Compuesta rápidamente en el verano de 1804 y estrenada ante una audiencia atónita en 1805, la Sinfonía n.º 3 de Beethoven marcó un antes y un después en el mundo de la música occidental.
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Cómo Napoleón se ganó el repudio de Beethoven y perdió la posibilidad de ser inmortalizado en su sinfonía más importante
“Cuando te preparas para dirigir su tercera sinfonía”, aseguró el director de orquesta estadounidense más importante del siglo XX, Leonard Bernstein, “te enfrentas finalmente con Beethoven, el gigante: es Zeus con su trueno, Thor con su martillo”.
Napoleón Bonaparte nació en agosto de 1769. Ludwig Van Beethoven, en diciembre de 1770. Aunque sus caminos nunca se cruzaron, estarán siempre unidos por la Eroica. (GETTY IMAGES)
“Con esos dos latigazos de sonido del comienzo, [Beethoven] destruyó la elegante formalidad del siglo XVIII”, argumentaría Bernstein, uno de los más importantes intérpretes de la obra del compositor alemán.
El biógrafo de Beethoven, Jan Swafford, dice que la composición se inspiró en la personalidad política y militar más influyente de la época en Europa: “Cuando la concibió, era muy importante que la llamara ‘Bonaparte’”.
En 1802, Napoleón Bonaparte era visto como el exportador de los ideales de la Revolución Francesa -libertad, igualdad y fraternidad- y, después de una seguidilla de victorias en Italia, se había convertido en el héroe que tenía al poderoso ejército austriaco a la huida.
“Gente como Beethoven admiraba muchísimo las cosas que (Napoleón) empezó a hacer una vez se convirtió en primer cónsul de Francia”, le cuenta a BBC Mundo Andrew Roberts, autor de la biografía “Napoleón: una vida”.
“Mantuvo el sentido de la igualdad ante la ley, dejó fuera la idea de una religión oficial y fue bueno con los judíos, abriendo los guetos allá donde fuera que su ejército llegara”.
Pero, a pesar de la admiración que le tenía Beethoven y de la inspiración que le dio para componer la que es una de las más grandiosas las sinfonías de la historia de la música clásica, la tercera nunca se conoció como Bonaparte, sino como Eroica.
De hecho, en el manuscrito original el nombre del estratega militar francés fue tachado con tal fuerza que solo queda una profunda rasgadura en el papel.
¿Qué fue lo que hizo que Ludwig van Beethoven se hubiera molestado tanto con Napoleón Bonaparte, el “liberador”, como para quitarle el honor de ser inmortalizado en una de una de las obras cumbre de la música occidental?
Para poder entenderlo, nos tenemos que remontar al caos que vivía Europa a finales del siglo XVIII.
Del terror a la gloria
El fin del siglo vio cómo la Revolución Francesa y su promesa de “libertad, igualdad y fraternidad” se transformaban en “el terror”: entre 1793 y 1794, se estima que entre 30.000 y 50.000 personas perdieron la vida en nombre de la revolución.
Para empeorar las cosas, Francia se encontraba en conflicto con sus vecinos (Austria, Prusia, Rusia y Gran Bretaña), que veían en la revolución una amenaza existencial para sus propios sistemas monárquicos y sus aristocracias.
Aprovechando el vacío de poder que se había generado en las fuerzas militares francesas, Napoleón empezó a escalar rápidamente en los rangos de las tropas republicanas, haciéndose indispensable.
“Se convirtió en general a los 26 años, lo cual es increíblemente joven”, explica Roberts. “Y en parte llegó allá porque la revolución había guillotinado a la mayoría de los generales”.
“Pero también porque era muy buen soldado. En 1795, le hizo un gran favor al gobierno francés aplacando una insurrección realista en París con una tremenda crueldad, matando a 300 personas. El gobierno lo necesitaba, lo admiraba y lo puso al frente del del ejército en Italia”.
Un Napoleón victorioso
Se dice que el momento en el que Napoleón Bonaparte, con apenas 27 años, venció a las tropas austriacas con una brillante maniobra militar en la batalla de Lodi en mayo de 1796, se dio cuenta de que estaba destinado a la grandeza.
“Desde ese momento pude ver lo que sería”, recordaría después el general nacido en Córcega. “Desde ese momento, ya podía sentir como la tierra se abría a mis pies, como si me estuvieran llevando a los cielos”.
La batalla de Lodi hizo parte de una serie de victorias inesperadas para las tropas francesas en Italia en las llamadas guerras de la Coalición (la primera, entre 1792-1797 y la segunda entre 1798-1802).
Durante estos conflictos -conocidos también como las guerras napoleónicas-, Bonaparte logró hacer retroceder a las poderosas tropas austriacas hasta las puertas de su propia casa, forzándolas a firmar un frágil acuerdo de paz.
Cuando Napoleón volvió a Francia para convertirse en primer cónsul –figura en la que, en teoría, compartiría el poder con otras dos personas, Emmanuel-Joseph Sieyès y Pierre-Roger Ducos-, las tropas francesas estaban a 150 kilómetros de Viena.
Mientras las tropas napoleónicas se acercaban a Viena, un joven compositor de nombre Ludwig van Beethoven estaba empezando a tener problemas con su audición.
El Testamento de Heiligenstadt
Cuando Ludwig van Beethoven, de 31 años, estuvo frente a la muerte, contemplando el suicidio debido a las muchas dolencias de salud que lo aquejaban, también se dio cuenta que estaba destinado a la grandeza.
En octubre de 1802, Beethoven se había retirado a la pequeña población de Heiligenstadt, a las afueras de Viena, bajo recomendación de su médico, buscando los baños naturales ricos en minerales de la población que le ayudarían con las dolencias gástricas que lo torturaban. Pero principalmente buscaba darle descanso a su oído, el cual le había empezado a fallar.
“Pasa un tiempo allí, reflexionando sobre los problemas que lo aquejan”, le cuenta a BBC Mundo Robin Wallace, musicólogo de la Universidad de Taylor, en EE.UU.
“Está caminando con su amigo Ferdinand Ries y este escucha a un pastor tocando una flauta. Ahí es cuando Beethoven se ve forzado a reconocer que no la escucha”.
“Qué humillación cuando alguien a mi lado escuchó una flauta en la distancia y yo no escuché nada”, escribió el compositor en el llamado Testamento de Heiligenstadt, una carta escrita por el compositor para sus hermanos en octubre de 1802 en la que relata su desesperación por su creciente sordera.
“Tales incidentes me llevaron al borde de la desesperación. Un poco más y habría puesto fin a mi vida”.
El testamento es visto por los historiadores como el momento en el que el genio reconoció que perdería su oído y se enfrentaría a un brutal destino lleno de dolor y aislamiento. Pero también es visto como el momento en el que aceptó la grandeza que veía en sí mismo.
“Solo el arte me retuvo, ya que se me hizo imposible dejar el mundo hasta que hubiera producido todo lo que he sido llamado a producir, así es que he soportado esta terrible existencia”, se lee en el documento que, en vez de entregar a sus hermanos, mantuvo en su escritorio hasta el fin de sus días.
Casi como si el testamento lo hubiera liberado, Beethoven vuelve a Viena con una misión clara: “No estoy satisfecho con mi trabajo hasta ahora. A partir de hoy, tengo la intención de recorrer un nuevo camino”.
Los historiadores consideran este como el comienzo de la etapa media de Beethoven, la más productiva de toda su carrera.
De “Bonaparte” a Heroica
En mayo de 1804, Napoleón Bonaparte empezó a consolidar sus planes para convertirse en emperador de Francia.
Sus victorias en las guerras napoleónicas, y un fantástico uso de la propaganda, le habían permitido convertirse en cónsul vitalicio en 1802, y la posibilidad de hacer realidad su sueño de convertirse en el Alejandro Magno de su tiempo, empezó a concretarse.
“Lleva a cabo un referendo”, cuenta Andrew Roberts, “y, con el convencimiento de que tiene el apoyo de todos los franceses, se hace a sí mismo emperador”.
La noticia le llega a Beethoven en su estudio de Viena de boca de su amigo Ferdinand Ries y desencadena uno de sus famosos episodios de ira.
En una carta, Ries recordaría el incidente diciendo que cuando llegó al estudio, vio el “hermoso manuscrito” de la última composición de Beethoven, titulada: “Buonaparte”, en el escritorio.
“Fui el primero en anunciarle la noticia de que Bonaparte se había hecho a sí mismo emperador, a lo que estalló en ira y dijo: ‘¡Así que no es más que un hombre común! Ahora él también pisoteará los derechos de los hombres, y dará vía libre sólo a su ambición. Ahora, se creerá superior a todos los hombres, se convertirá en un tirano’”.
Ries dice que, acto seguido, el compositor rompió en dos la hoja que llevaba el nombre del que sería emperador, obligando a la impresión de un segundo manuscrito con el nuevo título, Eroica.
Un diciembre histórico
En diciembre de 1804, Napoleón Bonaparte y Ludwig Van Beethoven dejarían dos huellas indelebles en la historia de la humanidad: por un lado, Napoleón se coronó a sí mismo emperador de Francia, bajo la mirada atónita del mundo y los vítores de los parisinos.
Por el otro, Beethoven “sacudió los cielos y la tierra” -como lo describió Ries- cuando dirigió por primera vez la Heroica en un evento privado en la casa de uno de sus patrones, el príncipe Lobkowitz. La música occidental nunca volvería a ser la misma.
Pero la relación que hubiera podido unir los dos eventos había desaparecido por completo: Beethoven se había encargado de eliminar todos los rastros de la dedicatoria de su obra a Bonaparte y, en su reemplazó, quedó una referencia ambigua: “A la memoria de un gran hombre”.
“Lo que hace que Beethoven se sienta tan reflejado en Napoleón es la idea del hombre hecho a pulso, el héroe hecho a pulso: lo veía como el hombre que se había hecho a sí mismo, el hombre más importante del mundo”, explica Swafford.
“Ciertamente para Beethoven, que venía de un pueblo en la mitad de la nada y quien tuvo un padre alcohólico, esto es lo que alguien puede lograr cuando es libre: es poder desarrollar las habilidades que naciste para tener”, explica el historiador, asegurando que la idea de libertad se encuentra en toda la obra del compositor alemán.
Y aunque Napoleón había sido fundamental para exportar los ideales de la revolución por toda Europa en un momento en el que las monarquías intentaban someter a sus poblaciones, con su coronación se había convertido en su principal amenaza, aunque él así no lo viera.
“Hay una época, particularmente entre 1805 y 1806, cuando destruyó a los ejércitos de Rusia y Austria, en la que Napoleón equiparaba cualquier oposición en su contra como antipatriótica”, explica el académico.
“Pero él nunca consideró que estuviera atentando contra la libertad. De hecho, cuando regresó al poder en 1815, eliminó la censura a la prensa, abolió la esclavitud en las colonias francesas y trajo una forma de gobierno mucho más liberal”.
En el manuscrito de la Eroica que permanece hoy en la biblioteca Gesellschaft der Musikfreunde de Viena, se puede ver el nombre original de la tercera, Sinfonia Grande Intitulata Bonaparte (Gran Sinfonía titulada Bonaparte), pero el apellido del general ha sido tachado con tal fuerza que la hoja está rasgada. Una cicatriz que recuerda la ira de su creador.
Puede que la dedicatoria ya no exista, pero el vínculo entre el joven de Córcega que se convirtió en emperador de Francia, y el joven sordo de Bonn que revolucionó la música, se mantendrá por siempre en esos dos acordes que dan inicio a la Eroica.