Escenario

Aracataca evoca la leyenda de García Márquez, su hijo ilustre

Recuerdos del niño sobreprotegido por su abuelo y anécdotas de las dos únicas visitas que hizo Gabriel García Márquez a Aracataca tras ganar el Nobel llenan las conversaciones de los vecinos de este polvoriento pueblo colombiano, que vio nacer al escritor, hoy convertido en leyenda.

BOGOTÁ- En Aracataca, que es a su vez el Macondo insólito y lleno de realismo mágico de “Cien años de soledad”, la obra cumbre de García Márquez, la muerte del Nobel no se siente en las calles en forma de duelo o tristeza abrumadora.

Vecinos y turistas rinden sus respetos a García Márquez, fallecido el jueves a los 87 años en Ciudad de México, de forma más bien alegre: unos lucen en sus ropas esas flores amarillas que eran sus favoritas, otros recuerdan historias de su juventud mientras se despachan unas cervezas, algunos le cantan y muchos visitan la que fue su casa natal, convertida desde hace años en museo.

Aníbal Calle, de 95 años y vecino de García Márquez, dijo a la AFP que su primer recuerdo del escritor es de cuando era “muy pequeño” y “la profesora se lo llevaba de la mano para clase”.

“El abuelo, que era coronel, lo tenía en la casa muy protegido y solo salía así, para la escuela”, contó Calle, con la vista puesta en la cerca blanca al otro lado de la calle: la que da al frondoso patio de la casa de García Márquez.

 “Aracataca es Macondo”

Calle recuerda la Aracataca de aquellos años, a fines de los 1920 y principios de los 1930, como un pueblo “con muchos generales y coroneles” como el abuelo de García Márquez y tantos otros que aparecen en sus obras: Aureliano Buendía, parado frente al pelotón de fusilamiento en “Cien años de soledad”, o el protagonista de “El coronel no tiene quien le escriba”, que muere esperando su pensión.

Elvia Vizcaíno comparte una anécdota familiar de la visita de Gabo al pueblo en 1983, después de que ganara el Nobel el año anterior.

“Mi esposo, que era más conocido como ‘El mono’ Todaro, con unos tragos encima, se acercó a Gabo a pedirle una botella de ron. No lo dejó tranquilo durante los actos, lo persiguió por todos lados hasta que Gabo le pidió un papel para hacerle un vale”, relató Vizcaíno.

“Vale por 10 botellas de ron para el mono Todaro”, dice la nota firmada por García Márquez y que hoy atesora la viuda.

“Lo mejor es que cuando mi marido cayó en cuenta de que no sabía dónde cobrar el vale, le preguntó a Gabo y él le dijo: ¡En Estocolmo!”, contó Vizcaíno entre carcajadas, recordando al Nobel a su manera, con uno de esas tantos cuentos que se esconden tras las puertas de latón de las humildes casas de Aracataca.

Muchas anécdotas y recuerdos como estos acercan a Aracataca al Macondo imaginario de García Márquez.

“La mayoría de las historias de él son de acá. Macondo es la figura literaria, pero Aracataca es Macondo”, aseguró Fabián Marriaga, en medio de un corrillo de vecinos que se refugiaban del sol abrasador en un pequeño abasto y que asentían al oírle.

El tren de la prosperidad

Marriaga, exsecretario de Cultura de Aracataca, fue uno de los que promovió en 2007 la última visita de García Márquez a su tierra.

“Un acto increíble, que desbordó las calles, al que llegó gente de todas partes y en el que Gabo no quiso que la policía pusiera un cordón de seguridad sino que niños de escuela le hicieran un callejón de honor por toda la calle”, dijo.

El Nobel llegó en 2007 a Aracataca a bordo del tren amarillo que mencionó también en sus escritos, circulando excepcionalmente por una vía que desde 1970 no presta servicios para transporte de personas -únicamente de carbón- y por la que los vecinos sueñan que pronto llegue un tren turístico que conecte Aracataca con la ciudad de Santa Marta, situada a unos 70 kilómetros y sobre el mar Caribe.

“El tren amarillo es algo que deseamos, traería un cambio, bienestar y prosperidad con la llegada de más turistas”, aseguró a la AFP Jakeline Massi, de 35 años.

Aracataca, con aproximadamente 46.000 habitantes, atrae visitantes por ser la cuna de García Márquez, pero no en cantidades considerables y los locales lo explican por dos razones: hay apenas cuatro hospedajes que no llegan a ser hoteles y la conexión con Santa Marta no es directa.

“Con el tren llegaría inversión, hoteles, trabajo. Es algo que vemos posible ahora con la muerte de Gabo, aunque sea triste decirlo, que venga el tren y el turismo se potencie”, dijo Dania Todaro, cuyo padre, ‘El Mono’, murió en 1996 esperando cobrar las 10 botellas de ron prometidas.

 

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