EDITORIAL

La obstinación de Donald Trump

Con la firma de dos órdenes ejecutivas en contra de la migración ilegal, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, finalmente despejó las dudas sobre sus prioridades en el corto plazo y ahora se sabe que muchos de esos migrantes son los guatemaltecos, hondureños y salvadoreños, quienes constituyen el grupo mayoritario que llega a ese país.

Ayer, durante la juramentación del nuevo secretario de seguridad nacional, John Kelly, el mandatario estadounidense declaró textualmente: “El flujo sin precedentes de inmigrantes ilegales de América Central perjudica a México y a Estados Unidos. Las medidas que adoptamos hoy mejorarán la seguridad en nuestros dos países”, en un cambio de objetivo que ahora apuntaría menos a México y más hacia Centroamérica, principalmente al Triángulo Norte, donde se origina la mayoría de personas llegadas de manera clandestina.

Era previsible que algo así ocurriera, pues con cada alusión que Trump hacía de los mexicanos era obvio que no se refería solo a ellos, porque México es uno de los países que más ha reducido la migración, por lo cual debía entonces entenderse que en esos ataques estaban involucrados los centroamericanos.

Esto sí debe ser motivo de la mayor preocupación para los gobiernos de la región, pues también debe entenderse que seguramente el siguiente paso de Trump será el castigo a las remesas, para darle cumplimiento de esa manera a que México y el resto pagarán por el muro.

Desde que inició su campaña, cargada de odio, Trump ha sido reiterativo en referirse de manera despectiva a los mexicanos y a los centroamericanos, llamándolos narcotraficantes, pandilleros y violadores, y ahora, como presidente, le ha propinado una dura bofetada a las relaciones con uno de sus principales vecinos, a pocos días de celebrar en Washington una reunión con el presidente Enrique Peña Nieto.

Trump no ha tenido el menor tino en prácticamente ningún ámbito, y a ello se deben los diversos frentes que se abrió de manera innecesaria con más de un sector, pero ahora esa inquina se ha extendido hacia nuestros compatriotas, que quedan en primera fila en la ofensiva que ha puesto en marcha con la excusa de recuperar las fronteras.

Tanto el inminente inicio de la construcción de un muro en la frontera sur de Estados Unidos como la asfixia económica contra estados como California, Chicago o Nueva York, hacen vislumbrar una larga batalla en la que se ha embarcado Trump y sobre la cual no tiene garantías de salir victorioso, como consecuencia de que tanto dentro como fuera de Estados Unidos es grande la inconformidad hacia sus políticas tan cuestionables y en general nocivas, incluso para su país.

Pocos son los que creen que la construcción de un muro pueda contener las ansias de miles de personas que son empujadas por condiciones deplorables de vida, de inseguridad y de insatisfacción, y en la historia de la humanidad ningún muro, ni de los imperios más poderosos, ha podido detener las migraciones de quienes huyen de situaciones difíciles, en busca de un mejor modelo de vida.

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