Salud y Familia

¿Es ético infectar a personas sanas con coronavirus para desarrollar vacunas?

Hace unos días el periódico británico Financial Times se hacía eco de una noticia en la que se anunciaba el probable lanzamiento, en el Reino Unido, de un programa de infecciones experimentales con el coronavirus SARS-CoV-2 en voluntarios sanos, tras ser vacunados con alguna de los prototipos actualmente en estudio.

Shutterstock / solarseven

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Este ensayo clínico, planteado para avanzar más rápidamente en la evaluación de las vacunas contra la COVID-19, todavía tiene que ser aprobado por la agencia reguladora de medicamentos y productos para la salud en ese país.

Se trata de un salto conceptual importante que plantea numerosos dilemas éticos de difícil resolución. Además de retos logísticos, dado que las personas infectadas podrían infectar a terceros, a no ser que las primeras estuvieran confinadas en algún hospital o recinto aislado durante un tiempo determinado.

También nos plantea temas de libertad individual, de la decisión de personas que abiertamente deciden ser infectadas con el virus. Ya hay muchas de ellas, agrupadas en iniciativas como 1daysooner dispuestas a dejarse infectar para promover el desarrollo de las vacunas contra la COVID-19.

En principio, no hay ninguna legislación que impida a una persona aceptar conscientemente un tratamiento que puede ser peligroso o mortal. Ni tampoco para evitar que se lo autoadministre (como bien saben quienes luchan contra las pseudoterapias), a no ser que derive en un problema a terceros y se convierta en un posible delito contra la salud pública.

¿Es aceptable que mueran una o varias personas para salvar al resto?

Por un lado, la visión utilitarista nos diría que es aceptable poner en riesgo a un número reducido de personas que al infectarse podrían morir (recordemos que este coronavirus, con una cierta probabilidad, es mortal) si con ello logramos avanzar más rápidamente en el desarrollo de vacunas y salvar a muchas más.

Por otro lado, la visión humanista nos recordaría el primer principio de bioética (de no maleficencia, esto es, no hacer el mal) que debe primar en toda actuación biomédica. Al infectar conscientemente a una persona con un virus potencialmente mortal estamos, sensu stricto, poniendo en riesgo su vida. Desde esta visión no sería aceptable que una o varias personas murieran para salvar a las demás. El fin no justifica los medios. La infección experimental con coronavirus sobre voluntarios sanos vacunados podría ser bienintencionada, pero no sería éticamente justificable.

Los defensores de la vía utilitarista apuntan que la fase III de un ensayo clínico de vacunas implícitamente también tiene riesgos, que aceptamos aparentemente sin rechistar. Se vacuna a miles de personas (y a otros miles no, con placebo), y se les «deja libres» para que se infecten de forma espontánea. Lo cual conlleva un riesgo inherente dado que algunos también morirán. Especialmente si la vacuna no es eficaz, y con mayor riesgo los que hayan recibido placebo, sin saberlo –estos ensayos son a doble ciego, lo que significa que ni el experimentador ni la persona vacunada saben si están administrando o recibiendo vacuna o placebo–.

El dilema del tranvía aplicado a COVID-19

Esta situación que se plantea ahora en el Reino Unido es, de alguna manera, una versión particular, aplicada a la pandemia COVID-19, del famoso dilema ético del tranvía, en sus diversas variantes, que resumiré brevemente a continuación, para promover la reflexión ética sobre este tema.

Las dos variantes del dilema del tranvía.
Gráficos modificados por el autor a partir de originales publicados en Medium.
  • Primera variante del dilema del tranvía. Imaginemos un tranvía descontrolado, sin frenos, dirigiéndose a un grupo de 5 personas que están en medio de la vía y a quienes no tenemos tiempo de avisar ni apartar. Pero el tranvía está a punto de llegar a un desvío que podemos activar y con ello derivar el tranvía desbocado hacia otra vía, en la que hay 1 sola persona igualmente en medio de la vía, e igualmente es imposible avisarla o apartarla. Pensadlo unos segundos. ¿Qué haríais? Muchas personas no dudarían en activar el desvío y con ello salvar a las 5 personas de la vía principal, a costa de que muriera la única persona de la vía secundaria. Al fin y al cabo, 5 personas son más que 1.
  • Segunda variante del dilema del tranvía. Esta variante es algo más compleja. El tranvía se dirige sin frenos también a un grupo de 5 personas que no podemos avisar ni apartar de las vías. Pero el tranvía tiene que pasar por debajo de un puente, y nosotros estamos en el puente al lado de una persona de gran tamaño que, si la empujamos para que caiga a la vía, muy probablemente logrará detener o hacer descarrilar el tranvía, a pesar de que con similar probabilidad pierda su vida en el intento. ¿Qué haríais? Aquí suelen ser siempre muchas menos las personas que aceptarían dar ese empujón salvador que mataría a 1 persona para salvar 5.

Numéricamente las dos situaciones son equivalentes (muere 1 persona, salvamos a 5). ¿Cuál es la diferencia? La diferencia está entre «matar» o «dejar morir». Entre un acto consciente, deliberado (empujar al tipo de gran tamaño desde el puente), y un acto inconsciente, indirecto, (desviar el tranvía) que puede tener consecuencias negativas pero que las aceptamos como un «mal menor».

El empujón desde el puente sería el equivalente a la infección experimental de voluntarios sanos con coronavirus: conscientemente sabemos que podemos causar la muerte a las personas que estamos infectando con el coronavirus, en particular si la vacuna no funciona.

El desvío del tranvía sería el equivalente a la fase III de los ensayos clínicos con vacunas: inconscientemente sabemos que algunas de las personas participantes en el ensayo podrían morir, bien porque han recibido el placebo o porque la vacuna evaluada no funciona.


Una versión de este artículo fue publicada originalmente en el blog del autor.The Conversation


*Lluís Montoliu, investigador en Biología Molecular y Celular, Centro Nacional de Biotecnología (CNB – CSIC)

This article is republished from The Conversation under a Creative Commons license. Read the original article.