Guatemala

Miguel Ángel Gálvez: El Derecho hay que vivirlo

Miguel Ángel Gálvez Aguilar tiene 18 años de ser juez. Creció en un mundo escindido por la Guerra Fría y en un país desgarrado por el conflicto armado interno donde germinó su amor por la justicia. Llegó a un juzgado de Quiché solamente dos años después de haberse firmado la paz.

Hace cinco años, Miguel Ángel Gálvez Aguilar sembró una araucaria en su jardín porque le recuerda a uno de sus autores favoritos, Hermann Hesse. (Foto Prensa Libre: Esbin García)

Hace cinco años, Miguel Ángel Gálvez Aguilar sembró una araucaria en su jardín porque le recuerda a uno de sus autores favoritos, Hermann Hesse. (Foto Prensa Libre: Esbin García)

En entrevista con Prensa Libre hace un recuento de sus primeros pasos en el Organismo Judicial, de ese primer contacto con procesos contra el crimen organizado, en el oriente del país.

Es un profesor nato  pero actualmente no ejerce   la docencia, por falta de tiempo; sin embargo, convierte a los jóvenes fiscales en sus alumnos, en el marco de audiencias judiciales.

¿Dónde creció?

Soy el cuarto de siete hermanos. Crecí en Kaminal Juyú, en la zona 7, en medio de una familia que, como  muchas otras en este país, afrontó precariedades.

¿Qué lo inspiró a estudiar Derecho?

Era el tiempo de la Guerra Fría, yo había leído mucho de Salvador Allende, en Chile, del movimiento sandinista, en Nicaragua, y me daba cuenta de la situación del conflicto armado en Guatemala. Había leído sobre la salida de Árbenz; era un tiempo de mucha tensión. Desde que estuve en bachillerato tuve alguna relación con asociaciones estudiantiles y así es como decidí estudiar Derecho.
Había muchas asociaciones en la Facultad. Era una ebullición en aquel tiempo.

¿Participó en alguna asociación universitaria?

De que pertenecí, sí, pero voy a omitirlo.

¿Hace cuánto tiempo trabaja en el Organismo Judicial?

18 años.

¿Comenzó allí su carrera como abogado?

No, trabajé en la Dirección General de Caminos. También   en el Instituto Nacional de Electrificación. Allí laboraba cuando me gradué. Después estuve en el Ministerio de Trabajo.

¿Sus primeros pasos fueron como abogado laboral?

Me gustó mucho el área laboral. El área penal no me llamaba la atención, por el antiguo código. Era un sistema más bien inquisitivo. Cuando empezaron a discutir el proceso penal, estamos hablando más o menos en 1990, me involucré en la discusión de los cambios.

En 1992 publicaron el Código Procesal Penal: la libertad de prueba, la inmediación, el contacto con el procesado, con el juez, con las partes. Me atrajo profundamente.

El MP era una persona, pero sin cerebro, hasta que con la llegada de la exfiscal Claudia Paz empezaron a crearse oficinas de inteligencia, que fue como dotar a la Fiscalía de cerebro. Después se creó la Unidad de Métodos Especiales y poco a poco se reestructuró y los fiscales fueron capaces, gracias a estos avances, de relacionar varios procesos.

¿En dónde comenzó a trabajar como juez?

En Quiché, en 1998. Era juez cuando se daban mucho los linchamientos. La situación de occidente  es difícil y en ese entonces lo era aún más.

¿Cómo era el Quiché que usted conoció entonces?

Quiché era bastante convulsionado, había muchos conflictos internos, muchos militares. Administrar justicia en esas condiciones es difícil; trabajaba con un traductor. Muchas veces la población se reunía en el parque y presionaba. A eso sume las condiciones paupérrimas.

¿Hay algún caso que lo haya marcado como juez?

El proceso de Cándido Noriega —primer comisionado militar condenado por genocidio, en 1999—.

¿Trabajó también en Sololá?

Sí, trabajé en Sololá pero vivía en Quiché, en donde estaba mi sede fija, y los fines de semana retornaba a Guatemala. Después de eso me fui a oriente, a Chiquimula.

¿Cómo fue la experiencia de juzgar en zonas del país tan distintas?

Completamente. Las características eran totalmente distintas. Fue allí donde empecé a trabajar en un juzgado regional. Llegué a trabajar al Juzgado de Competencia Ampliada y conocía procesos de Chiquimula, Zacapa, Izabal y Petén.
Empecé a conocer los primeros procesos de crimen organizado, plagio, secuestro, asesinato y narcotráfico.

¿Fue allí donde comenzó a conocer estructuras criminales?

Sí. En oriente, las condiciones eran completamente diferentes, conocí un proceso de robo de cocaína en el que estaba involucrada la Policía. Empecé a tener capacitación sobre estructuras criminales. También trabajé en Alta y Baja Verapaz.

¿Cuál ha sido su momento más difícil como juez?

Todos son momentos difíciles, las épocas y procesos son diferentes.

¿Hay algún caso en particular que le haya conmovido?

El derecho hay que vivirlo. En Chiquimula, en un juzgado de menores conocí a un niño de 11 o 12 años, con los ojos claros, que le cercenó la mano a su padre en una carpintería. Lo visité varias veces en el correccional. La duda para mí era por qué había atacado a su papá. Quise conocer el proceso más allá del expediente. Poco a poco me gané su confianza y descubrí que su padre lo violaba desde pequeño. Un proceso no es un montón de páginas aisladas, es una historia que muchas veces no se menciona. Recuerdo la historia de los adolescentes que le quitaron el corazón al maestro en el correccional. El problema es que uno a veces es muy sentimental y no debe mezclarse con lo legal.

¿Es un hombre de rutinas?

Más que de rutina, un amante de la disciplina.

¿Cómo se convirtió en  juez de Mayor Riesgo B?

Fui nombrado juez contralor en el Juzgado Séptimo. Después me trasladaron al Tribunal Noveno y con posterioridad, al Tribunal de Competencia Ampliada, junto con Yassmin Barrios y Wálter Villatoro.   

¿Qué avizora para el próximo año?

Difícil, difícil. El país cada vez es más complejo. Me da la impresión de que en determinado momento se dieron uno o dos casos, pero como que de repente no caminamos ya. Hay una reconfiguración de ciertas estructuras, presiones, y el tema de la presidencia de Estados Unidos, es otro asunto especial que tiene incidencia en toda América.

Estamos en un momento difícil, comenzamos el año con la discusión de reformas constitucionales. Considero que se abrirán más procesos.

Este año salió a luz el caso de Aceros de Guatemala, del que se dijo que  podría conducir a grupos de empresarios  vinculados con defraudaciones. ¿Fue presionado para dejarlo?

No. El proceso originalmente se trabajó como una parte de  La Línea. Tiene ciertas relaciones. Es un solo proceso, pero no nos podemos desviar del aspecto fundamental, al unirlos le estamos quitando la razón principal por la cual La Línea fue investigada. No nos podemos apartar de la raíz y quedarnos con las ramas. Es mejor que se explote bien cada proceso. Cuando trabajamos el proceso de Cooptación del Estado, por ejemplo, con las órdenes de captura querían que les diera yo de todo y eso no se puede porque son procesos muy extensos.

¿Cómo enfrenta usted las críticas de los defensores cuando le llaman el juez de la Feci?

Eso se ha dicho, pero me siento tranquilo. Estoy haciendo lo que para mí es lo correcto. En el proceso de Cooptación del Estado hay faltas de mérito, medidas sustitutivas. Hay una cantidad de apelaciones. Todas las resoluciones que he dictado en ese sentido las tengo apeladas.

No es que sea tan de la Feci. Mi satisfacción en el proceso de Cooptación fue no tomar en cuenta la declaración de Monzón.

Pero, ¿tomó elementos?

No, para mí una declaración no es investigación. Una declaración tiene que ir acompañada de una investigación y allí se quedaron varios de los señalados con falta de mérito, gente muy importante se quedó fuera. Entonces, ¿cómo pueden
decir que soy el juez de la Feci?

Algunos jueces se quejan de ser estigmatizados como débiles cuando otorgan una medida sustitutiva.

Vivimos cantidad de años en forma oscura, en donde no existía justicia, y si existía era para un determinado segmento. Después de que vivimos el despertar del 2015, la población cree que todo tiene que ser prisión. Quisieran que nosotros los jueces arregláramos todos los problemas y tenemos parte de esa responsabilidad, pero no es toda. Nos piden que tengamos que disciplinar hasta a los mismos políticos, y eso no es así.

¿Qué le sugeriría a esta  nueva generación de abogados?

¡Lean! no pierdan la mística para hacer las cosas, y si hablamos de Derecho Penal hablamos de la parte dogmática, que muchos desconocen.

Tiene mucho contacto con fiscales jóvenes en su juzgado. ¿Le gusta enseñar?

¡Me encanta! Ya casi no lo hago, por cuestiones de tiempo. De vez en cuando acepto invitaciones para participar en alguna conferencia. He impartido clases en la universidad Rafael Landívar. A los fiscales también me gusta enseñarles. Tolero un fiscal inexperto porque sé que puede aprender, lo que no soporto es uno deshonesto. Creo que mística, disciplina, perseverencia y honestidad deben ser cualidades infaltables en este oficio.  

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