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Un emprendedor colombiano encuentra el éxito formalizando a sus empleados

El empresario colombiano Marlon Baena comenzó su carrera a los 15 años trabajando como operario de confección en su natal Medellín y 23 años después se ha convertido en un gran textilero que encontró el éxito en la transformación social y laboral de sus empleados.

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Operarias de CRJ Moda en Medellín (Colombia). La empresa pasó de tener 14 colaboradores informales a iniciar un negocio exitoso de la mano de 42 empleados legalmente contratados. (Foto, Prensa Libre: Efe).

Operarias de CRJ Moda en Medellín (Colombia). La empresa pasó de tener 14 colaboradores informales a iniciar un negocio exitoso de la mano de 42 empleados legalmente contratados. (Foto, Prensa Libre: Efe).

Baena es el propietario y gerente de CRJ Moda, una empresa que maquila ropa interior y deportiva para grandes marcas colombianas y que después de años de trabajo proyecta su expansión con clientes en el exterior que ya “pusieron sus ojos” en los servicios de la compañía, según comentó.

“Han sido 12 años de sufrimiento y tres de transformación”, acotó al evocar que su historia como emprendedor se inició en una vivienda del barrio popular Enciso con dos máquinas prestadas, desconocimiento e improvisación.

CRJ Moda, recientemente galardonada por la corporación Interactuar en la categoría “Crecimiento Empresarial”, le permitió a Baena convertirse en el “Gran Ganador” del premio Famiempresario 2018 por una evolución contundente: pasó de un garaje con 14 máquinas a una bodega con más de 500 metros cuadrados, donde operan 60 máquinas especializadas.

De lo ilegal a lo formal

En ese nuevo espacio, además de fabricar en promedio unas 3 mi unidades diarias para sus clientes, materializó el giro más importante que ha tenido su empresa y fue dejar atrás un periodo con 14 colaboradores informales e iniciar un negocio exitoso de la mano de 42 empleados legalmente contratados.

“Tenía que romper un ciclo”, manifestó el empresario de 38 años de edad al reconocer que tuvo inicialmente “un negocio para el que éramos esclavos” y en el que trabajaban hasta 18 horas.

“Nos estábamos esclavizando nosotros y a nuestros empleados”, agregó Baena sobre esa etapa de su emprendimiento, que estaba lejos de ser rentable, algo que detectó a través de capacitaciones con expertos de Interactuar, pues allí “descubrió” sus “errores” e identificó las razones de las quiebras y de la poca rentabilidad.

Baena “no tenía la preparación”, pero a través del estudio se apartó de su rol de operario de confecciones para empezar a oficiar como gerente, dando así el paso definitivo y lograr “abrir la mente”.

“Reuní a mis 14 empleados y les dije: ‘vengo a reconocerles que nosotros los estamos explotando laboralmente'”, relató el emprendedor, quien además les anunció que no iba a “continuar con eso”, pues había entendido sus “errores” y había decidido formalizarlos.

A partir de ahí empezó el ascenso de una empresa que actualmente brinda soluciones de confección a reconocidas marcas nacionales a las que pudo acceder tras alejarse de las malas prácticas.

“Uno no cree que a una empresa a la que se va a trabajar ocho horas al día le va a ir bien, pero a nosotros nos sucedió”, apostilló.

Atenuantes que motivaron el cambio

Baena proviene de una humilde familia de Medellín, jamás tuvo un contrato formal como empleado y sus quincenas de operario no superaron los 49 mil pesos (uno US$15).

Empezó en 2004 su pequeño taller de confección con la abuela Débora, la modista del barrio y su principal espejo, pero “una quiebra grande”, cuando Venezuela cerró la frontera en 2009, lo obligó a salir de su maquinaria para pagar a los proveedores.

Para “empezar de cero”, su familia vendió su casa, invirtió todo su capital en la empresa y aprendió el oficio, pero las afugias económicas regresaron y, pese a trabajar horarios extensos, solamente cubrían las “necesidades básicas” del hogar.

Baena, presionado por la situación, buscó en 2015 un préstamo en Interactuar, pero le ofrecieron capacitación, la cual tomó porque “era la única opción que tenía, era eso o acabar con mi empresa”.

Esa decisión cambió su vida y la de sus empleados, a los que no solo les acortó los horarios y los vinculó, pues también los capacitó en productividad, le dio estatus a su oficio en la cadena de la moda y benefició a sus familias.

Entrar al mercado internacional es su próximo paso. Ya trabaja con sus colaboradores en muestras para marcas en Estados Unidos y tiene contactos con posibles clientes en México, Costa Rica, España y Alemania para mostrar que Colombia es “una excelente opción” para producir prendas a grandes y a medianas empresas.

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