“Alquilamos un cuarto donde pagamos Q400. Voy a la escuela en la mañana y vengo a vender al parque de dos de la tarde hasta que entra la noche. A mí me dan ganas de ir a jugar un rato, pero no tengo tiempo, porque aquí donde vendo hago mis deberes, pero a veces me desconcentro porque la gente viene a comprar, pero ya me acostumbré, y si no vendo no comemos”, cuenta con una naturalidad sorprendente y tierna.
En su aldea natal estudió primero de primaria, pero por los problemas familiares no pudo seguir. Después le costó adaptarse, pues no hablaba bien el español.
A su corta edad sabe que la vida es difícil: “Aquí nadie te regala nada. Si no haces algo no comes. Por eso me dedico a vender dulces y mi mamá camina todas las calles de San Pedro haciendo lo mismo, y entre los dos ya nos queda algo para comer. Si nos va bien, mi mamá me regala un quetzal para ir a la escuela”, relata Jorge, junto a su mochila de cuadernos que le compró su madre. No ha recibido útiles escolares por parte del Gobierno ni sabía que existe un programa de mochilas escolares.
Metas
Su razón para estudiar se la ha inspirado su madre. “Ella siempre me ha dicho que hay que esforzarse, y yo quiero ser alguien en la vida, porque ya tiene ratos que mi papá nos abandonó, y espero salir adelante”, dice con gran seguridad.
Atento a diario
Mientras su hermana Everilda juega, Jorge se instala un día más en la banca del parque. Su convicción es clara: “Mi mamá, día a día, tiene que luchar para pagar el cuarto y poder comernos un tamalito”.
Por supuesto que los peligros existen: “A mí no me gusta ver a las personas haciendo cosas malas. Aquí en el parque veo cosas feas, pero yo no le pongo atención; me dedico a mi tarea y a mi venta; tengo que estar listo para que no me roben”.
Al preguntarle por sus deseos, dice que le gustaría tener una silla y una mesita, para las tareas; además, una sombrilla, para protegerse del sol y la lluvia. “He visto unos paraguas grandes, pero son caros”, dice.
Agrega: “Quisiera que me regalen unos útiles y suplico a los lectores de Prensa Libre que me ayuden, porque deseo ser alguien en la vida. A veces me dan ganas de comerme una hamburguesa, pero el dinero no nos alcanza, y a lo mejor algún día tener una computadora. Tengo sueños y espero cumplirlos, porque no le puedo fallar a mi mamá, porque ella también lucha por nosotros”.
De hecho, la madre, Carmen Garril, no puede ocultar sus lágrimas cuando expresa: “Yo quisiera que mi hijo no vendiera, que solo estudiara, pero debemos pagar el alquiler del cuarto, y comprar las cositas de la cocina; solo ganamos para medio vivir, pero allá en mi tierra no había trabajo. Espero algún día comprar un terrenito y construir una casita, aunque, la verdad, lo veo difícil.
Su escuela está demolida
“Cuando lo vi en el Facebook de Prensa Libre no me imaginé que era Jorgito, pero mire ahora, es todo un ejemplo”, comenta Claudia Verónica Ochoa, directora de la Escuela José Ramón Gramajo, del cantón Tonalá, San Pedro Sacatepéquez, donde el niño estudia y que actualmente funciona en covachas de lámina. Su edificio fue demolido porque el terremoto del 7 de julio del 2014 agravó los daños causados por los sismos del 2012 y no tienen noticia de que vaya a ser reconstruida.
“Ahora no hay autoridad que diga: esta responsabilidad es mía”, enfatiza Edílzar Bautista, maestro de grado de Jorge, en un aula provisional de lámina, en donde el calor es agobiante desde media mañana.
Bautista relata que Jorge llega siempre 15 minutos antes de la hora de entrada. “Aunque es un poquito mayor que sus compañeros, es un alumno aplicado y es digno ejemplo”, comenta.
Ochoa agrega que Jorge suele ayudar a regar agua en el patio, para evitar el polvo, pero las condiciones actuales del plantel son lamentables.
“Es una verdadera calamidad. Ahora que es verano, los niños sufren por un calor intenso, ya que las aulas son de lámina y están prácticamente sobre la calle y en el predio que prestó un vecino, con la esperanza de que al estar libre el terreno se comience la obra, pero ninguna autoridad se quiere hacer cargo de la construcción de nuestra escuela, que era muy bonita, pero tras los daños solo vinieron a tirarla”, se queja.
Faltan materiales
Por si fuera poco, en la escuela, que tiene 180 estudiantes inscritos, no han recibido útiles escolares por parte del Gobierno y no saben nada de las mochilas anunciadas recientemente.
“Estamos trabajando con material del año pasado, pero los niños merecen más. Si alguna empresa nos quisiera donar libros y cuadernos, se lo agradeceríamos, y más aún si alguien se interesara en construir de nuevo el establecimiento. Hoy por hoy la escuela de San Agustín Tonalá está en abandono, y eso duele, porque los alumnos se esfuerzan al máximo, pero no tienen escritorios ni el ambiente adecuado para que aprendan efectivamente”, finalizó Ochoa.