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Ricardo Izecson, Kaká, es el jugador de Cristo

Antes de su salto a Europa, el brasileño, Ricardo Izecson dos Santos Leite tuvo que sobreponerse a un retraso en su crecimiento óseo y a un accidente que pudo haberle dejado paralítico.

de la mano de Kaká, el AC Milán ha tomado un segundo aire en la Serie A, en la búsqueda de posiciones europeas.

de la mano de Kaká, el AC Milán ha tomado un segundo aire en la Serie A, en la búsqueda de posiciones europeas.

Marcaba el calendario el 22 de abril de 1982, cuando en Brasilia, capital de Brasil, donde el fútbol encuentra su significado más alegre y festivo, empezaba a alumbrar una futura estrella del fútbol. Dicho día, Bosco Izecson, ingeniero civil, y Simone Cristina dos Santos, maestra de primaria, fueron padres de un niño al que bautizaron Ricardo Izecson dos Santos Leite. A su hermano pequeño, Digão (futbolista profesional), le debe el sobrenombre por el que se le conoce mundialmente, Kaká, ya que era incapaz de pronunciar “Ricardo” de forma correcta.  

Kaká nació en el seno de una familia de clase media, lo que le alejaba del prototipo de futbolista brasileño criado en la pobreza y que se iniciaba en el fútbol entre favelas. Si algo caracterizó al mediapunta desde bien pequeño fue su empeño por conseguir su sueño: ser futbolista profesional. Para ello, pese a que no sea vox pópuli, tuvo que recorrer un camino lleno de obstáculos en forma de problemas físicos. De no haberlo conseguido, hubiera seguido los pasos profesionales de su padre.

Cuando tenía cuatro años, los derroteros del trabajo de su padre llevaron a toda la familia a trasladarse a Sao Paulo, lugar del que Kaká se siente natural y en el que se crió. Allí se dieron sus inicios futbolísticos, en el equipo de fútbol sala del colegio Baptista Brasileiro, donde era conocido como Ricardinho. Era superior al resto y un profesor telefoneó a su madre para aconsejarla que le apuntase a una escuela de fútbol. Académicamente, sobresalía en Matemáticas y Religión. En 1989, su madre le apuntó a la escuela dirigida por Andrés Córdoba, quien le condujo al Alphaville Tenis Club para integrarlo en el Soccer Brasil, con el que jugó su primer torneo fuera de las fronteras brasileñas, el de La Serena, en Chile, en el que fue el máximo goleador.

Después, sus padres le llevaron a probar al Sao Paulo, donde causó gran asombro entre los técnicos. Tenía ocho años y su entrada en el club paulista inició una larga y dura travesía que desembocó en el primer equipo, previa superación de dos contratiempos que marcaron su infancia futbolística y que fueron los contrapuntos a una niñez sin problemas de hambruna o de formación académica, algo muy frecuente en los otros chicos de su edad. De hecho, en las categorías inferiores del Sao Paulo fue apodado como ‘El Príncipe’ por las diferencias económicas existentes.

Kaká tuvo que sobreponerse a dos grandes golpes que le presentó la vida: uno genético y otro en forma de accidente.

Con 12 años era más bajo que el resto de niños de su edad. Unas pruebas le diagnosticaron un retraso de dos años en la edad ósea, lo cual le hacía frágil y echaba para atrás a los entrenadores a la hora de alinearlo. La solución, esperar y mucho esfuerzo y sacrificio para evolucionar físicamente: horas y horas de gimnasio, que era la principal directriz de unos técnicos del Sao Paulo que confiaban mucho en su potencial. Kaká contó con la inestimable ayuda de Turibio Leite, fisioterapeuta del club. De acuerdo con la complexión de sus padres, pronto se descartó que se tratase de un problema heredado. Ya con 15 años, Kaká cambió su dieta alimenticia, algo duro y raro en un chico de su edad: la ingesta de hidratos y vitaminas para incrementar la producción calórica pasó a ser capital. Además, pasaba seis horas diarias en las instalaciones del club (la mitad, en el gimnasio), tres más que el resto de sus compañeros, que sólo se entrenaban en el campo. A partir de los 18 años empezó a ponerse al nivel físico de los demás e incluso a superarles, ganando 13 kilos en dos años y obteniendo el récord histórico en los test de resistencia del Sao Paulo. Las ocasionales dudas pasaron a ser pretéritas y las esperanzas, realidades: resultaba una obviedad que sería una estrella mundial.

Turibio Leite volvió a ser el ángel de la guarda del brasileño, ya que años después fue clave en la recuperación de Kaká tras un grave percance. Y es que, cuando la luz aparecía al final del túnel, llegó un apagón: sufrió un accidente que pudo dejarle paralítico.

En octubre de 2000, jugaba en el Juvenil del Sao Paulo y, a mediados del campeonato, fue sancionado por acumulación de tarjetas amarillas y aprovechó el fin de semana libre para visitar a sus abuelos. Fue con su hermano a un parque acuático y, saltando al agua, su cabeza golpeó contra el fondo de la piscina, fracturándose la sexta vértebra y recibiendo cuatro puntos de sutura. Pese a que inicialmente no pareció muy grave, dos días después saltó la alarma a raíz de unos mareos y dolores en las cervicales durante los entrenamientos. Una revisión evidenció el daño en la vértebra y se celebró el estado de Kaká, puesto que los médicos coincidieron en que fue una suerte que no se hubiera quedado paralítico. Él jugador, sin embargo, descartó que fuera un designio del azar: “No creo que fuera la suerte; creo que Dios me estaba protegiendo”. Kaká reconoció que las bases fundamentales para su reconstrucción física fueron la perseverancia, la pelea, el trabajo duro y el resguardo en Dios. “Creo que Dios tuvo un propósito en ese accidente y creo que no fue coincidencia. Fue algo que sucedió apenas antes de empezar la bendición de mi carrera como jugador profesional”, aseguró. Pero no se conformó con recuperarse, sino que elaboró una lista con cinco objetivos principales de cara al futuro: volver a los terrenos de juego, firmar un contrato profesional, jugar con la selección brasileña, fichar por un club europeo importante y ganar un Mundial.

Estas vicisitudes por las que pasó Kaká pusieron los cimientos de uno de los mejores centros de alto rendimiento del mundo, el del Sao Paulo, puesto que el club, sabedor del potencial del centrocampista, se decidió a invertir en maquinaria importante.

Estuvo alejado de los terrenos de juego desde el accidente hasta finales de año. Regresó a los entrenamientos en enero, ya en 2001, cuando fue llamado para jugar con el primer equipo del Sao Paulo, con el que debutó a los 19 años. Era distinto, extraordinario: poseía una zancada privilegiada y una pegada difícil de igualar; una gran habilidad, una elegancia innata y un don para mantener la verticalidad con un equilibrio demoledor.

Fue Osvaldo Álvarez ‘Vadao’, entrenador del equipo brasileño por entonces, quien le dio la alternativa. Kaká, suplente por aquel entonces en el filial, estuvo en varios entrenamientos del primer equipo y no volvió a las categorías inferiores. De este modo, Kaká debutó con el Sao Paulo el 1 de febrero de 2001, cerca de cumplir los 19 años. Partió desde el banquillo y entró en la segunda parte de un partido que acabó con 1-1. En la serigrafía de su zamarra se podía leer el nombre ‘Cacá’ y el dorsal ’30’. Pasaron tan sólo 3 días para que repitiera oportunidad y, además, con estreno goleador: fue en una victoria por 4-2 ante el Santos. Su primera gran actuación data del 7 de marzo de 2001, en la final de la Copa Rio-Sao Paulo. Ingresó en el campo con 0-1 a favor del Botafogo, en la segunda parte, y, ante 70.000 personas, volteó el resultado con dos goles en un abrir y cerrar de ojos que valieron el único título que ganó en Brasil. El año acabó con 12 goles en su haber y siendo la estrella del equipo.

El 31 de enero de 2002 llegó su primera convocatoria con la selección brasileña. Scolari le citó para medirse a Bolivia en Goiania, en un amistoso que acabó con victoria brasileña por 6-0. En el verano fue a su primer Mundial, el de Japón y Corea (2002). No llegó a jugar ni media hora (ante Costa Rica), pero le permitió vivir en primera persona el quinto entorchado mundial de la Canarinha y el resurgir de un Ronaldo Nazario que le llamaba ‘Kakito’ y que, como expresó Kaká, le trató como un padre a su hijo pequeño.

El 20 de diciembre de 2002 dejó su carta de presentación en Europa, en un escenario sin parangón: el Santiago Bernabéu. Fue en un partido con motivo de la celebración del centenario del Real Madrid, en el que se midieron el conjunto blanco y una selección FIFA. El choque finalizó con 3-3 y Kaká hizo el segundo. Venía de ganar el Mundial con Brasil y de ser elegido jugador revelación del Brasileirao. Un año más tarde, en julio de 2003, su representante, Wagner Ribeiro, ofreció el traspaso del jugador por ocho millones al club blanco. El gran desembolso por Beckham y lo mal que sonaba en la directiva su nombre futbolístico frustraron el fichaje. El propio Ribeiro, representante de Kaká en 2002, dijo en Brasil en 2010 que podría haber jugado en el Getafe: “Había acuerdo entre el Madrid y Ricardo por siete millones y la idea era cederlo al Getafe”.

En sus tres temporadas en el Sao Paulo (2000-01, 01-02 y 02-03), jugó 56 partidos y marcó 22 goles, ganándose el reconocimiento y cariño de sus compañeros y del público. El siguiente paso, irremediablemente, era el salto a Europa. Tras rechazar a grandes clubes europeos, Leonardo consiguió su contratación para el Milán en agosto de 2003, previo pago de 8,5 millones de dólares. Pero ésta es otra historia…

 

Religión y familia.

Más allá del fútbol, no cabe duda de que la vida de Kaká se sustenta en dos pilares básicos: su familia y la religión. Con 12 años ya había ingresado en el ‘Renacer en Cristo’ por voluntad propia, puesto que sus padres siempre respetaron la idea del bautismo opcional, a elección propia. Este hecho descarta la teoría extendida de que su fe tiene origen en el grave accidente que pudo dejarle paralítico, si bien es cierto que éste reforzó sus convicciones. No sorprende que Kaká alce los brazos señalando al cielo en sus celebraciones y que aparezcan en ellas camisetas que rezan ‘I Belong to Jesus’ (‘Pertenezco a Jesucristo’), o que rece dos veces antes de cada encuentro: una en el vestuario y otra cuando salta al campo. Tampoco llaman la atención, pues, sus reconocidas intenciones de estudiar Teología e incluso convertirse en pastor evangélico. Kaká siempre mantuvo que juega al fútbol “porque tengo un talento dado por Dios”.

Conoció a su actual esposa, Caroline Celico, en 2002. Ella tenía 15 años y él 20. La boda tuvo que esperar hasta que ella cumpliera los 18. Debido a las creencias religiosas de ambos, se mantuvieron al margen de contactos sexuales hasta el matrimonio, algo que nunca han ocultado, sino más bien lo contrario. Un ejemplo de ello son estas declaraciones de Kaká: “Caroline y yo nos besábamos, el deseo existía, pero siempre supimos controlarnos. Para nosotros, la primera noche fue bellísima”. Fruto de la unión de ambos son sus dos hijos, Luca e Isabella.

Kaká se caracteriza, además, por su solidaridad. Más allá de donaciones a diferentes iglesias, participa en proyectos y colabora con asociaciones caritativas como ‘Atletas pela Cidadania’.