Christopher es de las personas que nacieron con una estrella. Sus posibilidades de jugar tenis de campo eran remotas, porque en casa los recursos económicos no eran suficientes para pagarse uno de los deportes más costosos. Pero en su camino encontró oportunidades que no desperdició, y hoy, con 23 años, es el mejor tenista que Guatemala ha tenido.
Grandes Sueños
Cuando Christopher tenía apenas 8 años, junto a su padre observaba un partido de Grand Slam de tenis por televisión. El pequeño Chris volteó a ver a su papá y le dijo con voz inocente: “Yo también quiero salir en la televisión”.
Ese comentario le cambió la vida a Díaz. Desde entonces tomó una raqueta e hizo sus primeros intentos en una cancha de tenis, pues su padre trabajaba en el Estado Mayor y tenía acceso para entrenarse en las canchas del club Aurora, en la zona 5.
Celestino vio talento en su hijo, pero no tenía las posibilidades de pagarle un entrenador, por lo que decidió estudiar cursos de tenis y fue él quien le enseñó sus primeros pasos en el deporte.
La ilusión de Celestino de ver a su hijo en los grandes torneos mundiales no tuvo límites, y cuando Christopher tuvo la oportunidad de viajar fuera de Guatemala vendió su automóvil para pagar los boletos.
Pasó de esos inicios difíciles a entrenarse con figuras del tenis mundial como David Nalbandian, Juan Ignacio Chela —retirados—, Nicolás Almagro —18 del mundo—, Fernando Verdasco —30—, Leonardo Mayer —91— y Carlos Berloq —45—, algo que lo motiva a seguir su camino rumbo a un Grand Slam y cumplir la promesa de salir en la pantalla chica.
Amor al tenis
De niño, Christopher practicó voleibol, baloncesto y futbol, hasta que tomó una raqueta y se enamoró del tenis.
“Siempre me gustó hacer deporte. En la escuela practicaba de todo, pero a los 8 años mi papá me llevó al Club Aurora y fue cuando supe que el tenis era para mí”, expresa Díaz.
A pesar de sentirse a gusto con una raqueta en la mano y mostrar destreza desde sus primeros instantes en el tenis, su familia estaba consciente de que era un deporte costoso y difícil de mantener.
“Desde el principio lo sabíamos. Mi papá trabajó en el Estado Mayor y no nos cobraban nada para ir a jugar al club, y eso fue de mucha ayuda”, reconoce Díaz.
Fue ahí cuando empezaron los grandes esfuerzos de la familia Díaz Figueroa, en especial del padre, quien luchó para que su hijo pudiera jugar el deporte que ama.
“Mi papá no podía pagarme un entrenador, y él solito tomó cursos, leyó libros de tenis, aprendió del deporte y fue quien me entrenó hasta los 17 años”, dice orgulloso el tenista.
Pero además de la falta de un coach, para trascender en este deporte hay que viajar la mayor parte del tiempo, y sin ayuda económica las cosas son más complicadas.
“En ese entonces la ayuda era muy poca por parte de la federación y el resto salía de la familia. Una vez clasifiqué para jugar un Orange Bowl en Miami, en el que participan los mejores juveniles. Mi papá buscó ayuda por todos lados, pero nadie colaboró, por lo que tuvo que vender su carro para costear el viaje, porque tenía 12 años y no podía ir solo. Él me acompañó”, cuenta con nostalgia Díaz.
Aunque recuerda que las cosas no salieron como él lo esperaba en ese torneo, valora mucho el esfuerzo.
“Le debo todo a mi familia porque me apoyó desde muy pequeño. Estoy seguro de que muchas veces dejaron de salir a entretenerse con tal de conseguirme la plata para los torneos y giras”, afirma Díaz.
Los esfuerzos fueron de toda la familia Díaz Figueroa, porque su hermana Geraldine era la encargada de llevar al pequeño Chris a sus entrenamientos por las tardes, luego de salir de la escuela Luz Isabel Sánchez, zona 25.
Cuando cursó los básicos, Díaz tomó una decisión difícil: dedicarse por completo al tenis.
“A los 14 años me metí de lleno y empecé a estudiar por correspondencia en el colegio América Latina. Hubo muchos sacrificios, porque hasta los 18 años el 90 por ciento de los gastos corría por cuenta de mi familia, ya que pagaban boletos y hoteles. Jugando como juvenil no se gana nada”, explica Díaz.
Cambio radical
Tan pronto Christopher cumplió la mayoría de edad, las cosas cambiaron y algunas universidades de Estados Unidos se le acercaron para ofrecerle una beca y que jugara para ellos. Christopher las rechazó todas.
“Tuve muchas ofertas para jugar allá, pero justo en ese momento llegó una nueva administración a la Federación y me ofrecieron apoyo económico para jugar en forma profesional el tenis. Era la oportunidad para cumplir mi sueño que desde pequeño quise hacer. No lo pensé dos veces y acepté”, cuenta Díaz.
La oportunidad llegó en el momento justo, porque el bolsillo de la familia Díaz Figueroa se agotaba.
“Mi papá ya me había dicho que era difícil continuar, porque era demasiado caro. Es algo muy lindo lo que me pasó y sigo viviendo”, dice orgulloso.
Sus recompensas
Todo el sacrificio que hizo su familia, compuesta por su padre, su madre Élida y sus cuatro hermanos, tuvo su recompensa en los siguientes años, pues Díaz comenzó a figurar en el tenis internacional.
El primer punto ATP lo consiguió en el 2008, en un torneo de Bolivia, y fue ahí donde conoció a su actual entrenador, Rubén Puerta.
“Me contó que había jugadores que pasaban años viajando y no conseguían puntos ATP porque es muy difícil. Entonces empezamos a entrenar juntos y las cosas se empezaron a dar”, afirma.
Pasaron más años sin obtener ningún resultado importante y Díaz recuerda que llegó a desesperarse, pero con mucha paciencia estos llegaron.
“En octubre del 2010 jugué mi primera semifinal, porque antes solo llegaba a cuartos. Hice nueve cuartos de final en torneo Futuros y no pasaba de ahí, pero mi entrenador me dijo que estuviera tranquilo, que llegaría el momento, y así fue”, recuerda.
En un torneo en Caracas, Venezuela, volvió a perder en cuartos de final, contra Alejandro González —actual 76 del mundo—.
Una semana después, en Higuerote, Venezuela jugó otro torneo Futuro y volvió a enfrentar a González en la misma ronda. “Hice uno de mis mejores partidos y le gané 6-2 y 6-2 y avancé a semifinales. Fue tanta mi confianza que pude llegar a la final de este torneo”, expresa Díaz.
Aunque perdió la final, las cosas empezaron a cambiar a favor del guatemalteco, porque mes y medio después volvió a clasificarse a una final, en La Habana, Cuba, la cual también perdió.
Pero luego llegó su consagración en el Abierto de Guatemala, en enero del 2011, torneo que contra todos los pronósticos ganó y festejó su primer título.
“Estaba con mucha confianza, y en semifinales enfrenté a Marcel Felder, un uruguayo a quien yo admiraba, porque siendo juvenil lo veía jugar y decía que quería ser como él. El destino hizo que nos enfrentáramos y le gané en dos sets”, recuerda.
La gran final llegó y Díaz, con el apoyo de su público, sus amigos y familiares, sabía que tenía que hacer el juego de su vida contra el mexicano Manuel Sánchez.
“Sabía que era un momento histórico para el tenis del país, porque nunca alguien había ganado un torneo profesional. Una noche antes no dormí nada, pero jugué con muchas fuerzas y gané el torneo”, dice Díaz.
La celebración fue en grande, porque hasta ahora es el único título que ha ganado en casa, aunque en su cuenta tiene tres torneos futuros más; los ha conseguido afuera: Monterrey 2011, Celaya 2012 y Pachuca 2013.
“El objetivo que tengo es mucho más alto de lo que he alcanzado hasta ahora. Hay que tener paciencia y perseverancia. He visto tenistas que llegan al top 100 y luego se caen al 600, porque es difícil mantenerse”, asegura Díaz, quien debe ubicarse entre los primeros 250 tenistas del mundo para optar por un puesto en un Grand Slam.
Mientras llega el momento, Díaz pasa su vida de una manera atípica, porque viaja cada semana y vive más tiempo en hoteles y aeropuertos que en su casa.
“Es bastante duro y a veces aburrido, pero uno se acostumbra. Cuando vengo a mi país quiero desayunar huevos revueltos con tomate, frijoles, queso crema, plátanos fritos y tortillas”, dice con una sonrisa.
Pasar por eso es parte del objetivo de Christopher, quien nunca saca de su mente el deseo de aparecer en televisión y jugar un Grand Slam.