Migrantes

Familia hondureña narra cómo pasó por el volcán Tacaná para evadir paso por el río Suchiate

El hondureño Rolando Rodrigo llegó la semana pasada a la ciudad mexicana de Tapachula con su familia, en su camino hacia Estados Unidos, el migrante cuenta la situación que atraviesan y de cómo cruzaron por el área del volcán Tacaná entre Guatemala y México, debido a los controles migratorios.

Entre los peatones también se desplazan migrantes centroamericanos en el Parque Central Miguel Hidalgo en Tapachula, Chiapas, México. (Foto Prensa Libre: AFP).

Entre los peatones también se desplazan migrantes centroamericanos en el Parque Central Miguel Hidalgo en Tapachula, Chiapas, México. (Foto Prensa Libre: AFP).

Enfrentados a mayores controles aplicados por México a instancias de Washington para frenar el flujo migratorio, esta familia hondureña considera posponer por un tiempo su recorrido hacia el denominado “sueño americano”.

Horas después de que los jefes diplomáticos de Estados Unidos y México estrecharan sus manos celebrando “avances” para frenar la migración ilegal hacia el norte, Rodrigo deambula con su hijo de 3 años por la plaza central de Tapachula, donde pide dinero para comer.

De 29 años, este hombre llegó apenas el viernes 19 de julio a México junto al menor, su esposa Miriam y su otra hija.

Evitaron el río Suchiate

La ruta que tomaron, para evitar el paso fronterizo río Suchiate, entre Guatemala y México, responde al despliegue de seguridad lanzado por las autoridades locales contra los migrantes indocumentados, a exigencia de Estados Unidos.

Actualmente esta familia vive en un modesto cuarto de hotel en esta localidad del sureño Estado de Chiapas, que pueden pagar solo por unos pocos días más.

Los Rodrigo cruzaron por la zona del Tacaná, un volcán de más de cuatro mil metros de altura, justo sobre la frontera con Guatemala, cuya geografía escarpada y boscosa le ha ganado el apelativo de la Suiza chiapaneca.

Rolando asegura que pasaron “sin nada de problemas” con la Guardia Nacional u otros agentes de seguridad.

Su travesía

“Como uno conoce bien el camino, entonces uno se la sabe jugar también”, dice con leve altivez, mientras recapitula su trayecto, primero en una panel, a las 4 de la madrugada, y luego en otro autobús hasta Tapachula.

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Desde finales de junio, agentes migratorios, militares y policías controlan permanentemente al menos nueve puntos habituales de acceso por el río Suchiate, frontera natural entre México y Guatemala, haciendo casi imposible lo que antes era un desplazamiento sencillo y cotidiano.

Un cruce más difícil

El cruce ilegal de hondureños, salvadoreños y guatemaltecos escaló desde octubre a niveles inéditos incluso para las autoridades mexicanas, tradicionalmente tolerantes y omisas frente al fenómeno.

La furiosa reacción del mandatario estadounidense, Donald Trump, ante estos flujos alcanzó su clímax a finales de mayo, cuando advirtió que impondría aranceles progresivos a todas las exportaciones de México -vitales para su economía- si no frenaba el acelerado éxodo.

Reducir flujo migratorio

Bajo amenaza, México se comprometió con Washington el 7 de junio pasado a reducir el flujo migratorio ilegal, desplegando para esto seis mil soldados en su frontera sur y más de 15 mil al norte.

El canciller de México Marcelo Ebrard, que el domingo 21 de julio se entrevistó con su homólogo norteamericano Mike Pompeo, dijo que México logró una reducción del flujo migratorio hacia Estados Unidos de alrededor de 36.2% e indicó que ambos volverán a reunirse para hacer un nuevo balance en un plazo de 45 días.

Según el departamento de Estado, “las detenciones en la frontera suroeste de Estados Unidos cayeron un 30% desde junio”.

Cambio de recorrido

Rolando y su familia no solo tuvieron que cambiar el fácil cruce del Suchiate por una travesía entre empinadas y neblinosas montañas, sino también el terco sueño de llegar hasta el país del Tío Sam… al menos por ahora.

“Se está poniendo más difícil porque hay tantos agentes de migración. Con mi esposa lo hemos pensado que queremos estar aquí por lo menos unos dos años”, confiesa este joven padre, de ojos de peculiar color turquesa, que trabajaba reparando computadoras.

Es la opción

Mientras Rolando y Gadiel se pierden entre la multitud de la plaza, donde se reconoce a cubanos, haitianos e incluso indios y bangladesíes, José Jiménez, otro hondureño, intenta disfrutar el atardecer con su esposa Iris y su hija.

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Amenazado de muerte por los narcotraficantes que controlaban su barrio, prefirió renunciar a un trabajo estable y partir con sus mujeres a un lugar más seguro.

Cruzaron el Suchiate hace poco más de un mes, justo antes de que la estrategia mexicana entrara en vigor. Mientras la familia tramita en simultáneo la condición de refugiados y visas humanitarias, él sueña con su destino ideal al norte, pero no en Estados Unidos.

“Hija, ¿a dónde voy a trabajar yo?”, le pregunta a la pequeña, de 6 años. “A Monterrey”, responde la niña, de rizos negros.

Marido y mujer discrepan: Iris aún apuesta por Estados Unidos, pero José, que en 2007 trabajó dos meses en la próspera ciudad industrial mexicana, lucha por convencerla.

“Si no pudiera pasar para Estados Unidos, es la opción”, agrega este experto soldador, quien por ahora sobrevive descargando camiones en el mercado de Tapachula, en jornadas de hasta 16 horas.

Mientras duermen juntos sobre una colchoneta, en una habitación que rentan a las afueras de Tapachula, esta familia de tres asimila los nuevos tiempos, donde el sueño americano podría convertirse en mexicano.

 

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