PLUMA INVITADA

Continúan tragedias por falta de prevención

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Los guatemaltecos sufren extremada ansiedad, muchos con futuro incierto, por el incremento de analógicos golpes naturales —sociales también—, vulnerabilidad, cambio climático, sismos y el grotesco desinterés demostrado por gobiernos responsables de impulsar estrictos programas preventivos que hubieran soslayado a la fecha tantas tragedias que han enlutado al país. En esta triste realidad también están involucrados funcionarios, diputados, políticos, jueces, alcaldes, gobernadores, el Ministerio del Medio Ambiente y Recursos Naturales, fundaciones, instituciones internacionales, entidades benéficas, la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres y los propios vecinos en conflicto obligados a resguardar sus propias vidas.

Palpitan cuatro horrendas pesadillas, no obstante el tiempo transcurrido: 1) El aterrador y mal recordado terremoto registrado en 1976, con trágico saldo de 23 mil muertos, 76 mil heridos, 58 mil casas destruidas y millonarias familias sin techo, muchas de las cuales aún siguen viviendo en casas viejas con mucho peso, adobe, madera y teja, sin amarre de concreto alguno, en por lo menos siete departamentos del occidente del país. 2) La terrible tormenta Stan, sucedida hace 12 años, con centenar de personas muertas, golpeadas y con discapacidad, así como cuantiosas pérdidas materiales. 3) El fatal derrumbe de un cerro en el poblado Cambray II, de Santa Catarina Pinula, en el 2015, que sepultó a 206 vecinos y demolió numerosas viviendas, algunas de cuyas víctimas siguen sin solución habitacional estatal alguna. 4) La dramática e impactante tragedia reciente de 41 niñas y adolescentes horriblemente carbonizadas en el Hogar “Seguro” Virgen de la Asunción, caso que continúa golpeando el corazón del guatemalteco consciente y responsable.

No puede descartarse de ninguna manera el deplorable amotinamiento ocurrido recientemente en el Correccional para Menores Las Gaviotas, paradójicamente con peligrosos adultos criminales recluidos, cuya cauda arrojó tres jóvenes asesinados, heridos, daños, fugas, señalamientos, procesos y conmoción vecinal y ciudadana. Estas “cárceles” necesitan estructuras adecuadas fuera de la capital, no casas particulares, como se ha acostumbrado equivocadamente, sin hacinamientos y, algo muy importante, la rehabilitación de sus internos adolescentes y jóvenes. Tampoco pueden ser obviados los sismos anteriores y recientes que han dejado muertos, heridos y cuantiosos daños en casas, templos, catedrales, centros arqueológicos, carreteras, incluyendo al Palacio Nacional de la Cultura, patrimonio histórico.

El invierno empezó con fatalidades. En San Pedro Necta, Huehuetenango, la caída de un pequeño cerro soterró a 11 personas, casas y dos vehículos; desbordamiento de ríos, ahogados, deslaves de tierras, piedras y árboles; viviendas destruidas, inundaciones en poblados, socavamiento de puentes, accidentes viales y peligro en asentamientos capitalinos y departamentales. En esta capital, el puente Belice, en cuyo fondo viven varias familias pobres, está a punto de colapsar por falta de mantenimiento, según expertos, pero continúa siendo utilizado. Otro puente importante, El Incienso, posiblemente también sin sustento técnico. Ambos producen electrizantes movimientos al pesado paso diario de millares de vehículos, como sucede en viaductos del interior de la república en mal estado desde hace algunos años.

Cada siniestro provoca la tradicional alharaca de inescrupulosos funcionarios que, tratando de “tapar el sol con un dedo”, pronuncian a grito abierto lamentaciones, tristezas, pésames y falsas promesas, para engañar de nuevo a nuestro sufrido pueblo, mientras todo queda en el olvido, hasta que suceda otra fatalidad.

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