chile, en los cuales Mistral obtuvo el primer premio por Los sonetos de la muerte, nacidos del dolor causado por el suicidio de su prometido Romelio Ureta. Fue en este certamen que Mistral cobró notoriedad en el mundo de las letras.

Muchos autores creen que entre Mistral y Magallanes Moure hubo algún tipo de correspondencia en 1913, pero fue hasta 1915 que se tornó amorosa.

Se trató de un amor platónico, líneas para un ser ausente, aunque no inexistente, sostenido en un centenar de cartas al poeta de la barba de ébano, como Mistral lo llamaba.

En las primeras misivas después de los juegos florales, la poetisa le cuenta a Magallanes Moure lo que presenció una noche, 15 días antes que Romelio se quitara la vida. “La novia había venido a verlo y por evitar, quizás, la presencia del amigo con quien compartía la pieza, salió con ella al patio. Por otra parte, tal vez la luna los llamaba afuera. Trajo para ella un sillón: él se sentó en un banquillo. Recostaba la cabeza en las rodillas de ella. Hablaban poco o bien era que hablaban bajo. Se miraban y se besaban. Se acribillaban a besos. La cabeza de él —¡mi cabeza de cinco años antes!— recibía una lluvia de esa boca ardiente”.

Ureta era un conductor de trenes, quien se suicidó cinco años antes del concurso literario. A esa relación antecedió la que siendo aún una joven maestra, sostuvo con el rico hacendado Alfredo Videla Pineda, 25 años mayor que ella.

En las cartas de Mistral está presente la evocación de un deseo que no necesita la presencia física del destinatario; la palabra que requiere de la refutación, que exige una restitución positiva de su propia imagen, la esperanza del cumplimiento amoroso a la distancia, según Darcie Doll, autora del ensayo Defensa del amor de Gabriela Mistral: Línea sobre línea.

“No hay remedio, agrega. Los dos lo queremos —el encuentro—, los dos lo llamamos con desesperación. Yo lo querría mañana mismo. Porque te quiero más cada día… Esto crece y me da miedo ver cómo me estás llenando la vida. Todo me lo has barrido”, escribe Mistral. En estas líneas puede haber una gran exaltación pero solo a nivel retórico, opina Aída Toledo, profesora de Literatura en la Universidad Rafael Landívar.

Otro ejemplo se encuentra en esta otra carta: “¡Si yo pudiera creer un momento siquiera que al menos hoy es mío, bien mío! ¡Si en este momento de ternura inmensa te tuviera a mi lado! En qué apretado nudo te estrecharía, Manuel! Hay un cielo, un sol y un no sé qué en el aire para rodear solo seres felices. ¿Por qué no podemos serlo? ¿Lo seremos un día? Tu Lucila”.

En otras líneas aflora su sentido maternal, construye figuras amatorias y las contrapone a la realidad, explica Toledo. “No tengo tibieza de brazos, palabras afectuosas y actitud de amor sino para ti… Sí. Te siento niño en muchas cosas y eso me acrece más la ternura. Mi niño, así te he dicho hoy todo el día y me ha sabido a más amor la palabra que otras, si te besaré hasta fatigarme la boca, como lo deseo, si te miraré hasta morirme de amor, como te miro en la imaginación. No sé si ese miedo del ridículo que mata en mí muchas acciones bellas y que me apaga muchas palabras de cariño que tú no ves escritas”.

Toledo explica que debe tenerse en cuenta que Mistral fue influenciada por poetas como Luis de Góngora, Francisco de Quevedo y Santa Teresa de Ávila.

En las líneas a Magallanes Moure también se reflejan el clamor por la fe y la perfección. “Señor, tú sabes que no hay en mí pasta de amante entretenida, tú sabes que el dolor me ha puesto la carne un poco muda al grito sensual; que no place a un hombre tener cerca un cuerpo sereno en que la fiebre no prende”.

“Manuel ¿me acusa usted? Yo no lo acusaré nunca. Abracémonos, renegando del error fatal de la vida, porque este dolor de ser culpable solo puede ahogarse con mucho, con mucho amor”, escribe en otra carta en 1915. “En la necesidad de flagelarse hay una cuestión mística. Ella no logra la conclusión del amor carnal y lo eleva a un nivel místico. A través de muchas alusiones no consigue sublimar el amor carnal”, agrega Toledo.

En otras se empequeñece ante el ser amado: “Soy fea sin ti, como las cosas desarraigadas de su sitio; como las raíces abandonadas sobre el suelo”, (poema Escóndeme, diciembre de 1922, dedicado a Magallanes Moure).

Las cartas reflejan relaciones que no se concretan, concuerda el profesor de Literatura Eduardo Villalobos. Ella insiste en el tema del amor místico. En la complejidad de la vida íntima de Lucila hay un amor que no es un fin es un medio. Es influida indudablemente por Santa Teresa y San Juan de la Cruz, autores del Siglo de Oro Español.

“Mistral supo captar como poeta la sensibilidad de su época, plasmadas en su temática, el amor, la ternura, la preocupación por la niñez y la naturaleza, están presentes en sus poemas. Eso facilitó encajar en el movimiento del posmodernismo, una corriente literaria caracterizada por la sencillez y ocuparse de lo cotidiano, lo inmediato”, concluye Enan Moreno, profesor de Literatura de la Universidad de San Carlos.

La correspondencia cesó después de siete años. Magallanes quien nunca se divorció, murió a los 46 años a consecuencia de una angina de pecho. Estas extraordinarias cartas fueron recopiladas por Sergio Fernández Larraín y publicadas con el título de Cartas de Amor de Gabriela Mistral.

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