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Iniesta, el héroe de Sudáfrica vuelve a ser fundamental

Andrés Iniesta jugará el Mundial con 30 años casi recién cumplidos —Fuentealbilla, 11-5-1984—. Comparto su sorpresa. Hay jugadores a los que resulta imposible imaginar en la treintena.

Andrés Iniesta es la gran figura de España para el Mundial de Brasil 2014. (Foto Prensa Libre: Archivo)

Andrés Iniesta es la gran figura de España para el Mundial de Brasil 2014. (Foto Prensa Libre: Archivo)

En el fondo es un acto de defensa propia frente a nuestra vejez galopante. Aceptar que el niño de antes es el treintañero añade peso a la mochila de años que dobla nuestra espalda. Ha ocurrido, sucesivamente, con Butragueño, Raúl, Fernando Torres y, ahora, con Iniesta. Todos ellos niños prodigio, peterpanes del futbol hasta que dejaron de serlo, para su desgracia y la nuestra. Es curioso: nos cuesta más renunciar al niño que se fue que al prodigio que pasó.Es difícil calcular cómo afectará el cambio de dígito a un jugador como Iniesta, que nació maduro y así permaneció mientras otros vivían los locos años de la adolescencia y primera juventud —y posteriores—.

Sin embargo, como siempre, cabe esperar algo bueno. Como tipo racional y nostálgico que es, Iniesta observará que el Mundial que asoma, el tercero que disputa, puede ser el último de su carrera. Superada la melancolía inicial, esa posibilidad le llevará a respirar profundo. El objetivo no será llenarse de oxígeno, sino de olores. Hacer acopio de últimas sensaciones. Su deseo de no perder el tiempo será lo primero que le iguale al resto de treintañeros, cuarentones y demás generaciones.

Iniesta, trató de decirlo y no arrancó, viajará a Brasil con la intención de ganar el Mundial. Y no se habla de una predisposición común a todos los favoritos, sino de la firme determinación de quien lleva peleando por títulos internacionales desde los 16 años, cuando se proclamó campeón de Europa con España, siempre en los partidos de las medallas. La diferencia es que, en esta ocasión, Iniesta no solo se sentirá obligado por el sentido de la responsabilidad, también por el reloj, ese tic-tac que nos aproxima al horizonte.

En este sentido, ya hay quien asegura que, durante la presente temporada, el genio ha dosificado fuerzas al estilo de otras grandes estrellas; Messi, sin ir más lejos. Su gran momento actual, en comparación con su estado físico al principio del curso, parece demostrarlo. Podría ser verdad lo que dicen. Sin embargo, cuesta relacionar a Iniesta con cualquier forma de egoísmo animal o vegetal. Habrá que apostar, más bien, por una deriva inconsciente hacia el torneo que le convirtió en inmortal, ícono de felicidad futbolera. Ese gol en el minuto 116 también le obliga. Los héroes quedan enganchados a sus medallas.

El silogismo no se discute: si Iniesta quiere, y como hemos expuesto tiene motivos para querer, España está más cerca de poder. Su futbol da solución al bucle en el que se enreda el tiqui-taca últimamente. Sus 11 goles con la Selección han sido casi siempre operaciones de rescate con la máxima discreción —marcar goles le da vergüenza—. Hasta que llegó la final del Mundial, cuando ya no pudo disimular más —”Si lo sé, no lo marco”, llegó a bromear poco después—.

La ecuación también se sostiene si nos referimos a aspiraciones personales. Iniesta es marido modélico, padre amoroso y viticultor de éxito. También ciudadano ejemplar. Deportivamente, no hay título que haya dejado escapar con el Barsa y la selección española —dos Eurocopas y un Mundial—.

Podríamos afirmar que Iniesta lo tiene todo, menos melanina. O casi todo. Solo le falta un reconocimiento individual que se conecta directamente con el Mundial de Brasil: el Balón de Oro. Después de ser dos veces cuarto, una tercero y otra segundo, a nadie se le escapa que ese es un tren que no volverá a pasar. Se trata de la única asignatura pendiente de una trayectoria admirable. Un galardón que debió coronarle en el 2010, después de hacer campeona a España con su gol en la prórroga —en aquella edición Messi fue el más votado, por delante de él y de Xavi—.

Nunca es tarde para hacer justicia y también por eso merece la pena respirar hondo, llenarse de olores inolvidables y volver a mirar el último gol de la final de un Mundial. Dedicatoria a Dani Jarque, naturalmente.