Este robo, realizado el 21 de agosto de 1961, fue el primero de la historia de la galería, considerada una de las más relevantes en su categoría, y no solo ocupó las portadas de la prensa británica sino que incluso aparece en la trama del primer filme de James Bond, Agente 007 contra el doctor No (Dr. No, de 1962).
Después de cuatro años de desconcierto para la Policía británica, un taxista de 61 años Kempton Bunton confesó haberse colado por la ventana de los baños del museo, descolgado el cuadro y habérselo llevado tranquilamente por el mismo sitio por el que entró.
Aunque la versión de Bunton no acababa de encajar a la policía, que entendía que por su avanzada edad era difícil que hubiera robado el cuadro él solo, el taxista cumplió tres meses de prisión por autoría material e intelectual del delito.
Sin embargo, unos documentos del responsable de la fiscalía pública desclasificados recientemente por el Archivo Nacional británico demuestran que Kempton Bunton no fue el culpable de este robo, mucho menos sofisticado de lo que parecía al principio.
La operación fue gestada por su hijo, John Bunton, quien escaló la pared de la National Gallery con una cuerda dejada por unos albañiles, entró en el museo por los baños y se llevó el cuadro para regalárselo a su padre, que tenía una campaña para que los pensionistas dejaran de pagar las licencias para ver la televisión.
Aunque su padre fue condenado a tres meses de prisión en 1965, Bunton confesó su delito cuatro años después en un ataque de pánico tras haber sido arrestado por una ofensa menor.
“Se lo di a mi padre para que lo utilizara en su campaña por los pensionistas pero al final lo íbamos a devolver a la National Gallery. Me dijo que no confesara, me lo ordenó. Era su deseo”, reconoció Bunton hijo en su interrogatorio ante la policía, que no tenía suficientes pruebas y no pudo imputarle.
Cuando fue robado, Retrato del Duque de Wellington (1812) llevaba tan sólo unas dos semanas expuesto en la National Gallery que lo había comprado por 140.000 libras esterlinas en una subasta unos meses antes.
El delito, cometido el mismo día en que la Mona Lisa de Leonardo da Vinci fue robada en 1911, se convirtió en poco tiempo en uno de los hurtos más célebres en la historia del arte aunque finalmente se descubrió que la trama era mucho más simple de lo que parecía a priori.