Escenario

Vida breve: Lo bello, lo bueno y lo verdadero

Mis amigas en Europa se visten y arreglan bellamente. Tienen finas manera y un bello lenguaje.

Viven en bellas casas sofocadas por bellos objetos. Objetos antiguos, que son bellas porque el secreto de su belleza es precisamente su caducidad.

Son cosas sin valor fijo, ya que son irrepetibles en nuestros tiempos.

El tiempo ha destruido a sus artesanos y así se valorizan cada vez más por antigüedades, cosas que no hablan y sin embargo nos dicen algo.

Cosas de palacetes antiguos, cuyos dueños de antes, hoy son fantasmas que toman cuerpo a través de esas cosas de antes de los hogares impecables de otras vidas, con hijos encantadores que eran sus herederos y fueron nuestros abuelos.

Ahora a los hijos les interesan más las hamburguesas y los “hot dogs” que las pinturas o miniaturas, que los sillones fraileros y los cofres con adornos de hierro forjado.

Ahora los hijos antagonizan con los padres, con sus costumbres o tradiciones.

Lo feo les parece bello y hay mucha agresión emocional y verbal. Las madres hablan por teléfono en pleno trafico cuando manejan su automóvil.

Los padres tienen novias para “Flirtear” y los hijos semiadultos quieren un apartamento propio para hacer su propia vida.

Las conversaciones mundanas suelen ser en la modernidad un rosario de chismes salpicadas de pornografía. No se mira un bello paisaje, sólo se mira Internet.

Ciertas bellezas otoñales hablan de sus operaciones plásticas o de pechos arrugados y luego perfectos gracias a las implantaciones de silicone.

Los hombres hablan de deportes y de sus tumultuosas ganas de vivir cosas diferentes a su rutina.

Y así los valores de antes: lo bello, lo bueno y lo verdadero, ya han acabado su validez en los terrenos de la realidad moderna, otros valores, los prefabricados por la nueva cultura, responden a los nuevos gustos.

Los hijos forman parte de la masa, de la muchedumbre. Sus rostros individuales se pierden, y con la conquista de la sexología, se acabó el romanticismo.

En lugar de bellas las cosas son practicas. Los libros ya no tienen el mismo espíritu educador y los pasados textos poéticos están en desuso.

Con los programas de la Televisión podemos escapar de nuestras cotidianos problemas, de nuestra propia flaqueza, de nosotros mismos.

Ahora leemos sólo cómo triunfar, cómo adquirir dinero, como reajustar a los desajustados, etc. Ningún sabio nos enseña a querer las cosas, los oficios y a las personas.

Ha influido, en todo este “progreso”, la televisión con sus emisiones de fácil digestión cultural, se interrumpió la melodía interior, el humanismo de los profesionales se redujo a hacer dinero. “Todos son enfermos del dinero”.

“Dichosos los hombres – decía Cajal – que ofrecen su vida a su gran ideal, porque perduraron en él y por él”.

Lo son algunos apasionados de la medicina, de la literatura y de la filosofía y no sólo de la gimnasia o del fútbol.

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