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Iván Franco Sopegno es el hacedor de títulos cremas

Serio, reservado, hiperactivo, idealista, metódico, perfeccionista, pero sobre todo un ganador, así es el técnico argentino Iván Franco Sopegno, hacedor de títulos, quien sueña con el tetracampeonato crema, y de continuar como va, no es difícil imaginar una colección mayor de pergaminos —tiene cuatro—.

Iván Franco Sopegno, técnico de Comunicaciones, busca ganar su quinto título nacional. (Foto Prensa Libre: Eddy Recinos)

Iván Franco Sopegno, técnico de Comunicaciones, busca ganar su quinto título nacional. (Foto Prensa Libre: Eddy Recinos)

Nació hace 50 años en San Lorenzo, de la Provincia de Santa Fe, a solo 10 kilómetros del departamento de Rosario, Argentina. Creció rodeado de vegetación, cerca del Río Carcarañá, siempre junto a un balón, un amor que le enseñó su padre, Miguel Francisco (q. e. p. d.), italiano de nacimiento, pero que por la Segunda Guerra Mundial debió emigrar al país sudamericano. Mecánico de profesión, conoció a María Clida, una modista argentina, con quien tuvo dos hijos: Sandro, el mayor, quien está a cargo del taller de mecánica, e Iván, el futbolista.

Con solo 6 años se vinculó al equipo de Rosario Central, pero para ello debía cumplir un trato: ser buen estudiante, para que no tuviera que olvidarse del balón y de los guantes de portero, además de tocar el piano y dibujar.

Pero el futbol no era su único deporte. Le apasionaba el tenis —todavía practica en un club de la zona 11—, el balonmano y squash, entre otras disciplinas.

Así que debía acoplar el día a todas sus necesidades: estudiaba por las mañanas la primaria y secundaria hasta que se graduó de perito mercantil —nocturna—, entrenaba dos veces al día y debía recibir clases de piano, ya que era parte del coro de la iglesia metodista.
Hasta que llegó el momento de dejar las reservas y unirse al equipo mayor. Nunca olvidará ese día de 1982 cuando debutó, porque llovió y debía estar muy atento, porque era el portero de Rosario Central, equipo con el que estuvo hasta los 26 años.

Sin embargo, en esa época debió jugar a préstamo con otros equipos como el Cienciano de Cuzco y el Deportivo Municipal, ambos peruanos, y fue ahí donde conoció a Jorge Vianco, quien le habló de Guatemala porque su hijo había jugado en el Xelajú MC. Fue así como llegó la opción de venir al país.

Se viste de rojo

Con 28 años conversó con los directivos de Municipal, y en 1991 decidió unirse al equipo del técnico Rubén Amorín y Mariano Tucumay Aguirre, pero a su llegada a Guatemala se encontró con que el portero Ricardo Piccinini ya no se retiraría y no había lugar en el plantel rojo. Así estuvo dos meses sin equipo, hasta que llegó su oportunidad. Piccinini no podía jugar y el portero suplente se había tenido que tragar siete goles en un partido internacional contra el Alianza de El Salvador.

Amorín apostó por él, y en San Salvador fue el portero titular. El juego terminó 1-1, pero la actuación de Iván fue fenomenal, por lo que fue contratado por un año. Salió campeón y fue uno de los guardametas destacados. Recuerda que con Amorín fue el primer entrenador que jugó con una línea de tres en la defensa. “Era un viejo zorro, tenía ideas revolucionarias. Los cambios los hizo en el partido de inauguración del estadio La Pedrera —ahora Cementos Progreso— contra la selección de Costa Rica. Fue grandioso”, recuerda Sopegno.

Para la siguiente temporada lo querían nacionalizar, pero no se pudo, así que aceptó la oferta de Galcasa FC, también por una temporada. Ahí vivió uno de los momentos más duros de su vida, ya que falleció su papá, y regresó a Argentina. A su retorno el equipo en que militaba había desaparecido.

Encuentra el amor

Luego se enfiló al Izabal JC, pero por problemas económicos dejó al equipo y regresó a su país. Antes de hacer las maletas se comprometió con Tania Dayanara Mondal, a quien conoció por una amiga y la veía cuando llegaba a Puerto Barrios a visitar. Cuando podía, el deportista viajaba a San Lucas Sacatepéquez, donde ella residía. Fue así como en una semana se comprometieron, después de seis meses de noviazgo, y se casaron. Luego partieron rumbo a Rosario, en donde le tocó tomar una decisión difícil. Una lesión en el hombro derecho lo puso fuera del futbol por siete meses y decidió retirarse, dejando atrás todas las historias como portero, un puesto para el que tenía cualidades por su colocación. Por ordenar bien a los defensas le iba bien en el juego aéreo, y como él mismo recuerda, tenía un buen saque de portería. “No sé si alguien en Guatemala tenga tanta potencia y colocación como la tenía yo, porque le pegaba con las dos piernas”, asegura.

Mientras se recuperaba aprovechó el tiempo y estudió para entrenador. Primero se graduó como profesor de ligas menores y después obtuvo el título de técnico en la Asociación de Entrenadores Argentinos.

Junto a unos amigos optimistas fundó una escuela de futbol, en la que preparaban a niños que buscaban en aldeas y municipios, para luego venderlos a equipos como Rosario Central, San Lorenzo, Newell’s, Racing de Santander e Independiente, entre otros. Además era propietario de un taxi, con lo cual vivían tranquilamente.

Pero el destino le tenía preparado algo en Guatemala. Junto a Dayanara regresó al país en 1998, para que los abuelos maternos conocieran a la hija mayor, Camila. Sin embargo, el técnico chileno Sergio Pardo le ofreció que militara para Azucareros, pero se quedó como subentrenador.
Luego vino la oportunidad de trabajar con las categorías menores de Aurora FC y tomó el reto de entrenar a los tigritos durante seis meses. Ahí conoció a Víctor Hugo Estrada, quien tiempo después se convirtió en el gerente de Comunicaciones.

Después del paso por las especiales de Aurora dirigió a Chimaltenango, equipo en el que conoció a Carlos Véliz —gerente—, quien, años más tarde, junto a Estrada, lo llevó a los cremas. Antes de eso entrenó a Sanarate, también de la Primera División.

Comienza la era crema

Para el 2001, Iván llegó a las categorías menores de los albos, donde empezó a formar jugadores. Sin embargo, no percibía sueldo, por lo que debía combinar su labor con los cremas, a los que entrenaba en Amatitlán, y dirigir otros equipos de la Primera División como Retalhuleu y luego Antigua FC, hasta que se unió a Futeca, donde daba clases y aprendía a administrar, con lo que vivía junto a su esposa y sus tres hijas —Camila (16 años), Ivana (10) y Mía (2)—.

Cada día su rutina era desgastante. Residía en Milpas Altas, salía de madrugada de casa para llevar a su hija mayor a la calzada Roosevelt, donde abordaba el bus del colegio. Luego manejaba a Amatitlán a entrenar a la especial blanca, y después se iba a Futeca a sus labores administrativas, y por la noche daba clases a niños, para retornar al hogar alrededor de las 23 horas. “Fue una etapa muy dura, pasamos así casi siete años”, cuenta.

Un día Roberto Arzú, presidente crema en ese momento —2008— lo llamó para que tomara el equipo, porque el técnico Iván León ya no podría manejar al plantel mayor, pues los jugadores habían hecho una huelga y no pensaban jugar en el partido contra Marquense. Así que Iván llamó a los de la especial, al tico Rolando Fonseca y a Ángel Sanabria para cumplir con la jornada. Perdió por 4-2, pero eso no le quitó la ilusión de seguir adelante. El club pasaba por grandes problemas económicos y un día tres de los pilares del club: José Manuel Contreras, Gustavo Cabrera y Luis Rodríguez pidieron sus papeles a la federación, por falta de pago.

El cuerpo técnico recibió el pago de dos cuotas de salario juntas. Iván recuerda que llamó a su esposa y rápido se fueron al supermercado. “Era lo primero que hacíamos cuando teníamos dinero”, recuerda entre sonrisas. Pero eso no sirvió de nada. Cuando regresó a su casa los ladrones se la habían vaciado.

Con todo y eso, Sopegno ganó la fase de clasificación con 35 puntos y llegó a la final, pero la perdió frente a los rojos de Horacio Cordero.
Durante la concentración en el hotel donde se hospedaban observó que llegó el argentino Ariel Macia, ayudante de Julio González, extécnico de Jalapa y los cremas. En ese momento le pareció raro, pero fue días después que entendió la presencia del gaucho. La nueva junta directiva crema —las familias Arzú y García-Granados— vendieron el equipo al empresario Ángel González y contrataron a Julio González.

Después de dos años, con la especial nuevamente, Iván regresó al equipo mayor. En esa época vivió otro de los momentos más traumáticos en su vida, ya que lo intentaron secuestrar al salir del entrenamiento, por lo que temía por la seguridad de su familia. Dejó Milpas Altas y se cambió de residencia.

Con el equipo ganó dos títulos —Apertura 2010 y Clausura 2011—. Al perder el tricampeonato frente a Municipal, del tico Javier Delgado, nuevamente le quitan el equipo y nombran a Ronald González, pero le ofrecen ser el director de las Fuerzas Básicas e inicia una época de preparación. “Sentí bronca al comienzo porque perdí esa final por muchas razones. Me quitaban jugadores para la selección mayor y Sub 20 —la mundialista— y no tenía con quién jugar, pero acepté porque tendría un buen cargo y me especializaría”, confiesa el estratega.

Así comenzó una nueva era en la preparación de Sopegno, quien viajó a España para conocer el trabajo de equipos como el Villarreal, del cual se sorprendió; el Espanyol, Getafe, Osasuna —lo recomendó el yerno de José Emilio Mitrovich, que trabaja como preparador físico en ese club— y el Real Madrid. La primera vez estuvo 50 días en Europa.

De todo lo que vivió, recuerda que para poder ingresar a Valdebebas, lugar donde se entrenan todas las categorías del Real Madrid, le pidieron que llevara dos libros deportivos como obsequio a la biblioteca del club. “Es un lugar de otro planeta. Es impresionante, es absurdo”, dice emocionado. “Tienen de todo y uno nunca se junta con los jugadores del primer equipo”, agrega.

Sin embargo, del que más aprendió fue del Villarreal, club que tiene una metodología especializada y vende su software a otros equipos.
Después de todo lo que vio y aprendió, creó su propia metodología: “Diez mil horas para triunfar”. “Me gusta mucho estudiar y por eso tenía que basar lo que aprendí en ideas, en transiciones rápidas, ser ofensivo, intención de manejar dos o tres sistemas de juego. Quiero que todo sea práctico, y creo que lo estamos logrando”, confiesa.

Ya para el torneo Clausura 2013, Sopegno tomó nuevamente el equipo —fue campeón con González en el Apertura 2012—, y decidió que esa tercera oportunidad sería para crecer y desarrollarse. “Era un desafío grande, porque en las anteriores ocasiones quizá no supe pelear por quedarme, pero ahora es una ventaja porque tengo a mis jugadores, con los que hemos pasado épocas difíciles sin pago, derrotas y ahora con triunfos”.

Por eso cada campeonato es de un grupo unido, de una familia que quiere al club y que desea lograr muchas cosas, quien ganó los dos torneos el año pasado y que ahora tiene un reto nuevo: lograr el tetracampeonato, con el que no solo sueña él, sino todo el plantel.

Con el Tri no durmió dos noches seguidas de tanta adrenalina, porque Iván es un hombre apasionado por lo que hace y lo comparte con su familia, su soporte, con la que disfruta los momentos que puede y por las que se entrega cada día en la cancha.

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