Si se cumplen los plazos que se han fijado el municipio y el sobrino nieto del escritor, Olivier dAgay, el lugar abriría sus puertas el 29 de junio de 2014, con tres áreas bien diferenciadas: un área memorial, un espacio cultural abierto y un centro de recursos equipado con vídeos y hologramas, entre otros.
El primer paso para dar vida al museo pasaba por adquirir la mansión de cinco plantas, deshabitada durante los últimos veinte años, aunque con múltiples propietarios.
La Alcaldía de Ain, que representa a poco más de 700 vecinos, contrató en 2009 un préstamo de 950.000 euros (1,3 millones de dólares) a treinta años para comprar el edificio y garantizar la continuidad de la casa y del jardín donde Saint-Exupéry (1900-1944) soñaba con convertirse en el aviador con máscara de cuero que terminó siendo.
“Intentó acoplar una especie de alas a su bicicleta para hacerla volar como un avióny terminó por romperse un brazo“, recuerda uno de los vecinos de Ain cuando rememora lo que ha escuchado en el pueblo de aquel niño que correteaba por sus calles hace un siglo.
La consecución del proyecto pasa ahora por recaudar 20 millones de euros (28 millones de dólares), que servirán para habilitar el inmueble. Para ello, esperan seducir a inversores privados interesados en la explotación del museo, que creen que atraerá a unos 100 mil visitantes cada año.
Sería el primer museo en Francia dedicado al autor, desaparecido en combate en el Mediterráneo durante la Segunda Guerra Mundial a bordo de un Lightning P38 que combatía en la Resistencia contra los nazis y al que muchos prefieren situar en algún punto imaginario del desierto del Sáhara, pintando corderos para un enigmático niño de cabellos amarillos.
Pero no sería el primer museo en su honor en el mundo, ya que desde 2006, en la localidad japonesa de Hakone, el público puede disfrutar de una réplica del castillo de Saint-Maurice-de-Rémens que “funciona como un museo en el que la serenidad, la poesía y la pasión de El Principito y de su autor se traslada a los visitantes”, explican los descendientes de Saint-Exupéry.
Cinco años después, su familia intenta que los muros que le vieron crecer se conviertan en el templo por excelencia del legado de un escritor que cuando le preguntaban de dónde venía respondía: “De la infancia“