“Me sonrojo por la humanidad”. Ese fue el veredicto fulminante de Nikolay Karamzin sobre el reinado de Catalina la Grande.
BBC NEWS MUNDO
¿Se justifica la reputación de Catalina la Grande de hipócrita, reaccionaria, usurpadora y maníaca sexual?
A la rusa se le señalaba de usurpar el trono, ser irremediablemente promiscua, tenía poco interés por los pobres, y alguien que persiguió una política exterior rapaz.
Catalina la Grande (1729-1796), quien llegó al trono en 1762. A los 14 años de edad, Catalina, una princesa alemana, fue elegida para ser la esposa de Pedro III de Rusia. Getty Images
Karamzin, quien, a principios del siglo XIX, escribió una historia amplia de Rusia, no ha sido el único historiador en desaprobar el comportamiento de la emperatriz desde que ella murió, en 1796.
¿Qué hizo Catalina para que Karamzin se sonrojara?
De todas las críticas en su contra, cuatro se destacan:
- que usurpó el trono ruso de su esposo;
- que era irremediablemente promiscua;
- que se hizo pasar por una monarca iluminada mientras hacía poco para mejorar el sufrimiento de los pobres;
- que persiguió una política exterior rapaz.
Es una lista tremenda pero, ¿resiste el escrutinio? Yo creo que no.
El trono
Sin duda, tenía sus defectos. Pero si examinas su historial en el contexto de su época, es difícil no concluir que merece ser juzgada con más simpatía.
Toma el primero de sus principales ‘crímenes’: su toma del poder.
Es cierto que no tenía derecho al trono ruso: provenía de una familia principesca alemana que no estaba en su mejor momento.
También es cierto que su ascenso, de aristócrata anónima a emperatriz de Rusia a la edad de 33 años, fue impresionante.
Sin embargo, fue producto tanto de su propia ambición como del oportunismo de su madre, de las intrigas diplomáticas de la corte real y su capacidad para impresionar a la gobernante rusa, la emperatriz Isabel.
La clave del ascenso de Catalina fue su compromiso con el heredero de la emperatriz Isabel, Pedro, el duque de Holstein Gottorp. Se casaron en 1745 y Pedro se convirtió en zar en 1761.
El matrimonio de la pareja fue tempestuoso y, poco más de seis meses después de que Pedro se convirtiera en zar (como Pedro III), Catalina lo derrocó con el apoyo de oficiales del ejército de los regimientos de guardias de élite, incluido su amante, Grigory Orlov.
Pocos días después del golpe, Pedro fue asesinado por el hermano de Orlov, supuestamente en una pelea de borrachos.
Catalina ciertamente se benefició de la caída de su esposo, pero estaba lejos de ser la única.
Un dicho común sobre el zarismo ruso es que fue “una autocracia moderada por el asesinato”; es decir, el gobernante tenía poderes casi ilimitados, pero siempre era vulnerable a ser destronado si enajenaba a las élites.
Pedro III había hecho exactamente eso, y en particular había ofendido los sentimientos patrióticos del cuerpo de oficiales del ejército al cambiar de bando en la Guerra de los Siete Años, firmar un acuerdo de paz con Federico el Grande de Prusia y abandonar las conquistas rusas en Prusia Oriental.
El emperador parecía caprichoso e inestable, lo que llevó a conspiraciones en su contra por parte de altos funcionarios.
Catalina misma estaba en riesgo, ya que su esposo amenazó con divorciarse de ella, casarse con su amante y desheredar a su hijo.
Es imposible saber cómo habría evolucionado el reinado de Pedro, pero los que diseñaron el golpe podrían, en años posteriores, revisar el historial de Catalina y concluir que habían actuado en beneficio de los intereses del país, así como los suyos.
Los amores
Catalina escribió una vez: “Si hubiera sido mi destino tener un esposo al que pudiera amar, nunca habría cambiado mis sentimientos hacia él“.
La emperatriz tenía poco en común con el emperador grosero e inmaduro, que pronto dejó en claro que ella le era indiferente y la humilló repetidamente en público. Así que Catalina buscó amor en otra parte, lo que nos lleva al segundo de los cuatro cargos principales que se le imputan: su promiscuidad.
Tuvo unos 12 amantes en su vida, incluidos varios antes de llegar al trono. Pero fue su aventura con el guapo Sergey Saltykov, mientras estuvo casada con Pedro, fue la que tuvo mayores ramificaciones.
Muchos historiadores creen que Saltykov era el padre del hijo de Catalina y futuro emperador, Pablo I (Pedro no pudo tener hijos con sus muchas amantes, por lo que se piensa que era infértil).
Pablo nació en 1754, cuando la emperatriz Isabel todavía estaba en el trono, y a ella le interesaba tanto como a Catalina proclamarlo como hijo legítimo del heredero al trono.
Pero, aunque produjo un heredero, esa no fue una de las dos grandes relaciones de la vida de Catalina. La primera fue con Grigory Orlov, que duró 12 años; la segunda, un apasionado romance con el estadista y general Grigory Potemkin.
Las cartas de Catalina a Potemkin dan testimonio de la profundidad de su amor por él:
“Mi querido amigo, TE AMO MUCHO, eres tan guapo, inteligente, jovial y divertido; cuando estoy contigo no me importa el mundo. Nunca he estado tan feliz“.
Pero también había un elemento trágico en la vida personal de Catalina. Parecía incapaz de mantener sus relaciones, y muchos de sus amantes le fueron infieles, incluido Orlov. Potemkin también cayó en desgracia con la emperatriz en la corte después de un par de años, aunque su profundo afecto mutuo se mantuvo.
Su última carta, escrita el día de su muerte -que dejó devastada a Catalina-, fue para “mi pequeña madre, la más gentil dama soberana“.
Calificarla de promiscua es, sin embargo, una opinión personal.
Hacia el final de su reinado ciertamente hubo una procesión de jóvenes amantes, a menudo superficiales, pero siempre guapos.
Y no cabe duda de que eso le causó un daño considerable a su reputación y la de la corte rusa.
¿Mala práctica?
La tercera crítica dirigida contra ella, que era una hipócrita, seguramente es igualmente destructiva para su legado.
Afirman que como monarca no practicaba lo que predicaba.
Al comienzo de su reinado, Catalina convocó a una asamblea, llamada Comisión Legislativa, que estaba compuesta por casi 600 representantes elegidos de muchos de los grupos sociales que conformaban la población de Rusia. Aunque no había representantes de los siervos, sí había campesinos estatales (campesinos en tierras no nobles), gente del pueblo, no rusos y, por supuesto, nobles.
La emperatriz le presentó a la asamblea la llamada “Instrucción”, que recomendaba teorías políticas humanitarias liberales. Para provocar debate, utilizó los escritos más modernos sobre política y derecho de pensadores franceses e italianos de la época.
En una autocracia como Rusia, ese tipo de propuestas eran radicales. Pero, en gran medida, todo quedó en propuestas. La “Instrucción” tuvo poco impacto práctico en Rusia: no desencadenó la emancipación de los siervos de la nación.
Además, Catalina plagió gran parte de la “Instrucción” de otros textos, incluido “El espíritu de las leyes” del filósofo francés Montesquieu, y distorsionó deliberadamente su análisis para poder describir a Rusia como una “monarquía absoluta” en lugar de un “despotismo”.
En resumen, según las críticas, aunque aparentemente se presentaba como una gobernante moderna de la Ilustración, no lo era.
¿Pero es justa esta acusación?
Ciertamente había una gran brecha entre las aspiraciones de su “Instrucción” y sus logros.
Sin embargo, eso puede explicarse por las realidades de su base de poder y la naturaleza del estado ruso.
En la Comisión Legislativa los nobles dejaron en claro que su principal deseo era mantener su derecho exclusivo a tener siervos, y, sin su apoyo, era imposible para Catalina modificar, y mucho menos abolir, la servidumbre.
Donde pudo implementar reformas, lo hizo.
Fue una importante mecenas de las artes; alentó las traducciones de libros extranjeros; estableció el primer sistema nacional de educación en Rusia basado en los mejores modelos de la época; abolió la tortura (al menos en principio); y mejoró los procedimientos judiciales y la administración local.
Además, promulgó dos cartas importantes en 1785 para ciudades y nobles: la primera intentó mejorar el estado de las ciudades y la gente del pueblo, mediante el establecimiento de nuevos órganos de autogobierno y gremios de artesanos modernos; la otra, aclaró y confirmó los derechos y privilegios de la nobleza en un intento de alinear su estatus con el de sus homólogos de Europa central y occidental.
“Rusia es un estado europeo“, fueron las palabras de apertura de Catalina en el primer capítulo de su “Instrucción”, y era una declaración cultural, no geográfica, en la que ella realmente creía.
Dentro de los límites en los que tenía que operar, trató de llevar la cultura rusa y las élites sociales rusas a un marco europeo ‘ilustrado’.
Diplomacia cínica
Donde era posiblemente menos iluminada era en el ámbito de las relaciones exteriores. No hay duda de que su Rusia fue una nación agresiva: luchó guerras contra el imperio otomano, Suecia y Polonia-Lituania, y sus victorias llevaron a la adquisición de franjas de territorio hacia el sur y el oeste.
Quizás es débil defensa decir que otros gobernantes de la época eran tan rapaces como ella. Pero es cierto. Federico el Grande de Prusia y María Teresa de Austria fueron tan despiadados como Catalina al sacrificar naciones enteras en el altar de sus ambiciones.
La principal víctima de este cínico tipo de diplomacia fue Polonia-Lituania, dividida por Rusia, Prusia y Austria no menos de tres veces a fines del siglo XVIII.
La desaparición de Polonia del mapa fue una fuente de inestabilidad a lo largo del siglo XIX. Pero el resultado para Rusia fue que logró estar presente en el corazón de Europa.
Catalina también se mantuvo firme en una serie de negociaciones a menudo difíciles con el imperio otomano, asegurando que Rusia adquiriera un territorio importante en la costa norte del Mar Negro. En 1783, cuando la emperatriz declaró la anexión de Crimea, los otomanos no tuvieron más remedio que consentir.
Con Rusia dominando el Mar Negro, parecía que Catalina aspiraba reclamar Constantinopla para el cristianismo ortodoxo.
La emperatriz había adquirido más territorio en Europa que cualquier gobernante ruso desde Iván el Terrible en el siglo XVI, y había convertido a Rusia en un “gran poder”.
Juicio por género
Hay muchas razones por las cuales los historiadores han sido excesivamente duros con Catalina la Grande en los últimos 200 años. Pero creo que uno de ellos es su género: si hubiera sido un hombre, seguramente la habrían juzgado más favorablemente.
Los gobernantes varones, incluso aquellos que expresaron desaprobación por la conducta de Catalina, frecuentemente tenían amantes.
Y, ¿habría sido tachado de rapaz un emperador por extender las fronteras de Rusia tan extensamente como la emperatriz?
Pedro I y Alejandro I también amenazaron el equilibrio de poder, pero sus acciones no se describieron en los mismos tonos despectivos.
Estos dobles raseros quedaron plasmados de manera perturbadora en la caricatura británica “An Imperial Stride!“.
En ella, Catalina está a horcajadas con un pie en Rusia y otro en Constantinopla, mientras gobernantes europeos miran bajo su falda y hacen comentarios lascivos: “¡Qué expansión prodigiosa!” comenta George III; “¡Nunca vi algo así!” declara Luis XVI; “Todo el ejército turco no la satisfaría“, exclama el sultán turco.
La caricatura data de 1791, en la cima del poder ruso.
Pero si bien, como hace palpable la misma caricatura, sus compañeros gobernantes se burlaban de Catalina, también le temían pues su país resurgente representaba una amenaza para las superpotencias tradicionales de Europa.