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La era del odio: cómo ver películas y series que no nos gustan se volvió un fenómeno global (y hasta convirtió en éxitos famosos fiascos)

Cuando escuché hablar por primera vez sobre la serie "Vinyl" de HBO el año pasado, estaba desbordante de entusiasmo.

"Ver con odio" es más que una simple pérdida de tiempo o un ejercicio de voyeurismo. (Getty Images)

"Ver con odio" es más que una simple pérdida de tiempo o un ejercicio de voyeurismo. (Getty Images)

Un drama sobre la industria de la música en la década de 1970, creado por Mick Jagger y Martin Scorsese, protagonizado por tres de mis actores favoritos -Bobby Cannavale, Olivia Wilde y Ray Romano- y que mezcla a sus músicos ficticios con actores que dan vida a figuras históricas como Robert Plant, Andy Warhol o Karen Carpenter.

Era el sueño hecho realidad todo fanático de la música.

A medida que la serie avanzaba, sin embargo, comenzó mi disgusto.

¿Cómo podía estar viendo otra trama sobre asesinatos y la mafia? Y, ¿cómo podía ser un asesinato tan aburrido?

Y, sin embargo, seguí viéndola. Cada minuto, de sus 10 episodios, hasta el final.

Muchos de nosotros nos entregamos a este tipo de hábito de perder el tiempo: mirar programas que odiamos ha alcanzado una nueva dimensión.

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Alimentado por opciones casi infinitas, reforzado por el concurso de sarcasmo en que se han convertido los medios de comunicación social, los espectadores ahora se deleitan tanto en encontrar problemas en la trama y analizar lo defectuoso tanto como en la programación de calidad.

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Las burlas más inteligentes

Mystery Science Theater 3000 (MST3K) se convirtió en una serie de culto en la década de 1990 con lo que parecía un concepto extraño en el momento: mostraba a los personajes viendo horribles películas de ciencia ficción y realizando comentarios ácidos sobre ellas.

Recientemente, Netflix ha revivido esa serie: el ejemplo perfecto de nuestra era televisiva.

Ahora, los espectadores de todo el mundo regularmente se comunican en internet para competir sobre quién puede hacer las burlas más inteligentes de The Newsroom, Smash, Glee, Nashville y docenas de otras series.

Los espectadores contrariados exhiben los síntomas de los fans: ven cada episodio y los analizan con otros, aunque los aborrecen a un nivel racional.

Este comportamiento es similar al de los que les encanta señalar las letras más embarazosas de Taylor Swift, publicar un audio de las peores interpretaciones vocales de Britney Spears o los que critican Fifty Shades of Grey (Cincuenta sombras de Grey, el libro o la película).

Tales cínicos convirtieron a la oscura película The Room (2003), etiquetada como “la peor película de todos los tiempos”, en un filme de culto, que al final generó el libro The Disaster Artist.

La adaptación cinematográfica dirigida por James Franco de The Disaster Artist ha recibido críticas entusiastas. Bienvenido a la “era del odio”.

Nuevo tipo de fanes

No se trata de un “placer oculto”, es decir, no se trata de mirar algo que el espectador sabe que no es arte de alta categoría, pero le gusta de todos modos.

No es mirar por puro voyerismo, como cuando uno ve Keeping up with the Kardashians o cualquier reality show basura.

El espectador incómodo analiza un programa que cree que le debería gustar, y trata de averiguar por qué no le gustó; una obra de un creador que uno normalmente respeta, tratando de determinar qué salió mal esta vez; o una obra que parecía destinada a ser grande, pero se queda muy corta.

Mirar con odio es, por lo tanto, una nueva forma deser fan en una época definida por el poder de los fanes.

“Es un tipo de experiencia, al igual que ser aficionado a algo”, dice Joli Jensen, profesora de estudios de medios en la Universidad de Tulsa, en EE.UU.

“Tienes el placer de intentar averiguar por qué no te está dando placer”.

Una historia de odio

Odiar como un comportamiento de los fans ha existido durante más tiempo que la propia televisión.

La cantante clásica Florence Foster Jenkins atrajo a multitudes que querían oír sus escandalosamente horribles interpretaciones en Nueva York durante las décadas de 1920, 1930 y 1940.

El poeta William Meredith escribió que lo que Jenkins “proporcionó nunca fue exactamente una experiencia estética (…); era principalmente una inmolación, y la señora Jenkins siempre era devorada, al final”.

Fue una pionera en cultivar el odio entre los fans tanto que Meryl Streep fue nominada a un Oscar por interpretarla en una película biográfica de 2016.

Desde la época de Jenkins, numerosas figuras de la cultura pop y obras artísticas han evocado el odio, aunque tal vez nuestra era actual comenzó en el 2005 con los comentarios en internet sobre la película Snakes on a Plane (Serpientes a bordo): blogueros cáusticos se burlaron tanto de su título demasiado literal que el distribuidor New Line ordenó filmar de nuevo para incorporar las sugerencias de estos para hacer que la película fuera “tan mala que fuera buena”.

Resultó tan, pero tan mala, que los comentarios en torno a la cinta marcaron el inicio de una nueva era en la que la burla apasionada puede convertirse en positiva si se aprovecha correctamente.

Las redes sociales canalizan el rechazo como nunca antes.

La cantante pop aficionada Rebecca Black se convirtió en un fenómeno instantáneo cuando el video de su canción Friday se volvió viral en 2011 (con gran ayuda del comediante Michael J. Nelson, de MST3K, que lo calificó en Twitter de “el peor video jamás hecho”).

La “peor pintura de todos los tiempos”, una pésima restauración de un fresco de Jesús en una iglesia española, se convirtió en una sensación mundial en 2012.

Seguramente el furor por Fifty Shades of Grey en 2011 debe tanto a sus enemigos como a sus seguidores.

Todo un género de textos de blogs está dedicado al Odio a Cincuenta Sombras (Fifty Shades Hate), y están escritos de modo mucho más vibrante que los propios libros.

Pero el sarcasmo en internet no impidió que la saga se convirtiera en una película de indudable éxito en el 2015.

Aprovechando el desprecio

Hacia 2012, la burla generalizada se había convertido en una experiencia tan común que se necesitaba un nombre.

Se cree que la crítica neoyorquina Emily Nussbaum acuñó el término hate-watching (algo así como “ver con odio”) en su reseña de 2012 sobre el espectáculo Smash, un extravagante drama que tiene lugar tras las bambalinas de un musical de Broadway.

La cadena estadounidense NBC aprendió a capitalizar esta tendencia cuando en 2013 lanzó su tradición anual de poner en escena musicales en vivo.

La primera producción, The Sound of Music (La novicia rebelde), protagonizada por la cantante Carrie Underwood, fue un desastre, debido principalmente a la artificiosa actuación de Underwood. Pero a Twitter le encantó, y tuvo mucha audiencia.

Al año siguiente, la cadena pareció apoyarse en la idea de que “lomalo es tan bueno como bueno”, seleccionando a la estrella de Girls, Allison Williams, como protagonista en Peter Pan.

Williams pidió abiertamente a los fans que no miraran con odio la producción. Twitter ignoró en gran parte su petición y NBC tuvo otro éxito en sus manos.

“La cultura mediática de hoy está llena de burla, cinismo y evaluación”, dice Jensen.

“Las redes sociales nos han hecho a todos creadores, en cierto sentido, por lo que creemos que tenemos más que un derecho a enojarnos con alguien que no lo hace tan bien como creemos que debería. Nos sentimos más facultados para juzgar y criticar”.

Si tan solo supiéramos lo cerca que está nuestro odio del amor.

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