Los danzantes se cubren la cara con varios paños de colores que dejan descubierta solo la nariz y los ojos, encima se colocan una máscara de madera que limita la visibilidad y dificulta la respiración. Con el pesado traje los bailadores se protegen del sol, pero después de varias horas de baile el calor y el sudor son tantos que la ropa se moja a punto de gotear.
En una de las calles alfombradas con pino y flores de la aldea mencionada que celebra su fiesta patronal, los danzantes se detienen frente a una procesión que porta un Cristo resucitado, momento que aprovechan para dejar de brincar y tomar algunos sorbos de agua.
Un minuto después una bomba voladora anuncia que el desfile religioso continúa. Los músicos siguen tocando la marimba transportada por cuatro personas, y los Toritos siguen su baile por calles empedradas, entre zanjas, lodo y charcos del último aguacero.
El décimo vaquero de este grupo es el antropólogo Carlos René García Escobar, que el pasado 29 de mayo cumplió 30 años de participar en esta expresión de la cultura popular guatemalteca.
Desde niño
“La Danza de Seis Toritos captó mi atención desde que tenía 9 años de edad”, dice García.
La primera vez que la vio fue en 1958, durante una procesión que el párroco de la colonia La Florida, zona 19, organizó para entregar la imagen de un Cristo que había sido abandonado en la puerta de la sacristía y que pertenecía al templo de Lo de Bran.
“Desde entonces, todos los años acompañaba el baile, era una aventura ir con el grupo, aún me emociona eso”, expresa.
En 1984, a punto de terminar su carrera universitaria, solicitó su ingreso al grupo a los representantes del baile. Lo escucharon con mucha atención y respeto y hubo una sola pregunta: “¿Por qué querés bailar?”
García les explicó que quería experimentar qué se sentía llevar el traje, y como estudiante universitario y por su profesión deseaba investigar los orígenes de baile para darlo a conocer a la sociedad guatemalteca por medio de un informe serio y lo más completo posible que haría para la Usac.
Los ancianos lo aceptaron y lo asignaron personaje: el décimo vaquero, es decir el último. Pero García sabía que esta es la forma tradicional de ingresar a estos grupos. Primero hay que aprender a bailar y memorizar los recitados y movimientos del grupo, lo que llega con la experiencia y los años.
En estas organizaciones se escala mostrando habilidades y compromiso. Sin embargo, tres décadas después García, en un gesto de humildad, sigue representando el mismo personaje, pese a que ahora se ha ganado el derecho de elegir su rol.
Un legado
En su función de antropólogo, García Escobar explica que estas danzas centenarias logran mantener la cohesión social en los diferentes grupos de la población guatemalteca, por medio de un ritual específico que es el baile.
“Es una forma de honrar a los ancestros, a los abuelos, a los que ya no están, a los que han bailado antes, a los antiguos habitantes de la comunidad. Para agradecer el legado transmitido y expresar el deseo de mantenerlo vigente y heredarlo a las nuevas generaciones”, refiere.
Aunque participar en la danza significa un compromiso ante todo es un acto de devoción. Quienes bailan acostumbran hacerlo para agradecer o pedir favores a los santos y a los espíritus ancestrales.
“Algunos piden dejar de beber, curarse de alguna enfermedad o por la prosperidad de su negocio o bienestar en la familia. “¡Y se cumple!”, expresa García, y refiere que cierto año era su deseo tener un hijo. Al año siguiente, en las fechas en que participaba en la danza, su esposa le anunció que serían padres.
históricos
La ropa usada en las danzas tradicionales y la que García viste en la danza están inspiradas en los uniformes militares españoles de los siglos XVII y XVIII. Son confeccionados en fábricas artesanales llamadas morerías, ubicadas en Totonicapán y Sumpango, Sacatepéquez. Este año en Lo de Bran vistieron trajes nuevos conseguidos por medio de un aporte de Adesca. Pero otros años para alquilar el lote completo de 30 trajes se debe pagar de tres a seis mil quetzales, dependiendo de la calidad.
Buen compañero
“Carlos está con nosotros desde que vino a hacer una investigación para la U”, recuerda Rigoberto Patzán, con 43 años de bailar. “Es un buen compañero, baila bonito, hemos participado muchas veces juntos”, dice Esteban Pirir Casuy, 79, actual representante del Baile de Seis
Toritos.