13 Baktún

Magalí Rey Rosa

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aunque no sea su descendiente directo. Así como cualquier egipcio puede emocionarse al contemplar las pirámides, lo poco —o lo mucho— de sangre indígena que corre por mis venas se enciende cuando entiendo que los mayas conocieron, mucho mejor que muchos científicos de otras civilizaciones y otros tiempos, que todo es energía en el Universo, la esencia cíclica del tiempo, y la interrelación de todas las cosas.

Aprecio a los pueblos indígenas del mundo que preservan la memoria y el conocimiento de sus antepasados; mientras observo con tristeza cómo, en estos días de calendarios y celebraciones de origen maya, en Guatemala se exacerba el racismo. Las evidencias de esa tara se encuentran por todas partes: algunos niegan cualquier relación entre los mayas y los pueblos indígenas contemporáneos, otros desprecian tan profundamente a los pueblos originarios de esta tierra que los encasillan como salvajes, linchadores y haraganes, y hay quienes solo buscan aprovecharse de esta ocasión para hacer dinero. No se puede negar que también hay desconfianza y desprecio de parte de algunos indígenas hacia quienes no lo son. Así como no todos los católicos son buenos ni todos los colombianos son narcotraficantes, no todos los indígenas honran los conocimientos de sus antepasados. Pretender eso sería tan estúpido como pensar que todos los griegos modernos tienen conocimientos filosóficos. Ningún grupo humano es homogéneo. Tampoco todos los guatemaltecos somos racistas. Pero el racismo es uno de nuestros peores problemas: nos impide reconocernos como seres iguales, hechos de lo mismo, partes de lo mismo.

Encuentro que las culturas indígenas tienen más anhelo de unidad (simbolizado en la cruz maya que hacen en sus altares, con velas de colores que representan a las diferentes razas: roja, amarilla, negra y blanca, dentro del mismo círculo donde sitúan a la naturaleza al centro) que las occidentales, orientadas hacia la individualidad y el egoísmo. Lástima que el presidente —al que le tocó el privilegio de gobernar Guatemala cuando se marca el principio de una era de más de 5 mil años que ha capturado la imaginación del mundo entero— perdió la oportunidad de fomentar unidad y promover energía positiva para nuestro país. Hubiera podido decretar feriado nacional, para que todo el mundo tuviera la posibilidad de participar de la celebración más importante para la mayoría del pueblo guatemalteco; hubiera podido demostrar respeto hacia las autoridades espirituales indígenas. Ese conocimiento, transmitido oralmente de generación en generación, nos recuerda que nuestro origen es cósmico, que hay orden y sincronía en el espacio y el tiempo, y que estamos conectados a la fuente central de energía. Quien pueda, que entienda.

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