Hoy, a tres décadas del acontecimiento —y de las numerosas críticas que suscitó— da pena —o risa— pensar en la incorregible y espantadiza actitud de quienes, animados por móviles políticos que nada tenían que ver con el arte, la música y el patrimonio cultural, se devaneaban reprochando el recital que ofrecimos —la banda Alux Nahual— en la Plaza Mayor del “Lugar de las Voces”, en 1984. A seis lustros del evento, también es curioso cómo este antiquísimo asentamiento humano, alejado de cualquier población guatemalteca actual, se ha vuelto objeto de reverencia como sitio sagrado. Irónicamente, el Ministerio de Cultura nos invitó para participar en la conmemoración del Trece B’ak’tun cuando la cuestión se puso de moda. Típicamente —ya que no asignaron fondos, por variar—, así también se canceló. Hablamos de diciembre del 2012. El mismo lugar, la misma agrupación musical, el mismo “ruido”, la misma “estridencia”, pero en una coyuntura muy diferente.
¿Hay algún provecho que podamos derivar de estas experiencias? Y, si lo hay, ¿en qué consiste? No estoy muy seguro. Alux Nahual se presentó en Tikal hace 30 años y desde entonces no se ha dado nada parecido. Copio lo que apunté en un artículo publicado en el 2009: “Cuando recuerdo estas cosas, hay una imagen que despunta entre las demás. A las dos de la mañana, retirado y empacado todo lo que usamos para el concierto, de común acuerdo —músicos y técnicos— recorrimos la Plaza Mayor y las estructuras contiguas, para recoger, con nuestras propias manos, cualquier vestigio de basura”. Acaso, por ahí debieran de empezar algunos y algunas.
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