Revista D

La dicotomía indígena-ladino en la década de 1920

El guatemalteco Salomón Barrientos Batres es docente e investigador de la Universidad Interamericana de Puerto Rico. Su tesis doctoral fue premiada como la mejor del 2009 en el área de Historia en la misma universidad. A partir de ese logro, Barrientos publicó el libro El olvido de los gobernados, el indígena en el imaginario de nación de los intelectuales guatemaltecos en la década de 1920, en el cual analiza a la luz de las teorías de Michel Foucault los discursos de cuatro intelectuales nacionales de aquella década: Jorge Luis Arriola, Miguel Ángel Asturias, Fernando Juárez Muñoz y Jorge García-Granados.

Barrientos analiza la producción escrita en el país en la década de 1920.

Barrientos analiza la producción escrita en el país en la década de 1920.

¿Cuál es el tema central del libro?

Me propuse demostrar en estas reflexiones que la ciencia no es suficiente para desarticular la verdad de la creencia. No es suficiente predicar sobre los derechos humanos como ideal regulatorio, es preciso comprometerse de manera efectiva con estos y traducirlos en políticas de gobernabilidad. Las verdades construidas sobre el indígena en esa década solo sirvieron para afianzar las vías de la ciencia con el objetivo de constituirse en un saber con autoridad y legitimar la violencia simbólica del Estado. En este sentido, las revisiones de la historia por estos intelectuales cumplieron el cometido de producir una ficción que hizo posible el reconocimiento de la identidad social.

¿Cuál es la relevancia de la producción de estos cuatro personajes?
Quizá lo más importante y relevante es su diversidad. Abogados, escritores, políticos y diplomáticos, en todos ellos se observa un imaginario de nación muy específico. Aquel que se estructura a partir de la diferencia indígena-ladino, en donde la parte dominante es la ladina, por considerarse la ilustrada y llamada a dirigir los destinos de la Nación, establecer los términos en que su identidad fue concebida y las formas de gobierno que adoptaron, las maneras de ver y hablar sobre el indígena y la sociedad en su conjunto. El degeneracionismo, la eugenesia, el psicologismo y lo racial fueron la substancia de la episteme de una época para la que la escritura era un bien urgente para propagar las ideas, pero, además, para contener las conductas aventuradas de los ladinos pobres e indígenas que representaban, a decir de los textos estudiados, una amenaza a la civilidad de la Nación.

Usted hace énfasis en este análisis sobre el biopoder, ¿en qué consiste y cómo se originó?
Es una categoría analítica que desarrolla el filósofo francés Michel Foucault, con la cual explica las prácticas de gobernabilidad que los modernos estados europeos desarrollaron en sus inicios para el gobierno de sus poblaciones. Se refiere a ese conjunto de técnicas para controlar y someter los cuerpos de los gobernados con el objetivo de hacer la vida de los individuos no solo productiva, sino, sobre todo, eficiente para la sociedad, pues el propósito es regular todos los aspectos físicos y espirituales de la vida de las personas. En el caso de dicha década en Guatemala, el biopoder se expresó en el conjunto de leyes y técnicas aplicadas al control de la vida de los indígenas, como por ejemplo, en materia de salud, las técnicas de higiene, en educación, la castellanización del indígena por encima de sus propios idiomas, etcétera. Se trató de todo ese esfuerzo que el Estado desarrolló al dirigir su poder al cuerpo, a la vida, a todo aquello que la hace reproducirse y reforzarse, pero también que la constituye en raza dominante o dominada. Los intelectuales estudiados propusieron muchos de estos mecanismos de control, y si lo hicieron fue porque entendieron que eran necesarios y posibles para la modernización de la Nación y la sujeción del indígena, que incluso incluyeron las prácticas del control de la natalidad.

Usted afirma que el racismo en Guatemala se convirtió en un proyecto político.
El conjunto de reformas y leyes que los intelectuales de la década propusieron para resolver “el problema del indio” iban dirigidas a controlar los pueblos originarios, sus expresiones culturales, sociales y políticas, e influir en cualquier tipo de acción que pudiera cuestionar el estado vigente de las cosas. A través de estas leyes e iniciativas se puede ver cómo el binomio saber-poder se despliega en las formas de gobernabilidad que se desarrollaron en Guatemala. Pensemos, por ejemplo, en la función del Instituto Indigenista Nacional, en el cual se propuso, a partir de 1940, estudiar la llamada “cuestión indígena” desde una perspectiva antropológico-cultural. Hablamos aquí de un modelo de mestizaje que se convierte en un proyecto político de gobernabilidad, que requiere del conocimiento de los científicos sociales. La ciencia en este caso demuestra su soberbia al considerarse la única forma válida para producir el conocimiento sobre la cuestión, que no es más que la gobernabilidad. Así, lo que son un montón de prejuicios construidos socialmente para legitimar una forma de ejercicio de poder, es en beneficio de unos pocos, de los ladinos principalmente, los acaudalados y en ascenso. Se convierte en una política el ejercicio de un racismo de Estado que niega hasta hoy la riqueza política, social y cultural de los pueblos originarios.

Según sus investigaciones, ¿cómo era el ladino en esa década?
Según se puede leer en el libro, los intelectuales de la década de 1920 veían en el ladino al único sujeto y por ende al grupo social que podría modernizar a Guatemala. Para ellos este grupo, del cual formaban parte, solo podría llevar a cabo esta labor si veía al indígena como un instrumento productivo al que se debía modernizar y adaptar a los principios de la razón instrumental moderna. Se consideraban de alguna manera los mesías de la vida nacional, los únicos que podrían salvar a Guatemala de su total degeneración biológica y cultural. Mantenían los mismos prejuicios que —Severo— Martínez Peláez nos señala con relación al indio; es decir, la haraganería, el vicio y el conformismo. Lo interesante de esto es que los intelectuales estudiados son un reflejo de lo que tanto la sociedad en su sentido más dilatado e inmediato produjo como discursos de verdad en conjunto con la validación que la ciencia desde los centros de producción de conocimiento.

¿Cuál era el concepto de indio?
Para aquellos intelectuales los “indios” eran los individuos y grupos originarios de la sociedad guatemalteca con una cosmogonía propia y, a la vez, distinta de la occidental y moderna a la que los ladinos aspiraban. A la que consideraban atrasada y carente de valor para la constitución de la nación guatemalteca y su urgente modernización. Para ellos este no podía ser parte de la Nación en aquel estado, debido a que aunque eran quien aportaba la fuerza de trabajo, también representaba atavíos ancestrales que chocaban con la búsqueda de la modernización. Por ejemplo, el interés de Jorge Luis Arriola por conocer la psicología del “indio” nos da un claro ejemplo de cómo estos intelectuales se propusieron conocer aquella subjetividad que era tan distante a las formas de ver y pensar de los ladinos. En este sentido, se construyó una concepción del “indio” para desarrollar una ingeniería social productiva que hiciera eficiente sus cuerpos no solo a nivel de explotación física, sino hasta en sus expresiones más íntimas y cercanas a sus almas. Había que transformar a estos individuos, someterlos a una mutación antropológica, pues entendían que esta era la única vía para la modernización del país.

¿Cuáles son las propuestas de estos cuatro autores en favor de una nación moderna?
La búsqueda de la normalización de las conductas y las formas de vida del indígena a través de la educación, para destruir los hábitos y las costumbres consideradas inadecuadas o dañinas, así como la imposición de las formas en que los indígenas habrían de acceder a un modelo único del ser, propio de la modernidad.

¿Desde qué postura deben abordarse esas ideas hoy?
Creo que aquellos intelectuales respondieron a una necesidad no solo nacional, sino también personal. En el presente debemos desarrollar la capacidad de mantener una actitud crítica ante la realidad, no solo presente sino también pasada. Se olvida que es un sujeto, un semejante que comparte la tierra en que habita y que le ha sido negada por siglos, cuando en realidad es a él a quien pertenece. Cuando aprendamos a reconocer que los pueblos originarios son los verdaderos artífices productores de la riqueza por un lado, y por otro, que las formas de gobernabilidad asentadas en documentos de propiedad sobre la tierra son construcciones sociales que la modernidad produjo para legitimar una forma específica de organización social negando la existencia de otras, podremos comprender la urgencia de desarrollar conceptos y categorías de análisis más efectivas y capaces de reconocer la interlocución del otro de manera no alérgica.

A su criterio, ¿esa concepción del indio perdura en la actualidad?
Creo que sí. Aún no hemos roto con aquellos esquemas dualistas que estructuraron nuestro sentido de nación a partir de la dicotomía indígena-ladino. A pesar de que se ha tratado de hacer algo, la realidad es que hace falta mucho más.

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