Revista D

“La sociedad civil somos todos”

El antropólogo Julio Valdez analiza el fenómeno de las manifestaciones públicas y la influencia que en ellas ejercen los políticos y las oenegés.

Julio Valdez tiene una maestría en Psicología Social y Violencia Política (Foto Prensa Libre: Óscar Rivas).<br _mce_bogus="1"/>

Julio Valdez tiene una maestría en Psicología Social y Violencia Política (Foto Prensa Libre: Óscar Rivas).

El antropólogo guatemalteco Julio Alejandro Valdez Rodas no se va por las ramas. En los temas que domina es claro y directo, aún si eso inquieta a ciertas organizaciones, líderes campesinos o políticos.

Lo cierto del caso, sin embargo, es que no ataca, sino, al contrario, se muestra abierto al diálogo, al debate.

Valdez Rodas, además de especializarse en los aspectos biológicos y sociales del ser humano, también tiene una maestría en Psicología Social y Violencia Política. Ha apoyado programas de atención para el retorno de refugiados del conflicto armado interno y participado en diferentes programas de formación ciudadana, desarrollo comunitario y conservación de la naturaleza. El trabajo de campo le permite tener una visión, desde lo interior, de la problemática del país.

En esta entrevista, el experto analiza los conflictos que vive Guatemala. El rol de las oenegés, las manifestaciones públicas, el surgimiento de líderes en diferentes puntos del país y la participación ciudadana en temas coyunturales.

Se refiere, además, a su conversión al islam luego de años de ateísmo; de hecho, ha adoptado el nombre Abdul Aziz, que en árabe significa “sirviente del poderoso” (Alá).

¿Cómo reciben los proyectos de conservación medioambiental en las áreas rurales del país?

Cierta vez hablábamos con líderes de Petén y uno de ellos nos recriminaba diciendo: “¿Y Por qué los monos tienen más derechos que yo? ¡Ustedes tanto que se desviven protegiendo a los monos!”.

Nosotros tratábamos de explicar que la naturaleza es un bien del país. Ante eso, comentaban que como guatemaltecos tenían derecho a exigir una caballería de tierra. Pero, ¿cuál caballería? A partir de ese tipo de situaciones, empieza la movilización de personas apoyadas por las oenegés, las cuales les meten en la cabeza que tienen derecho a exigir tierras, pero haciendo interpretaciones erróneas de la ley. Eso hace mucho daño al país.

¿Son las oenegés las que movilizan a la gente?

Sí. En algunas ocasiones con buenas intenciones, como cuando afirman luchar contra la pobreza y asuntos por el estilo. Pero pasar por encima de ley es otra cosa.

Han surgido varios líderes campesinos. ¿Cree que ellos representan a sus poblaciones?

No, no son representativos. Aquí se refugian en el discurso políticamente correcto; solo dicen lo que a los medios de comunicación y a la cooperación internacional les gusta escuchar.

¿Cómo llegan a encabezar a sus comunidades?

Aprovechan todos los medios a su alcance para sobrellevar su pobreza. Se aprenden un discurso y luego van a pedir tierras. Pero a esos mismos se les ve en manifestaciones con los ex Patrulleros de Defensa Civil —ex PAC—, así como donde entregan las bolsas de víveres del gobierno.

La gente que los acompaña, ¿sabe a qué va?

Algunas veces. Lo cierto es que a todos se les ofrecen cosas, como una parcela. Ellos simplemente aplican la misma estrategia de sus líderes, es decir, sobrellevar su pobreza. Por eso, las mismas personas que participan en una manifestación son las que van a otras 20 o 30.

¿Qué relación existe entre esos líderes comunitarios y los políticos?

Mire, hoy los políticos les ofrecen dinero y puestos de trabajo. En el área de El Naranjo, en Petén, hay un líder tan fuerte que a su casa hacen peregrinación candidatos a diputaciones, alcaldías y hasta presidenciables, porque saben que tiene la capacidad de movilizar a la gente.

¿Eso es positivo o negativo?

Positivo, porque la gente participa. Negativo, porque es una inadecuada organización ciudadana; es un reflejo de lo que sucede en las altas esferas gubernamentales, como en el Congreso, donde las cosas se mueven dependiendo de quién pague más. En el caso de las comunidades, sus pobladores no se afilian a quien brinde un bonito discurso, sino a quien les lleve láminas, alimentos o efectivo.

¿Cobran por salir a manifestar?

¡Hasta las manifestaciones de la Asociación de Estudiantes Universitarios son cobradas! Lo mismo sucede a nivel comunitario.

¿Incluso por participar en programas de desarrollo comunitario?

Sí, y eso también lo vi en Petén, donde fuimos a capacitar a la gente para prevenir incendios forestales. Luego de toda la formación, los líderes preguntaban: “¿Y cuánto nos van a pagar?”. ¡Pero si el beneficio era para ellos! “Sí —respondían—, pero los interesados en que no haya incendios son ustedes”.

¿Quién formó esa mentalidad?

Políticos y oenegés paternalistas que pagaban a la gente para que participara en esos proyectos.

Entonces, ¿se les manipula?

Simplemente creo que en las comunidades se imita lo que se hace en otros lugares. Ellos saben lo que necesitan y a quién se lo pueden pedir. Pero esto no solo sucede entre los campesinos. Esto es un reflejo del modelo político que hay en Guatemala.

¿A quién le conviene que esto sea así?

A los políticos, porque así se mantienen en el poder. Muchos alcaldes están en su cargo durante varios periodos porque saben darle cosas a la gente, pero no todo, porque deben mantener ciertas necesidades. Eso los engancha a la otra elección.

¿Todo esto es un problema por falta de ideologías?

En parte. Lo cierto es que aquí ningún partido político la tiene, ni la que se autodenomina de izquierda. Aquí, esas agrupaciones son empresas unipersonales o familiares.

¿La sociedad civil tiene la capacidad de hacer un cambio?

Primero, hay que estar conscientes de que la sociedad civil somos todos. Lo que pasa es que también hay una sociedad civil organizada, lo cual tampoco significa que represente a toda la población. Personalmente, creo que esas organizaciones son empresas de gestión política, pues no son producto de grandes discusiones académicas.

¿Qué quiere decir con que son empresas?

En EE. UU. se les conoce con un nombre muy bonito: Lobbies. Son organizaciones que hacen presión política para que los congresistas vayan por determinado rumbo.

Pero, ¿qué se puede hacer sin una sociedad civil organizada?

Mire, luego de la firma de los Acuerdos de Paz, se le dijo la cooperación internacional que en Guatemala no había nada, por lo que se necesitaba de su ayuda. El principio es loable. Pero luego se quedaron como organizaciones con contactos en Europa, que ejecutan proyectos pero, ojo, plantean que representan el sentir de los guatemaltecos. La cuestión es que todos deberíamos ser partícipes de los cambios y no esperar a que alguien mande un proyecto a Suecia para que lo financie.

¿Qué papel juega la figura de un mártir para la consecución de metas?

Si en una manifestación hay heridos o muertos, mejor para ciertos grupos. Se cree que si los hay, se ha logrado impactar. Es triste. Es herencia de la década de 1970, pues un mártir moviliza a la gente, da una perspectiva, un sentido de unidad. Por eso, algunos líderes dicen que son amenazados o perseguidos. Es así que se presentan ante la cooperación internacional, y eso llama la atención. Un mártir vende, lamentablemente.

¿Hasta qué punto influye el activismo?

Tienen mucha influencia y eso, en parte, es un problema, ya que básicamente proponen que los problemas sociales se acaban con simples cambios de ley.

En un ensayo, por ejemplo, analicé los embarazos en jóvenes menores de edad. Algunas organizaciones piden incrementar a 18 años la edad para casarse, una ley que no está de más, pero cuya realidad es más compleja. Hay muchas cargas culturales y, con una ley, eso no se va a solucionar.

¿Cuál es su propuesta?

En general, fortalecer el sistema de justicia. En Guatemala podremos tener las mejores leyes del mundo, pero si no se aplican, de nada sirven. En el caso puntual de las jóvenes embarazadas a temprana edad, la solución está en la educación.

En otro tema, usted es uno de los pocos guatemaltecos que practican el islam. ¿Cómo fue que se convirtió a esa religión?

Una de las grandes herencias que me dejaron mis padres es que no me inculcaron principios religiosos, pese a que ellos eran cristianos —mamá evangélica y papá católico—. Pero, cuando tuve familia, mis dos hijos me empezaron a preguntar sobre religión y no sabía cómo abordar el tema. En mi camino de búsqueda de respuestas, me di cuenta de que no compartía la religiosidad cristiana, pues está basada en dogmas, es decir, que no admiten discusión. En eso, me topé con el islam, que reconoce un solo Dios y con quien se tiene una relación directa, sin intermediarios.

¿Cuál es el mensaje de esa religión?

Es de respeto, paz y tranquilidad.

En el mundo occidental se ha creado una mala imagen de los musulmanes, en parte, porque se les relaciona con el terrorismo. ¿Qué opina?

A Efraín Ríos Montt, evangélico, se le ha acusado por el genocidio en Guatemala, pero eso no quiere decir que él represente esa corriente religiosa ni que los evangélicos sean malos. Así pasa también con el Estado Islámico, que no es estado ni es islámico, sino un grupo de mercenarios y terroristas que buscan petróleo. No representan nuestra religión. Nosotros usamos una frase: “Si quiere conocer el islam, estúdielo, pero no a los musulmanes. El islam es perfecto; los musulmanes no”.

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