EDITORIAL

Elecciones con un poderoso mensaje

Los guatemaltecos asisten hoy a su octava cita con las urnas para elegir a la décima persona que presidirá el país, desde que se instauró la democracia, hace tres décadas, y que puede ser sintetizado como un periodo que solo ha servido para que los políticos muestren su deterioro ético. Hasta ahora la llegada a las urnas simplemente ha sido un ejercicio cívico de votar, pero que no ha trascendido en acciones retributivas por parte de quienes tienen en sus manos la posibilidad de incidir.

Una primera idea que ya debería haberse desterrado es creer que esa muestra de civismo termina con el voto, lo cual ha sido quizá el mayor error en el fortalecimiento de la democracia, pues por ello es que los gobernantes no solo evaden cualquier compromiso, sino rápidamente ignoran el clamor ciudadano e incurren en abusos. Hasta ahora resulta difícil calificar positivamente a cualquiera de los mandatarios electos, pues todos, en mayor o menor medida, han abusado del poder para procurarse beneficios o darlos a sus allegados.

Esos excesos incluso han dejado una huella vergonzosa en el ejercicio de la Presidencia, desde los primeros gobiernos democráticamente electos. Era tan débil el marco político que el primer presidente de esta etapa se involucró en escándalos y manejos dudosos, lo cual abrió la puerta a que llegara al poder un intolerante inescrupuloso de la talla de Jorge Serrano Elías, quien atentó contra la democracia; luego llegó Álvaro Arzú, en cuyo régimen se efectuaron oscuras privatizaciones.

Pero la descomposición no paró allí y fue así como Alfonso Portillo desde antes de asumir el Gobierno ya recibía sobornos que lo llevarían a la cárcel, situación en la cual se encuentra el ahora expresidente Otto Pérez Molina.

El balance es deficitario para la consolidación de un modelo democrático, pero el mayor daño ha sido motivado por quienes buscan llegar al poder con intenciones claramente perversas. Buena parte de esa responsabilidad también recae sobre esos votantes que tras emitir su sufragio regresan al letargo de la rutina y dejan solos a los funcionarios para que actúen a sus anchas, al punto de que fue necesario crear una instancia internacional para destapar las gusaneras ocultas bajo el poder político.

Una vez más, los guatemaltecos acuden a las urnas motivados de nuevo por un voto en contra de alguien, porque siguen siendo deficitarias ambas propuestas partidarias, uno de los puntos medulares en esta crisis política que no termina de superarse. Eso, a su vez, repercute en la falta de consolidación de un modelo electoral genuino, en el que deberían estar compitiendo los mejores exponentes de la intelectualidad y el pensamiento político, algo que a todas luces no ocurre.

Paradójicamente, la ciudadanía retoma el optimismo, pues los guatemaltecos están entre los países con los mayores índices de participación electoral, lo cual representa en este momento una advertencia clara a los partidos políticos y a los caudillos, visibles o tras bambalinas, ya que el año electoral de las 19 semanas de manifestaciones claramente difiere de sufragios anteriores porque la expectativa es grande, pero mucho mayor la fiscalización que viene.

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